El escritor António Lobo Antunes (Benfica, Lisboa, 1942) fue reclutado en 1971 como médico militar y fue trasladado a Angola, donde Portugal libraba una anacrónica guerra colonial. Allí permaneció dos años que marcarían su vida y toda su obra literaria. La correspondencia mantenida entonces con su mujer es el hilo conductor de Cartas de la guerra, la película de Ivo Ferreira estrenada el pasado viernes en nuestros cines. En ella, el director combina los textos de Lobo Antunes con una preciosista concepción visual para retratar la soledad, la angustia y el desconcierto del soldado en tiempos de guerra.
El estilo epistolar ha sido utilizado muchas veces en el cine bélico. Por ejemplo, el personaje interpretado por Charlie Sheen en Platoon (1986) también se convertía en narrador del infierno a través de las cartas que le escribía a su abuela. Las de Vietnam y Angola fueron guerras que coincidieron en el tiempo y que tuvieron puntos en común. El más importante es la toma de conciencia por parte del soldado. “Mirando atrás, ahora me doy cuenta de que no peleábamos contra el enemigo, peleábamos contra nosotros mismos, el enemigo estaba dentro de nosotros”, decía el protagonista de Platoon en una de sus misivas. Ese fue el gran drama de las guerras de la descolonización, la inquietud de unas tropas que se preguntaban qué demonios estaban haciendo allí.
Los jóvenes que pelearon en la Segunda Guerra Mundial sabían muy bien que combatían el fascismo, ¿pero qué es lo que se le había perdido a la siguiente generación en Argelia, Vietnam o Angola? ¿Cómo vestir con orgullo el uniforme de los verdugos de la metrópoli? Lobo Antunes empieza a cuestionarse estas cosas en medio de la sabana africana, a 6.000 kilómetros de casa, dolorosamente alejado de su esposa, que además está embarazada. Recompone piernas amputadas por las minas, atiende a la población local, ve las torturas a las que son sometidos los partidarios del MPLA, lee los panfletos rebeldes, capta las dudas de sus propios oficiales (militares que luego protagonizarían la Revolución de los Claveles) y escribe, sobre todo escribe, libros, poemas y largas cartas de amor y desesperación a su esposa. Y su concepción del mundo cambia, claro:
Empiezo a entender que no se puede vivir sin una conciencia política de vida. Estoy sinceramente dispuesto a sacrificar mi comodidad, y algo más si fuera necesario, por lo que considero importante y justo. Mi instinto conservador y autosatisfecho ha cambiado mucho y mi visión se mueve día a día hacia la izquierda. No puedo continuar viviendo como lo he hecho hasta ahora”.
Ivo Ferreira mezcla frases de Lobo Antunes con encuadres de una composición asombrosa, en un blanco y negro deslumbrante que recuerda al estilo fotográfico de Sebastião Salgado. Y narra con exquisita morosidad la descomposición moral del soldado en una guerra absurda.
Aquel conflicto fue el canto del cisne del régimen de António de Oliveira Salazar. Comenzó en 1961, en un contexto político de cambio que el dictador portugués no quiso asumir. Con más o menos reticencias, Francia (pacíficamente en sus colonias subsaharianas pero tras una desgarradora guerra en Argelia), Bélgica e incluso la España de Franco se sumaron al proceso de descolonización de África. Pero Salazar se empeñó, en contra de todo el mundo (incluidos sus aliados de la OTAN), en mantener un imperio imaginario y ruinoso. Sus sucesores —Salazar murió en 1970— alargaron la guerra de Angola hasta 1974, el año de la independencia de las colonias y del fin del Estado Novo. Pero la herida seguiría abierta en sus antiguos dominios. La guerra civil en Mozambique duró hasta 1992 y la de Angola hasta 2002. Como muchos de los países surgidos de la descolonización, también ellos acabaron siendo estados fallidos. Mozambique, golpeado por el subdesarrollo y las hambrunas, sigue al borde de una guerra civil. Angola, que no ha logrado aún una satisfactoria transición a la democracia de partidos, es además un territorio acosado por enfermedades infecciosas asociadas a la pobreza.
Por desesperanza, pero sobre todo por puro amor, el Lobo Antunes de Cartas de la guerra recuerda a su esposa que es libre:
No pienses que estás atada a mí. Nada te impide hacer lo que quieras, si así lo deseas. Con 23 o 24 años hay muchas cosas que nos apetecen, muchas experiencias que nos gustaría vivir. Eres totalmente libre. Y nunca podría desear que estuvieras atada a un hombre muerto”.
Por puro amor, el mismo hombre, deslumbrado por la belleza, desea también la libertad de África:
Este continente es maravilloso por su vida, su energía, su juventud, su imaginación. Es bueno para los que venimos de un país cansado de ver esta vegetación, los sonidos, la exuberancia animal. Las aldeas de cabañas construidas con estacas, los plataneros, los paños sueltos con los que se visten las mujeres, la abundancia de niños de todos los tamaños, las estupendas figuras masculinas. Todo esto es extrañamente bello y estimulante, a pesar de la pobreza y la miseria. Esta tierra mágica y caliente es tan bella que corta la respiración. Aquí todo es excesivo y extraordinario”.
Manuel Ligero
La Marea
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