Experta en Ramón Gómez de la Serna, y coordinadora de sus obras completas, Francisco Umbral la denominaba con buen criterio “la viuda blanca de Ramón”, pues lo sabe todo del autor de las “Greguerías”. Ioana califica a Ramón de “genio cansino”, porque aún, siendo un escritor interesante, tenía incontinencia de escritura. “Él escribía todo el tiempo, hasta el punto de que Ignacio García Ramos, se dio cuenta de que en la foto de su féretro, Ramón tenía la mano derecha más hinchada o más grande, de tanto escribir”, cuenta Ioana.
“Era un grafómano que no controlaba la escritura. Un manantial sin fin, como también lo afirmó Alonso Zamora Vicente, por eso se presta a preferencias de libros o etapas. A mí me interesa más el primer y el último Ramón, por las circunstancias que revelan. También su trabajo en la revista “Prometeo, publicación que creó su padre y que tiene una trayectoria y contenido asombrosos”, añade Ioana.
Para la hispanista, “Automoribundia”, “El libro mudo” y “Morbideces” estarían entre los libros más interesantes de Ramón, sobre todo el primero.
Zlotescu rumia el escribir un ensayo sobre la “literatura de la mismidad”, que no hay que confundir con el narcisismo, aunque también lo tuviera Ramón. “No se trata de la literatura autobiográfica o las memorias, sino de analizar su “realismo lateral”, como el escritor lo expresó en el prólogo de “El hombre perdido”, cuando dice con claridad: “miro la realidad lateralmente”. Ramón es un escritor realista, pero no de frente, sino de modo lateral para poder entrar en los secretos, a base de hacerlo por ventanucos, que permiten observar muchos matices”.
“Mi enfermedad, por la pérdida paulatina de mielina, me resta energías”, confiesa la hispanista, que llegó a dirigir el Instituto Cervantes de Bucarest, su ciudad natal, en 2000, después de más de 30 años de haber huido del régimen comunista de Ceausescu.
“Fue un regalo para mí tener este cargo, al que me insistió para que aceptara Fernando de la Fuente, entonces director del Instituto Cervantes. Tuve tanto interés en no defraudarlo, que trabajé intensamente para hacer de la institución un lugar interesante de cultura. Por Bucarest pasaron numerosos escritores españoles e hispanoamericanos de prestigio, entre otros Jorge Semprún, que tuvo una intervención inolvidable”.
Le pregunto por su llegada y decisión de quedarse en España y menciona con agradecimiento a Carmen Llorca, profesora de Literatura en la Facultad de Periodismo de Madrid, donde Ioana daba clases de “Historia Universal de la Prensa”, como PNN -profesor no numerario, donde coincidió con otros profesores rumanos: Vintila Horia y Mónica Nedelcu. “Vintila Horia era tan brillante dando sus clases de Literatura Universal, que sus clases se llenaban de gente, incluso de izquierdas, que iba a escucharlo con admiración”.
Pero volvamos a Carmen Lorca, quien le pidió que la sustituyera en las clases, durante un viaje que tuvo que hacer a París. “Como no era mi asignatura, me prepare´ aquellas clases a conciencia, para dejar en buen lugar a Carmen Llorca, y por si los alumnos me hacían preguntas al final de la exposición”. Fue a partir de este favor, que le hice con gusto, cuando empezó nuestra amistad y me contrató para trabajar en su despacho de la calle Barquillo por las tardes. Ella sabía que yo ganaba muy poco dinero en la Universidad. Después ella misma insistió para que me preparase las oposiciones de TAC -técnico superior de la Administración Civil- y las saqué a la primera (dos mil candidatos para 10 plazas). Yo era muy concienzuda haciendo las cosas”. De ese tiempo recuerda un viaje institucional a China, con Cesar Manrique, Carmen Conde y otros escritores y artistas.
A partir de aquí, Zlotescu trabajó en el Ministerio de Cultura, en Palacio Real… al tiempo que seguía investigando y trabajando sobre el gran Ramón y traduciendo a distintos autores rumanos al español, como a Ciorán, con el que tuvo en un encuentro interesante en París, de la mano de un primo que fue compañero del filósofo rumano. Todos empezaron hablando en francés, pero al poco rato, Ciorán pidió que lo hicieran en la “la bella y selvática lengua rumana”.
Ioana Zlotescu en rica y caudalosa en su conversación, a veces me lleva a problemas filosóficos y metafísicos que me dejan temblando. No entiende que la creación esté bien hecha, si todos dependemos de una cruel cadena trófica. Y yo me quedo muda, que ya es decir. Ella ama de tal modo la belleza de la Naturaleza, que un día no se atrevió a comer una preciosa lechuga en forma de flor, porque hubiera sido romper la belleza.
Otras veces me plantea la diferencia clara y sutil entre la soledad querida o no querida. La “solitude” en francés “lo explica mejor”. “La verdadera soledad llega cuando nadie te necesita, no cuando tú necesitas a alguien. Es muy distinto”, insiste la hispanista. Ella ha cuidado con verdadero amor a sus padres, con los que viajó por todo el mundo, y a su gatita Pisuka que ha muerto recientemente, al cabo de 18naños, y, por ello, la hispanista está desolada.
Procedente de una familia burguesa de banqueros, su vida ha sido guiada por el azar, el destino, la providencia, la casualidad, la causalidad, el error, la equivocación… Yo le insisto para que escriba su testimonio en unas memorias, pero me placa diciendo: “No te olvides querida que yo soy investigadora y he de comprobar cada uno de los datos, no como tú, que eres escritora y tienes el campo más libre”.
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