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El Escorial, El Cedro del Líbano, La Silla de Felipe Ii, Juan Yoc y El Real Monasterio
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El Escorial, El Cedro del Líbano, La Silla de Felipe Ii, Juan Yoc y El Real Monasterio

  • Fotos: Saslovsky y Zapisek

Por Julia Sáez-Angulo
lunes 13 de febrero de 2023, 23:08h

13FEB23 - MADRID.- De El Escorial “nunqvam satis”, que dirían los latinos. Me piden que haga de guía del Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial para que lo conozcan Verónica Saslovsky y su hijo Jano, dos argentinos recién llegados. No me resisto, porque dar un paseo por El Escorial en invierno es tentador.

El Escorial, El Cedro del Líbano, La Silla de Felipe Ii, Juan Yoc y El Real Monasterio
El Escorial, El Cedro del Líbano, La Silla de Felipe Ii, Juan Yoc y El Real Monasterio

La niebla de primeras horas de la mañana cubre las cimas del monte Abantos, las Machotas y el pico de San Benito. Atravesamos con el coche el jardín mustio del Hotel Felipe II, donde antaño los acomodados curaban la tuberculosis. La luz fría e irreal envuelve el paisaje como en un cuadro metafísico de De Chirico, afirma Adriana Zapisek que es pintora.

Llegamos al restaurante La Horizontal y se impuso de manera natural un rato de senderismo entre árboles que desconocen la poda, árboles de hoja perenne o caduca, alternado el verde oscuro con el gris blanquecino. Jano quiere ver la nieve, porque la desconoce, pero estamos a tres grados y no es posible. Entramos en La Horizontal y el encargado nos muestra las viejas fotos del célebre restaurante, cuando solo era un merendero.

No podríamos dejar a los dos nuevos visitantes argentinos sin cumplir con el rito de todos los turistas: subir a ver y sentarse en la silla de Felipe II. Todos pusimos allí sus posaderas y contemplamos el Real Monasterio, desde el mismo lugar que lo hizo el rey culto y renacentista de la Monarquía Española, aquel que regía el Imperio en los que no se ponía el sol.

Recordamos la leyenda que cuenta como el emperador Carlos V advirtió a su hijo Felipe II: “Si quieres conservar tus reinos, deja la capital en Toledo; si quieres ensancharlos, llévala a Lisboa; si quieres perderlos, sitúala en Madrid. El Monarca hizo nombrar Madrid como capital del Imperio, y Magerit dejó de ser una sede provisional como antes lo había sido Valladolid durante su mandato. Y lo hizo, tomemos nota, porque estaba cerca de su amado monasterio/palacio de El Escorial.

Leí en voz alta que Patrimonio Nacional gestiona ocho Palacios Reales, cinco Residencias Reales de Campo y diez Monasterios y Conventos fundados por la Corona, además 20.500 hectáreas de bosque y 589 de jardines históricos, de las cuales 154 han sido reconocidas como Paisajes Culturales Patrimonio de la Humanidad. Claro que el Imperio se esfumó y solo lloramos cuando se perdió la última colonia, nuestra perla: Cuba.

Estábamos en la Casita del Príncipe Don Gabriel, el pabellón de caza de arriba y un señor que escuchó dijo: “¡Que buena guía llevan ustedes!”. Sonreímos. No falla, la mejor guía es la que lo sabe todo y, cuando no, se lo inventa. Contemplamos con admiración el cedro del Líbano en el jardín, árbol de más de cien años con ramas hermosas como brazos de un candelabro singular, árbol protegido por la Comunidad de Madrid, como es el pinsapo, en torno al cual se construyó el auditorio del Real Sitio.

No solo de piedras se vive en El Escorial, el número de senderistas por el bosque de La Herrería era infinito. La altura de las montañas es una llamada a elevarse. Algunos buscan el lugar de contemplación conjunta que tuvieron Velázquez y Rubens en su momento para ver el Real Monasterio. Las coníferas se alternan con los castaños y encinas en una sinfonía contenida de color… La Naturaleza y los pensamientos sagrados a los que conduce despiertan el apetito.

Nos dirigimos a donde teníamos reserva, al comedor acristalado del Hotel Miranda Suizo, donde veraneaban y se conocieron la reina Giovanna de Bulgaria (nacida Saboya) y la poeta Fina de Calderón y allí nació una estrecha amistad para siempre, como consta en las memorias de la escritora. Los adultos optamos por los pimientos rellenos de salmón y las patatas revolconas (Adriana las pidió para conocerlas, cuando le dije que yo las había comido el día anterior en casa de los pintores Mercedes Ballesteros y Pablo Reviriego). Estaban buenas, pero las de Mercedes son mejores. Jano optó por la carne asada, casi un chuletón de Ávila excelente, que no pudo terminar.

El pintor guatemalteco Juan Yoc nos esperaba a las cuatro en su casa-estudio, en plena ladera de San Lorenzo, donde apenas se puede aparcar y el todoterreno de Mario Saslovsky subía con una inclinación de 180 grados o así y el auto nos aguardó en un descampado. La acogida, con buena pintura y hermosos collages, fue amable y hospitalaria por parte de Yoc y Leticia. El artista se prepara para exponer en Baréin y en Guatemala. Está en un momento pletórico de esos que los artistas tienen que aprovechar. Mario le invitó a presentarse en el Certamen de Pintura Abstracta que lleva su nombre.

Ya solo queda visitar el Monasterio construido por Juan de Herrera, que es a la vez Palacio, Real Basílica, Real Biblioteca, Panteón Real, Colegio de Infantes. Jardín del Rey, de la Reina y de los Frailes… Imposible verlo todo, además Jano se impacienta. Tanta cultura y vida cultural aturde. Optamos por visitar el Patio de Reyes, presidido por la estatua de Salomón, al que quiso emular Felipe II en la construcción de un gran templo. Entramos a la basílica, vimos el célebre y púdico Cristo de Cellini, sacamos una foto y el vigilante nos llamó la atención por prohibida. Recorrimos con calma el templo y sus pinturas sobre los padres de la Iglesia y santos de altar; vimos su bello tabernáculo, frescos en el techo (con poca luz en ese momento), órganos, púlpitos con tornavoz, edículo de Semana Santa, tenebrarios… Magnífico.

A la salida dije que ya solo quedaba por visitar el Real Coliseo de Carlos III, esa bombonera exquisita para teatro de Corte, pero Jano se plantó y dijo que ya estaba bien y que sería más razonable volver a casa para dibujar su maestría en el cómic y en la animación que es lo suyo. Accedimos, porque el muchacho tenía razón, pero antes pasamos a tomar café o chocolate a la española con churros en el Miranda Suizo. Los platos de picatostes salían calientes y continuos de la cocina, ante el asombro de los argentinos. Es la especialidad de la casa, les expliqué: chocolate con picatostes. ¡Qué ricos! ¡Lástima que engorden!

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