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OPINIÓN

La caza, un sangriento y doloroso oficio

Por Ana Sáez Ramírez

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Se podría decir que la sartén y la parrilla de los hogares actuales se han convertido en los sustitutos de los antiguos altares de sacrificio, donde para honrar y agradar a Dios se inmolaban miles de victimas animales. Igualmente la mesa de cocina sirve como banco de descuartizamiento donde sacar las entrañas a los cadáveres de animales previamente matados a manos de un matarife. El origen de todo este comportamiento sangriento en todos los tiempos fue dictado por los sacerdotes, sin embargo ¿qué dijo Jesús de Nazaret al respecto? “Lo que hagáis a la más pequeña de mis criaturas, eso me hacéis a mi”. (Mateo 25.40)

 

Desde hace más de 3000 años Dios llama y advierte a través de Sus profetas verdaderos, por ejemplo a través de Moisés nos dio el Mandamiento «No matarás». A través de Isaías dijo: (Isaías 1, 11) «Estoy harto de los carnero que quemáis en holocausto como sacrificio y de la grasa de vuestros bueyes». Y A través de jeremías (Jeremías 6, 20): «Vuestros holocaustos no me complacen. Vuestras matanzas de sacrificio no me son gratas».

 

Realmente nos ha sido ocultado que toda vida, todo ser, lleva en sí el hálito de Dios y por consiguiente es una parte de la gran Unidad de la Creación. Quien perjudique intencionadamente al más pequeño elemento de la Creación, sea una persona, un animal, una planta o los reinos minerales, obra contra uno de los más pequeños y por consiguiente, le ha hecho eso a Él, al Cristo de Dios, quien como Corregente de la Creación es existencia omnipresente y por tanto tiene parte en todo.

 

Contemplemos una forma especial de menosprecio animal, la caza. El cazador es alguien de quien normalmente se piensa que está dotado de sentimientos y de entendimiento y que además conoce el Mandamiento «No matarás», se provee con armas y merodea por campos y bosques, el espacio vital de los animales. Furtivamente irrumpe en el hogar de ciervos, liebres, zorros, jabalíes y muchos otros seres vivos para realizar su sangriento oficio. Sus víctimas son seres que sienten, que tienen una fina sensación y sentidos sensibles y que registran con finos matices todo lo que sucede a su alrededor. Ellos respiran el mismo hálito que el hombre que se acerca furtivamente para asesinarlos.

 

El comportamiento de los animales está orientado a la vida en común. Ellos viven –en la medida en que el hombre no lo entorpezca–, en una estructura social que se basa en la unidad. El cazador irrumpe en esa unidad. A su arbitrio elige y se lleva a determinados animales, juega a ser juez sobre la vida y la muerte pues no conoce su verdadero origen y mata a sus parientes más cercanos. De forma taimada se desliza entre el ramaje, elige lugares para colocar comida a los animales para, llegado el momento, eliminar con el disparo mortal su incipiente confianza. Como justificación para el matar por placer, se argumenta que hay que reestablecer el equilibrio de la naturaleza.

 

Pero qué dice en la actualidad Dios, el eternamente sabio y Creador del Universo en Su Palabra dada a través de Su profeta y enviada, Gabriele de Würzburg: «Yo soy el equilibrio en todo el infinito y también en los reinos de la naturaleza de la Tierra. Yo no necesito hombres de peso aparentemente equilibrados, que creen que tienen que mantener el equilibrio de la naturaleza».

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