Muchos ancianos se enfrentan a un problema que para las generaciones más jóvenes puede parecer trivial: no saben utilizar una tarjeta bancaria. Las interfaces de los cajeros automáticos resultan confusas, con menús poco intuitivos y pantallas llenas de información que no siempre es fácil de procesar. Además, el propio acto de manipular una tarjeta de crédito o débito les genera ansiedad y estrés, ya que temen cometer errores. La falta de familiaridad con las nuevas tecnologías no es culpa de ellos, sino de un sistema que no se ha adaptado a las necesidades de todos los usuarios.
Sin embargo, las entidades bancarias cada vez fomentan más el uso de los cajeros automáticos para cualquier tipo de operación. Algunas sucursales han dejado de atender pagos en ventanilla y obligan a los usuarios, independientemente de su edad o condición, a realizar estas gestiones a través de los cajeros. Esto representa un riesgo para las personas mayores, no solo por la posibilidad de cometer errores, sino también por el peligro de ser víctimas de robos o fraudes cuando se encuentran fuera de su zona de confort.
Uno de los retos más grandes para los mayores es el horario limitado de atención al público en los bancos. Muchos se ven forzados a madrugar para asegurarse de que serán atendidos. Llegar a primera hora es vital, ya que, sorprendentemente, en algunos bancos se dejan de aceptar pagos en ventanilla a las 10 de la mañana. Los que llegan después de esa hora se enfrentan a la frustración de ver las cajas cerradas y de tener que volver otro día, o peor aún, de verse obligados a aprender a usar el cajero para no perder el tiempo.
Este horario tan reducido es ridículo, especialmente en un país donde las personas mayores constituyen una parte importante de la población. Se les obliga a adaptarse a un sistema que no los tiene en cuenta y que no les brinda las herramientas necesarias para desenvolverse de manera autónoma. A su edad, pedirles que se levanten al amanecer para ir al banco a pagar una factura es casi un despropósito.
Si el trabajo o las responsabilidades no permiten a los más jóvenes hacer una visita al banco en su horario matutino, la alternativa que queda es operar a través de la banca electrónica. Pero esta opción, que podría ser muy cómoda para algunos, se convierte en otra pesadilla para quienes no están familiarizados con la tecnología o simplemente no se sienten cómodos gestionando sus finanzas online.
El problema es que muchas veces los bancos presionan para que sus clientes usen la banca digital, una herramienta que, aunque eficiente, no está exenta de problemas: fallos en el sistema, interfaces complicadas y la constante preocupación por la seguridad de los datos personales. Incluso quienes están acostumbrados a la tecnología pueden sentirse vulnerables.
A pesar de todas estas dificultades, una cosa no cambia: los bancos siguen cargando comisiones abusivas. Pagar por cualquier trámite parece inevitable, y los cargos aumentan año tras año. Ya sea que se gestione por cajero automático, por ventanilla o por banca online, las comisiones están presentes, a menudo sin justificación clara. En muchos casos, se siente que el cliente está pagando por servicios que no solo son deficientes, sino que, además, complican su vida. ¿Dónde queda el cliente?
En definitiva, ir al banco en España se ha convertido en una experiencia frustrante, donde lo que debería ser un servicio público accesible para todos, se ha transformado en una carrera de obstáculos. Las personas mayores, en especial, son las más afectadas por la digitalización forzosa y los horarios reducidos. Y lo más irónico es que, aunque se les complican las cosas, siguen siendo los más vulnerables frente a unas comisiones bancarias que no dejan de aumentar.
Es hora de que las entidades bancarias reconsideren sus políticas y adopten un enfoque más inclusivo y justo, uno que no deje de lado a nuestros mayores y que valore el tiempo y el dinero de todos sus clientes. Porque al final, lo que debería ser un trámite sencillo no tiene por qué convertirse en una yincana diaria.
Los bancos están pasando por un proceso de deshumanización que parece no tener vuelta atrás. Hace 30 años, entrar en una sucursal bancaria era una experiencia completamente diferente: había entre 7 y 8 empleados, todos atentos, dispuestos a asesorar y ayudar al cliente con cualquier gestión. Había un contacto humano que generaba confianza, algo que hoy se ha perdido casi por completo.
En la actualidad, lo que solía ser un servicio personalizado y cercano se ha reducido a dos empleados, como máximo, atendiendo a una fila interminable de clientes que, a menudo, se sienten ignorados o maltratados. Estos empleados, desbordados por la cantidad de tareas que deben gestionar, no pueden ofrecer la atención adecuada, no por falta de voluntad, sino porque el sistema en el que trabajan no lo permite. Con menos personal, y una carga de trabajo cada vez mayor, se ha dejado de lado la cercanía y el trato humano que caracterizaba a la banca de antaño.
Las razones detrás de esta transformación son claras: la digitalización y la reducción de costos. Las entidades bancarias han apostado por la automatización, empujando a los clientes hacia la banca online y los cajeros automáticos, lo que ha llevado al cierre masivo de sucursales físicas y a una drástica disminución del personal. Sin embargo, lo que no ha disminuido son los beneficios de la banca, que sigue obteniendo ganancias astronómicas, a menudo a costa del sacrificio de sus clientes, quienes pagan comisiones más altas por un servicio que cada vez es menos accesible.
Al final, la banca nunca pierde. Mientras los clientes se enfrentan a horarios reducidos, largas esperas y una atención deficiente, los bancos siguen encontrando la manera de aumentar sus márgenes de beneficios, aprovechándose de la necesidad de la gente de utilizar sus servicios financieros. Han cambiado el modelo de negocio, pero no su objetivo: maximizar sus ingresos, incluso a expensas de deshumanizar el trato y dejar de lado a aquellos que más lo necesitan, como nuestros mayores.
La pregunta es: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar esta deshumanización? Y más importante aún, ¿qué pasará con aquellos que no logran adaptarse a este nuevo modelo, o que simplemente no pueden permitirse el lujo de pagar cada vez más por un servicio que debería ser esencial y accesible para todos?
"La banca siempre gana". Al final, esta frase refleja a la perfección la esencia de lo que está ocurriendo: no importa cómo cambien las reglas del juego, la banca siempre sale victoriosa.