Dominando la ciudad sobre un promontorio en forma de cuña entre dos depresiones y la zona de la medina se alza esta ciudadela-fortaleza, pues eso son las alcazabas, que aúna la parte militar y civil, ya que en ella se refugiaba la población cuando se temía un ataque enemigo. A esta población civil se destinaba el primer recinto de los tres que la forman. Es el que, para los no versados en la arquitectura islámica, tal como está en la actualidad más nos relaciona con el gusto árabe por la abundancia de jardines, fuentes y cauces de agua cuyo sonido relajante hace especialmente grata la permanencia en estos espacios que además nos brindan hermosas vistas. Al norte, el único resto de la muralla que rodeaba toda la ciudad y el cerro de San Cristóbal. Al sur la Almería actual. También el mar, ese Mediterráneo que para los musulmanes de entonces era su negocio, su alimento y también su peligro.
Mandada construir el año 955 por el primer califa de Al-Ándalus, Abderramán III, con la intención de defender de las incursiones de los piratas berberiscos al que entonces era el puerto más importante del Califato de Córdoba, fue engrandecida por Almanzor y sobre todo por Hayrán, el primer rey taifa de Almería durante el primer tercio del siglo XI.
Sobre el gran muro que divide el primer y el segundo recinto, la campana de La Vela. Su tañer anunciaba desde las horas del agua para los agricultores hasta un incendio o la aproximación de un barco enemigo. Tras cruzar ese muro entramos en lo que era la ciudad palaciega, con mezquita, baños y tiendas. Destruida por el fortísimo terremoto que arrasó Almería el año 1522, sólo quedó en pié la pared donde se halla el balcón de la concubina favorita del rey, con su leyenda de amor trágico por un prisionero cristiano.
Cruzamos una nueva puerta y ante nuestros ojos se ofrece algo totalmente diferente, un castillo cristiano. Lo mandaron construir los Reyes Católicos tras la conquista de Almería el 26 de diciembre de 1489, y ampliado por su nieto Carlos I , para adaptar la anterior edificación, el alqásr árabe, a las nuevas necesidades militares, especialmente la artillería. En la pasada década de los sesenta fue escenario privilegiado de representaciones teatrales, y actualmente se ofrecen otros espectáculos.
Volvemos sobre nuestros pasos, ya más cómodamente pues todo es cuesta abajo, para salir del conjunto histórico por la misma puerta por la que accedimos, la de la Justicia, diseñada de tal manera que si algún enemigo conseguía superar la muralla de la ciudad, y el curvado camino de acceso, se encontraba en un pequeño laberinto tan difícil de superar que sólo lo consiguió el poderoso ejército cristiano tras muchas vicisitudes. Sobre nuestras cabezas la torre de los espejos, así llamada porque desde ella se hacían unas señales, que hoy definiríamos como codificadas, a los barcos que se acercaban a la costa y según su respuesta los identificaban como amigos o enemigos.
De nuevo en la ciudad será el momento de reponer las energías gastadas, bien en la medina, el barrio árabe, con establecimientos que son una prolongación del mundo musulmán que acabamos de abandonar, o continuar la marcha hacia algo más autóctono. Se encontrarán muchos bares donde tomar un aperitivo o, para mí, lo más aconsejable: comer a base de tapas, y me voy a permitir recomendarles tres muy clásicos, con la solera y el prestigio que dan el llevar muchos años de buen hacer. Uno, el primero que se encontrarán, en la calle Real, junto a la plaza Vieja, donde está en Ayuntamiento, es “Casa Puga”. El otro en la ciudad moderna, en la calle Reyes Católicos, junto a la Diputación y el Mercado Central, muy interesante de visitar, es “El Quinto Toro”. Por último el más alejado, al final de la calle Real ya cerca del puerto, es “Casa Joaquín” En ellos, y en otros muchos, podrán hacer realidad la frase con la que Almería quiere continuar siendo un referente gastronómico tras las doce campanadas de fin de año, cuando acabe su capitalidad española de la gastronomía: “Almería, para comérsela”. Buen provecho.