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Cos, el pueblo cántabro de los alfareros
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Cos, el pueblo cántabro de los alfareros

-En este enclave del municipio de Mazcuerras llegaron a existir 8 hornos de cerámica en el siglo XVIII.

Por A. del Saja (*)
martes 06 de abril de 2021, 01:34h

05ABR21.- Si de algo se caracteriza Cos, pueblo perteneciente al municipio de Mazcuerras, es por su histórica vinculación a la cerámica popular, que gozó de gran tradición el arte de la alfarería entre sus gente. La aldea llegó a contar con 8 hornos en el siglo XVIII. De ellos solo quedan ya 2 vestigios ruinosos, El Horno y Cojorcos. Éste se encuentra totalmente derruido y cubierto por la maleza, como mudo testigo de la tradición alfarera del lugar, que se sitúa a las afueras del pueblo, en el Camino Real, que unía la Hoz de Santa Lucía con Mazcuerras.

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De la historia alfarera del lugar el que más ha investigado es el ceramista Gerardo Salcines Cagigas, que hace una veintena de años escribió el libro “El horno de la ollería de Cojorcos (Cos) y toponimia del lugar”. Este estudioso, describe que el horno objeto del trabajo, que fue limpiado por él de la maleza que le cubría y que la ha vuelto a tapar, conserva su cámara enterrada bajo los escombros caídos sobre ella al hundirse el cobertizo que la cobijaba. Se mantienen de pie los sillares de piedra y mampostería, por lo que pudiera llegar a ser un objeto recuperable.

Los orígenes de Cos hay que buscarlos en las zonas de Cintul y Sopollo más pegadas a la ladera del monte Mozagruco por donde discurrió un camino, trazado paralelo, más alto del actual camino de los Foramontanos. Allí hubo un caserío con su edificio religioso y cementerio hoy totalmente desaparecido.

Gracias a Rosi Vélez Alonso, estudiosa y enamorada de la historia del lugar, hemos pisado las ruinas de Cojorcos, que tenía adosado un horno de pan y próxima una vivienda pajareta, que en la actualidad se encuentra dentro de una nave de almacenamiento de materiales.

Su situación favorecía el tránsito hacia Castilla a través de Santa Lucía, Cabuérniga, Renedo LLendemozó, Correpocoy Los Tojos en dirección a Reinosa. Esta ruta fue la que siguió el Emperador Carlos V en su camino hacia Valladolid para ser coronado, en el año en 1.517. Y, también, para seguir por Mazcuerras, Ibio y Yermo.

Las piezas que se elaboraban eran de loza de basto como mantequeras, rotanas, tarreñas y queseras. En cada de las hermanas Mariví y Rosi Vélez hemos tenido la oportunidad de ver una serie de objetos cocidos en El Horno, que se encuentra muy próximo. Son jarras, queseras, huchas, platos y boticos con escasa o nula decoración. Todavía recuerdan ver trabajar con su torno de pie a Jesús González, el último alfarero en la década de los años 60. Era hijo de Petronilo, reputado ceramista, que enseñó a más de uno el oficio. Otro fue Santos Gómez, padre de “Cristina, la ollera”, que tuvo muchos años un pequeño comercio en Cabezón de la Sal, en la Plaza La Fuente, hoy Plaza de La Paz. Familiares de estos artesanos tenía por norma acudir a vender sus cerámicas a Torrelavega. También, lo hacía a tierras palentinas, practicando muchas veces el trueque.

También, ofició con Petronilo, Manuel Gómez “Lito el ollero”, que aprendieron de sus antepasados y estos de otros alfareros burgaleses.

La materia prima, el barro, se obtenía en una finca de Mazcuerras llamada “La Cotorra”, pero, también de Jigo, en Cos, que aportaba arcilla roja. Además, la tierra se iba a buscar en ocasiones, con un carretillo a Valoria, pueblo del municipio de Udías y, además, a Virgen de la Peña.

Ya hemos dicho que Gerardo Salcines dedicó mucho tiempo a investigar la historia alfarera de Cos, recopilando muchas piezas por las casas. Llegó a albergar la idea de construir un meso de la alfarería en la torre renacentista del siglo XVI, situada frente a la iglesia parroquial, pero el proyecto no prospero. La torre, de propiedad particular, está hoy rehabilitada con fines residenciales. Pero sí llevó a cabo varios trabajos y exposiciones sobre la alfarería, una de ellas itinerante por Cantabria apoyada por el Ministerio de Cultura.

En el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1.752 menciona a los olleros diciendo “… un ollero que vive de hacer ollas y llevarlas con una caballería a las ferias se calculan 600 reales por 150 días del año para fabricarlas y venderlas”. Y hacía alusión a Juan Alonso vecino del Concejo de Ibio.

Aunque estamos hablando del siglo XVIII como época de la actividad alfarera en la zona, la aparición de piezas de cerámica en algunas tumbas en una excavaciones en la necrópolis de Tresileja, del siglo VIII, hace mantener la hipótesis de que si los últimos olleros de Cos fueron continuadores de aquellos otros que pudieron elaborar las vasijas cuyos fragmentos parecieron en Tresileja, una finca situada junto a la iglesia parroquial.

PATRIMONIO

Además de la necrópolis, los alfares y la iglesia, a escasos metros del cobertizo de El Horno se encuentra una pequeña torre gótica del siglo XV, en estado ruinoso, de planta cuadrada con muros de mampostería y sillares en los esquinales. Destaca el arco apuntado formado por dovelas de sillería de la puerta, una ventana saetera en el muro Este y puntos de vigilancia en los esquinales. Según documentos antiguos poseía un foso y un pequeño puente levadizo.

La Casa-Torre de Cos (s. XVI) situada frente a la iglesia perteneció a la familia Cos, una de las más poderosas del Valle de Cabezón. Torre vividora se levantó para el control de la zona.

Característica de su arquitectura popular es la casa llana renacentista del siglo XVI , el tipo de casa más antiguo conservado en el municipio. Son edificios de piedra, muy sencillos, de planta rectangular y tejado a dos aguas que se prolonga para configurar el portalón o soportal. En el caso de las construcciones más antiguas es fácil distinguir un arco de medio punto con grandes dovelas, en ocasiones apuntado, sobre la puerta de acceso; ese detalle, en sillería, confiere a las casas llanas el sobrenombre de “renancentistas”.

La casa con pajareta y con protosolana es el siguiente paso en la evolución de estas construcciones: la casa llana aumenta su altura para dar mayor capacidad de almacenaje al pajar, dotando a la vivienda de un cuarto alto. Este altillo se abría al portalón mediante una celosía de madera conocida como “la pajareta” que permitía mantener su ventilación y secar la cosecha.

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