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Adelina Covián, pintora singular, extravagante y genial a su manera
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Adelina Covián, pintora singular, extravagante y genial a su manera

  • Va a exponer en el Ateneo de Madrid a favor del Padre Ángel

Por Julia Sáez-Angulo
lunes 13 de agosto de 2018, 18:50h

Por Julia Sáez-Angulo

12AGO18 – MADRID.- Ser amiga de esta mujer, pintora, extravagante y genial a su manera, es un privilegio que no todos tienen, por muy cordial que ella sea con la gente. Con su recogido italiano (moño plátano se dice en lengua coloquial), la pintora ágil y expeditiva, con mirada misteriosa de búho, tiene un flash a lo Doris Day fuera de temporada, pero más delgada y original que la actriz sesentera de Hollywood, porque ella, Adelina, no come ni duerme. Ya lo explicaremos más adelante.

La noticia próxima de la pintora Adelina Covián Camino (Oviedo, 1940), residente en Madrid, es que va a exponer durante la primera quincena de septiembre de este año en el Ateneo de Madrid y lo que se recaude de la venta será para la obra Mensajeros de la Paz del Padre Ángel, a quien conoce y trató desde su juventud en Asturias, porque el popular clérigo es paisano suyo. Con el tiempo, ambos llegaron a la capital de España donde residen en sus respectivas actividades y particularidades.

Adelina Covián de familia noble, creció en el palacio asturiano de los Covián, rodeado de vacas sosas y melancólicas que tenían la mirada perdida en el horizonte. A los cinco años, la niña Adelina dejó de comer ante la preocupación de su tata y de sus padres. El médico le interrogó sobre el por qué de aquella dieta tan rigurosa, pero la niña, con mirada misteriosa de búho, no contestaba. El galeno, que sabía latín, le dijo que si no le decía por qué no comía se quedaría a dormir en la noche con ella. Entonces la niña confesó: “No quiero comer para no hacer caca como las vacas”.

La cosa no terminó ahí. La niña Adelina no dormía por las noches. Lo descubrieron las tatas cuando las incordiaba pidiendo agua, galletas, leche y todo lo que imaginaba para que encendieran la luz. El médico volvió a enfrentarse con la misteriosa mirada de búho de la niña y dijo a sus padres que la dejaran dormir o no dormir, pero con la luz encendida. Así, la niña Adelina campaba a sus anchas como un fantasma por los corredores del palacio asturiano de las vacas sosas y melancólicas.

“He pasado las vacaciones de mi infancia en el campo de las aldeas asturianas”, explica Adelina Covián Camino (Oviedo, 1940). Nosotros teníamos en Valdesoto el palacio de Camino y Covián y yo me movía entre aldeanas y mineros, gente muy grata. Recuerdo a los milanos que planeaban en su vuelo y con una agilidad pasmosa se lanzaban a comerse las gallinas”. Esos milanos aparecen representados en algunos de sus cuadros.

Adelina pinta con el empeño y la velocidad que le caracteriza: paisajes, marinas y algún retrato. Asiste con regularidad al estudio de Jaime Sánchez, más para compartir tiempo e ideas con ogros colegas, que para seguir sus enseñanzas, porque ella es muy suya y pinta a su manera, es decir: como le da gana. Pinta paisajes de nostalgia de su querida Asturias, los que absorbió desde su palacio y los reinterpreta una y mil veces, con dos personajillos a lo Corot, que dotan al cuadro de escala humana. Le gusta pintar la lluvia, la nieve –a mí me gustan sus nevadas- y algunas playas.

Le gustan las antigüedades, los brocanters, las vejerías, los cachivaches y los archiperres; como tiene un anticuario cerca de su casa, a Adelina le gusta conversar con él y siempre le compra algún “pongo”, como dicen soto voce los profesionales. Cuando ella llega a su casa se hace pregunta: ¿dónde lo pongo? En su casa reina el horror vacui del Barroco. A veces, cuando quiere renovar, regala pongosy el vestuario a las amigas, este último más difícil de aceptar, porque su talla es la de sílfide.

Adelina pinta mucho, porque dice que sigue sin dormir y la noche es larga y silenciosa, sin teléfono y sin incordios de la vida cotidiana. Reconoce que al no dormir, a veces se siente cansada; ha probado a tomar pastillas, pero explica que no le hacen nada y, en un momento bajo de hartura en la noche: se vistió de gala, se maquilló como para una fiesta y se tomó todas las pastillas que quedaban en el blíster y esperó a la Dama del Alba. Tumbada en su cama, vio de pronto unas sombras en el techo, que le inspiraron un cuadro y se levanto para pintarlo con todas las galas hasta la madrugada, en que seguía con su mirada misteriosa abierta de ojos de búho.

Uno de los hijos de Adelina le contó a una colega artista que la espiaba, -la cual me lo ha reportado a mí en secreto-, que su madre come y duerme poco, como un pajarito, pero come y duerme algo, poca cosa, versión digna de aceptar, dadas las leyes de la biología, frente a la afirmación rotunda de Adelina de que ni come, porque todo le sabe igual, ni duerme, porque no lo necesita. Sus amigas habíamos llegado a que era un espíritu inmortal y la creemos eterna.

La pintora Adelina Covián, más allá de su personaje, ha pintado ex profeso para la exposición en el Ateneo de Madrid durante la próxima quincena de septiembre 2018, cuadros de pequeño y mediano formato, también dibujos, con la esperanza de poder vender para la causa solidaria de su querido Padre Ángel, otro asturiano de pro como ella.

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