El mayor tamaño del cerebro en esos pájaros mejora la capacidad de ajustar el comportamiento a situaciones nuevas mediante el aprendizaje, lo que facilita obtener recursos en ambientes que cambian constantemente.
Según los biólogos, entender esa capacidad ayuda a predecir qué especies de pájaros y otros animales serán más vulnerables al cambio global.
"Hemos podido comprobar que las especies de aves que no tienen acceso a los recursos de manera regular a lo largo del año, ni tampoco de un año a otro, tienen el cerebro más grande", explica Ferran Sayol, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de la Universidad Autónoma de Barcelona.
"Esto les puede ayudar a saber dónde, cuándo y cómo es mejor obtener los recursos que necesitan para vivir, como la comida, materiales y espacios para hacer el nido, o los refugios para esconderse de depredadores", agregó.
Para realizar el estudio, los investigadores estimaron el tamaño del cerebro a partir de la cavidad craneal de 4.744 aves de más de 1.200 especies, disponibles en colecciones de museos de todo el mundo, y usaron datos de satélite para evaluar en qué ambientes la variación de los recursos es mayor.
En latitudes altas, como el norte de Europa, los inviernos son fríos y la nieve puede durar meses, lo que reduce mucho la disponibilidad de alimento.
"Las especies que migran -detalló- se van para evitar estas condiciones y posiblemente por eso no necesitan cerebros tan grandes. Pero las especies que se quedan todo el año en estas regiones, las residentes, tienen cerebros más grandes, con más capacidad de aprendizaje e innovación para afrontar los cambios del ambiente".
Según los investigadores, la idea de que la variación ambiental puede afectar el tamaño del cerebro no es nueva, ya que, de hecho, es una de las principales hipótesis que explican el éxito colonizador de la especie humana.
Este trabajo refuerza la idea de que un cerebro grande protege al animal de los cambios del entorno porque facilita el desarrollo de nuevos comportamientos mediante el aprendizaje", indicó Daniel Sol, coautor del estudio.
"Los humanos somos el mejor ejemplo: nuestro cerebro es considerablemente grande para un primate de nuestro tamaño, y eso nos da la inteligencia necesaria para vivir en los ambientes más extremos del planeta, como los desiertos o las regiones polares".
Si los cerebros grandes son útiles para afrontar los cambios ambientales, tal y como sugiere el estudio, este deberá ser un elemento importante a tener en cuenta a la hora de entender cómo los animales responderán a los rápidos cambios asociados a las actividades humanas.
"Tener un cerebro grande, en relación al tamaño del cuerpo, podría significar la diferencia entre sobrevivir o extinguirse en un mundo en constante cambio", concluyó Sayol.