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Opinión: “El Trovador del Pueblo…”

La paz como solución

Por Marcos Carrascal Castillo

viernes 15 de julio de 2016, 15:39h
La paz como solución

15JUL16.- Cuando era pequeño, solía esperar que el mundo se paralizara, y las guerras y la crueldad que brillaban al otro lado de la televisión cesasen. De esta forma, llegaría la paz que tanta gente ansiábamos. Quizás, fue una quimera pueril. Hoy, el mundo suena a disparos.

Recuerdo mis nueve o diez años con mucha nitidez. Uno quiere ser un adulto de corbata, pero se ve más cercano a un bebé de patucos. Yo resolví vivir en esta contradicción que te depara ese estadio de la vida. Por ese entonces, se escuchaban las palabras “Iraq”, “Afganistán”, “ETA”, “Intervención”… No sabía exactamente qué realidades mentaban. Sin embargo, en el televisor, éstas precedían a imágenes violentas y desagradables.

Nunca fui aficionado a los vídeos-juegos; mas he de reconocer que alguna tarde pasé disfrazado de héroe militar, retornando a los siglos pretéritos y guiando a sus ejércitos. El mismo niño que deseaba que no hubiera más sangre inocente tiñendo el suelo, jugaba a ser un sangriento miliciano, premiado por las deidades ofimáticas si multiplicaba el número de occisos virtuales. Amigos míos con las mismas inquietudes se convertían en temibles asaltadores que robaban coches, asesinaban a civiles y hacían detonar bombas en cuarteles generales.

Yo, por mi parte, inicié la mayor aventura de mi vida —en la que sigo navegando—. Ésta no fue el paso de los Alpes de Aníbal; tampoco las Cruzadas; ni la travesía de Colón hasta América; siquiera fueron las hazañas de los aliados en la II Guerra Mundial… No. Comencé a leer y a nutrirme de dudas.

¿Por qué demonios hay guerras? ¿Qué demonios pasa para que haya muertes? ¿Quién demonios reparte tan mal los tesoros de la tierra? ¿Quién demonios ha asesinado vilmente a esa niña? ¿Por qué la melodía del mundo es el rumor de los disparos?

Hube de reflexionar, de aprender y de silenciar mi espíritu. Aquel muchacho de nueve o diez años comprendió, años más tarde, que el mal sólo proviene del mal. La única forma para que el mal se convierta en bien ha de ser la transformación de la raíz del mal. Las guerras son una continuación de los frutos de las injusticias sociales, de las desigualdades abruptas, de la pérdida de humanidad, de la perversión del candor…

La paz no llegará con una conferencia, ni con palabras preciosas, ni con un tratado internacional que se extienda por todos los continentes. La paz sólo llegará cuando todo cuanto produce mal termine. Entiendo que este paso —de darse, el más grande de la historia, para impotencia de Armstrong— no puede ser inmediato. Todo lo contrario. Este paso ha de ser dado paulatinamente y con la firmeza suficiente para que no se pueda retrasar.

En estos momentos, los políticos están ocupados en pactos y en des-pactos. No obstante, nosotros, como integrantes de la sociedad, hemos de empezar por lo más cercano. Por ejemplo, hay que hacer desaparecer de un último bofetón a la envidia y a la soberbia y crear una verdadera red de solidaridad humana. Luego, será el momento de combatir contra las opresiones, las imposiciones, el paro, la pobreza, las subyugaciones, las desvergüenzas, la precariedad y las golferías. Futuramente, esta nueva sociedad escogerá a nuevos políticos que encaminen sus esfuerzos a culminar con la creación de la paz.

Y así, crearemos ese sueño: la paz. Por fin, podremos vivir en una realidad, y no en un poema o un artículo. Empero, antes del gozo, auguro dificultades. En sus respectivos fueros internos deposito esta oferta. ¡Paz o barbarie!

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