Cuando medito en la madrugada y no miro al monte Abantos, lo hago a la pintura de San Juan Bautista, patrón de los Caballeros de Malta, cuadro manierista de escuela española, a la que la familia le cortó la escena y cenefa superior, para hacerlo asequible a las proporciones del salón. Esta barbarie artística se ha hecho con cierta frecuencia en la pintura religiosa de gran formato, entre las familias nobles españolas, para adaptarla a las nuevas viviendas de techos más bajos y menos palaciegos. Recordemos que el San Sebastián del Greco está cortado por las piernas en el Museo del Prado, que adquirió ambas partes en distintas procedencias.
San Juan Bautista lleva el Agnus Dei como atributo, junto a los hermanos apóstoles: San Pedro con las llaves y San Andrés con la cruz en aspa.
El esposo de la abuelita María, condesa viguesa, era Caballero de Malta y Gentilhombre del Papa, de ahí la presencia de este cuadro en la casa escurialense. El hijo, compositor musical, estudió en el internado de los Padres Agustinos de El Escorial, un centro de prestigio, donde coincidió con el presidente Manuel Azaña, mayor que él, y vio como lo expulsaban. Tomás Paredes, presidente de honor de la Asociación Española de Críticos de Arte, estudió igualmente en los Agustinos de El Escorial, pero ya en tiempos posteriores.
Cuando murió el conde, la condesa viguesa despidió a la cocinera al día siguiente. La abuelita sabría por qué. En familia circula la hipótesis de que ella era mucho más joven que él y ya se sabe de las exigencias. Se supo que la cocinera murió de un golpe en la nunca, cuando sacó con fuerza la llave de una cerradura de puerta, que se resistía.
Si miro al exterior de la casa, hacia el cercano monte Abantos, veo la casa que cierra la salida de los jardines a la calle y los deja encerrados en un triángulo. Según leyenda de la urbanización Parque Real -en El Escorial todo es real-, los constructores dijeron a los compradores, que nunca construirían en ese lado, pero al cabo de un tiempo lo hicieron, pese a protestas de los vecinos. Uno de ellos los denunció ante los tribunales y cuando el pleito iba avanzado, los constructores le ofrecieron una de las viviendas gratis o a precio ridículo y se paralizó la reclamación.
Todos tenemos un precio. ¡La condición humana! Como para creer a Jean Jacques Rousseau y su filosofía sobre aquello de que el hombre es bueno por naturaleza y que la sociedad lo deteriora. La primera vez que lo leí en mi libro de Filosofía, dije: ¡Ja!, seguido de una carcajada, cuyos ecos todavía se escuchan en el internado donde estudié, en la Compañía de María de la Rioja, fundada en Burdeos por santa Juana de Lestonac, sobrina del ensayista Montaigne, para educar a las niñas y jóvenes señoritas.
Todas las casas encierran historias y secretos. Esta de El Escorial no escapa a ello. Su contenido venía de una gran vivienda de 400 metros cuadrados en la plaza de las Cortes en Madrid, a otra de 200 en El Escorial. Esta última estaba tan atiborrada de cosas, que la aligeré donando los archivos, la biblioteca, el piano y los retratos ovales de antepasados carlistas, a la Diputación de Pontevedra, provincia de la que era oriunda la familia de los condes. Allí se hizo una gran exposición y catálogo que da cuenta de la amplia donación. Se contaba en familia, que los retratos carlistas pusieron en situación incómoda en una visita de Alfonso XIII. Pero este monarca tenía sentido del humor.
Solo reservé para El Escorial el comedor estilo manuelino (galaico-portugués), idéntico en su talla al del palacio portugués Da Pena en Sintra,y unos muebles alfonsinos, “de luto”. También queda la vajilla de escudos y la cristalería de Baccarat, donde como niños, damos chasquidos con el índice y el pulgar, para escuchar el sonido cristalino, que se prolonga unos largos segundos en el aire.
Entre los apellidos de la condesa viguesa está el de Spínola y el árbol genealógico con este apellido, se lo regalé a la pintora Mayte Spínola, que lo guarda celosamente en el despacho de su Hotel del Agua en Marmolejo (Jaén). José Antonio Spínola, su hermano, escribió el mejor libro que hay sobre la trayectoria del apellido Spínola que viene, en su origen, de Génova, y que tiene una pequeña espina de la cruz de Cristo como símbolo.
Me acerco al frigorífico para tomar un refresco y veo que se ha fundido la luz interior del mismo, aunque puede verse bien el contenido, por la buena luz de la ventana de la cocina. Así se va a quedar hasta mis herederos, ya que soy alérgica a la presencia de operarios para su arreglo; me producen erisipela cuando aparecen por casa. Las incidencias domésticas pueden acabar con una crónica. Lo solemne decae de inmediato, con las pequeñas miserias cotidianas.
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