Todo esto me ha hecho pensar mucho en la diferencia entre la inteligencia y la practicidad, posiblemente sea lista la persona que vive más años y mejor en este planeta. Yo, frágil y enfermizo, he aprendido mucho con el paso de los años, pensaba al principio que era inteligente la persona capaz de aprender conceptos abstractos, pero me he ido dando cuenta que quizá sea más bien listo, y la llamada inteligencia ha dejado de interesarme al igual que los títulos honoríficos y los premios. ¿ Para qué sirve todo esto si ya estás casi presentándote ante el juicio final, que es en el fondo el juicio sobre uno mismo?.
¿En qué consiste ese juicio individual del que habla la Biblia, previo al llamado juico final o universal, que acontece no con el final de los tiempos, esto es con el final de este lapso temporal que conocemos como tal y del que sucede ese otro mundo transfigurado en el que ya no existe la muerte, vencida y superada por el primogénito de los vivos, el resucitado que avanza hacia la vida eterna?.
Esto que relato no es una falacia, es la creencia firme de mil quinientos millones de personas.
Pues bien, el juico individual nos lo hacemos nosotros mismos y consiste en que nos ponen o nos ponemos un amplio espejo enfrente en el que de repente nos miramos y nos reconocemos tal como somos, con nuestros ojos verdes, pero también con nuestras arrugas, nuestras manchas, nuestras canas y nuestras imperfecciones. O sea, no lo que hemos hecho por y para nosotros, sino lo que hemos hecho por los demás generosamente, sin pensar en nosotros, perdiendo un poco la vida para dársela a los otros.
Ese es el reflejo implacable que se abrirá ante nosotros nada más atravesar el velo de la muerte. Claro, hay mil quinientos millones de habitantes que creen en él, porque los otros no creen en nada más que en la extinción absoluta del yo, la oscuridad eterna.
Pero por hoy ya está bien.