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Barcelona modernista

Casa Fuster
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Casa Fuster

La Ciudad Condal, más que Gaudí

Por Jesús Caraballo – Miembro de FEPET

viernes 16 de diciembre de 2016, 02:58h

16DIC16 – MADRID.- No hay una Barcelona, sino que habría que hablar de un sinfín de Barcelonas, tantas como el viajero quiera descubrir: está la Barcelona olímpica, la gótica con su entramado de calles medievales… pero si hay una seña de identidad de la Ciudad Condal es el modernismo, arte con el que sin duda atesora algunos de sus monumentos más señalados.

Hospital Santa Cruz
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Hospital Santa Cruz

El modernismo guarda una estrecha relación con el art nouveau, pero con un toque catalanista, como expresión de la riqueza de la Barcelona del siglo XIX, y que conoce su esplendor a finales del XIX y principios del XX.

Y no sólo el más reconocible, la aún inconclusa Sagrada Familia, consagrada apenas hace unos años por el Papa emérito Benedicto XVI, o el Parque Güell, entre otras de las obras más afamadas del artista por antonomasia del Modernismo catalán, Antonio Gaudí y que darían cada una de ellas para escribir un tratado.

Basta con pasearse por las calles barcelonesas y, muy especialmente por las populares Ramblas y el Paseo de Gracia, para dejarse seducir por las formas arquitectónicas que, con su inspiración en la Naturaleza, trataban de romper con la frialdad de las construcciones industriales del XIX. Se trata de un estilo propio y singular, que encuentra carta de naturaleza en las numerosas edificaciones que jalonan las calles de Barcelona. Si además, se tiene la suerte de poder disfrutar de la visita en las fechas prenavideñas, en que edificios y avenidas se engalanan para celebrar el anuncio de la venida del Hijo de Dios, el placer es aún mayor, y de paso, se pueden visitar los numerosos mercadillos navideños, como el de Santa Lucía.

Un edificio interesante y que se distingue por ese espíritu rompedor, es el Hospital de la Santa Cruz y San Pablo, obra de Doménech i Montaner, que precisamente por su rechazo a la monotonía urbanística del barrio de l’Eixample, diseñó el considerado como primer hospital moderno de Barcelona, con una inclinación de 45 grados con respecto a la cuadrícula de las calles. La decoración estaba pensada para una más pronta recuperación de los enfermos.

Y ya metidos en pleno Paseo de Gracia, llegamos a la Manzana de la Discordia, donde vamos viendo una sucesión de casas, en las que la burguesía catalana de la época competía a ver quién levantaba el edificio más extravagante. La Manzana de la Discordia atesora los mejores trabajos de tres de los más grandes arquitectos del momento. Doménech i Montaner acabó de edificar la Casa Lleo – Morera, en 1905. Una bella construcción que, pese a la reforma acometida en los años cuarenta del pasado siglo, ha conseguido preservar su estilo y sus balcones curvos.

La Casa Amatller, obra de Puig i Cadafalch, de 1898, tiene un patio interior y una escalera, como en los palacios del Carrer Montcada. En el exterior, se aprecia una hábil combinación de Gótico catalán y Renacimiento, con fachada de teselas brillantes y remate de gabinete.

Gaudí dejó su sello en la Casa Batlló, cuya remodelación acometió en 1906. Representa el triunfo de San Jorge contra el dragón. El tejado sería el lomo del dragón, el mosaico de teselas su piel, las ventanas representan los huesos de las víctimas y la torre sería la lanza del santo, patrón de Cataluña.

La Casa Milá, también conocida como La Pedrera, es obra de Gaudí, construida en 1912, para su mecenas y rico burgués Pere Milá Camps, quien más tarde se quejaría de que la extravagancia del artista le habría llevado a pasar serios apuros económicos. De hecho, el edificio fue objeto de burlas durante mucho tiempo. El marco de hierro que sostiene este edificio de siete plantas está totalmente camuflado detrás de una ondulante cobertura exterior de piedra, engalanada con balcones, cuyas incrustaciones de hierro forjado se asemejan a ondulantes hojas de algas marinas. El tejado también es ondulado y cuando llueve y sopla el viento tiene la apariencia de un barco perdido en un mar tormentoso. Unas esculturas representando grupos de centuriones hacen la función de chimeneas. Originalmente Gaudí previó una rampa en espiral, por la que los coches pudieran acceder directamente hasta la puerta de cada vivienda, pero esta idea resultó poco práctica. Sin embargo, lo que sí tiene la casa es uno de los primeros garajes subterráneos del mundo. En los áticos abovedados, el Espai Gaudí acoge exposiciones que dan a conocer la obra del arquitecto.

En el mismo entorno, otras edificaciones igualmente hermosas y representativas son la Casa Vicens, de Gaudí; la Casa Terrades – Casa Les Punxes, o la Casa Fuster, hoy reconvertida en hotel, de Doménech i Montaner.

Y además de admirar la explosión de creatividad e imaginación que se desprenden de cualquiera de estas obras, el viajero debe dejase llevar por el encanto de las calles y plazas del Paseo de Gracia, plazas tranquilas como como la de la Virreina o la del Sol y Rius i Taulet, salpicadas de animados cafés.

Este repaso, por fuerza breve, del modernismo en Barcelona, no puede concluir sin una referencia al Mercado del Born, uno de los mercados más emblemáticos de la Ciudad Condal, del siglo XIX, que desempeñó su función hasta la década de 1970. Tras 25 años de abandono, se recuperó como centro cultural y, en las obras de remodelación, se descubrieron restos bastante bien conservados de la ciudad, de los siglos XVII y XVIII.

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