Si es cierto que Alejandro y quien suscribe estas líneas nos conocíamos desde que concidimos en la década de 1970 en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), él en su recóndito despacho de la Facultad de Ciencias Económicas y yo en la Facultad de Letras, nuestro aprecio mutuo comenzó a ir a más, a ser cultivado, con espontaneidad, por ambas partes, amén de nuestro común perfil universitario “mediterraneísta”.
Ha sido, no obstante, en los últimos años de nuestra vida académica, cuando surgió entre Alejandro Lorca y yo una iniciativa amigable, relacionada con el mundo mediterráneo, que cuajó hasta tal punto que, al final de una bendita charla en el Ateneo de la madrileña calle Prado, convinimos en emprender la forja de una tertulia (ilustrada, que añadiría oportunamente Julia Sáez). Una tetulia, mensual o bimensual, que se proponía abordar ese cosmos conflictivo, al tiempo que seductor, de la civilización que se gestó entre mares, desde el Bósforo, pasando por el estrecho de Mesina hasta el “finisterre” galaico-ibérico-magrebí. La súbita inspiración que despertó la charla que mantuvimos Alejandro Lorca y quien suscribe nos impulsó con vigor a la apertura de Tertumed, una tertulia centrada y girando sobre el Mare Nostrum.
Hace ya varios años que Tertumed comenzó su andadura y Alejandro Lorca fue un pilar de consistente calidad humana e intelectual para la tertulia. Tertumed logró vivir un tiempo imprevisible, al que puso fin un enemigo invisible que llaman “coronavirus”. Fue en ese período último de vida cuando Alejandro vino a enriquecer mi modesta sensibilidad historiográfica, ya fuese en conversaciones por vía telefónica o electrónica, en las que su capacidad de sugestión y de sensatez, no exenta de un fino toque humorístico, fortaleció nuestra amistad y mi ánimo. La imagen de su persona y talante me acompañarán siempre en el recuerdo.