Las sorpresas no faltan, cuando se asalta la casa una vez al año, siempre en estío: la primera una cuantiosa derrama para arreglar la piscina, que me va a dejar seca, y la segunda, la maravillosa televisión antediluviana, que funcionaba divinamente, ha dejado de funcionar, por más que yo insistía con el mando. La culpa no es del aparato, que yo presumía eterno, sino -me lo aclaró mi hija por teléfono- debido a la nueva disposición administrativa del TDT, por lo que las antiguas TV en HD, necesitan un adaptador, que al parecer la vetusta mía, ni siquiera acepta. Ya no podré presumir de antigua pantalla, donde más de uno intuía los programas en blanco y negro y salía color.
Alfredo, mi vecino ebanista, hombre amable, me asesora en estos casos, y hemos quedado en ir juntos a comprar una tele. Todavía es bueno para las mujeres ir acompañadas de un santo varón, porque hay vendedores recalcitrantes, que torean a las mujeres, creyéndolas menores de edad, segundo sexo o directamente tontas, para colocarles mercancía deficiente o a punto de caducar. Voy a comprarla, antes de pagar la derrama, por si acaso.
Lo mejor de El Escorial es la gente, los viejos amigos del veraneo escurialense. Me gusta coincidir con la enfermera Lola Madrid (nombre de actriz), porque ella -que debe olvidar mi nombre- me saluda con un “hola princesa” y me despide con un “adiós princesa” (como el título del libro sobre Letizia). Soy sensible a los tratamientos y, con Lola, me siento hija de rey por unos instantes. En esta ocasión, Lola Madrid me pidió en la iglesia de los Corazonistas, que leyera la segunda epístola de la misa, y yo, la obedecí con gusto.
Para paliar las tórridas temperaturas de estos días, o mejor de estas noches, un grupo de amigos del Ateneo Escurialense nos fuimos a cenar al restaurante Fuente del Seminario, que está en medio del bosque de la Herrería, entre árboles frondosos. Lo pasamos muy bien, no solo porque comimos longaniza de Grau con pimientos verdes, alitas de pollo y tortilla de patatas, generosa ensalada mixta, con un buen vino de Rioja, sino porque las conversaciones y las risas se alternaban con el condumio.
El dueño del restaurante Carlos Agudo Garrido ha publicado este año el libro “Los paisajes de El Escorial”, editado por el Instituto de estudios Madrileños, donde aborda los distintos parajes del Real Sitio en todos sus aspectos. Se detiene con atención en el campo geológico, para placer de Carolina Daneiko, geóloga, que reside cerca del gran observatorio de Robledo de Chavela y nos dio una “conferencia” apasionante sobre el cambio climático en marcha, debido en buena parte a cuestiones geológicas y no tanto al descuido de los ciudadanos, como pretenden culparnos los políticos y otros barandas desaprensivos. Incluso nos anunció una posible glaciación de Europa, si una corriente antártica avanza, aunque por el momento se ha detenido, si no entendí mal. Todos la escuchábamos ojipláticos.
Detrás de nuestra larga mesa de once comensales al aire libre, reposaba una serie de piedras de distinto orden, con sus nombres científicos correspondientes, de los que solo recuerdo el de granito.
El Escorial tiene mucho que decir y no solo de geología, Soledad González Clemente, y ex directora del Ateneo Escurialense, también ha escrito este año otro libro sobre el Real Sitio, titulado directamente “El Monasterio de El Escorial”, editado por la Universidad Francisco de Vitoria, de la que es profesora. Lo presentó en la reciente Feria del Libro de Madrid. De El Escorial nunca se hablará bastante.
Ciertamente el Escorial y su Real Monasterio filipino dan para mucho. Es fuente de atracción turística y, por tanto, económica, para este lugar hermoso, que perteneció a Segovia en tiempos de Felipe II, que, ahora es limítrofe con Ávila y que está incardinado en una historia de sexmos, pero de esto hablaré otro día.