El opio del pueblo

Las calles de mi barrio se tiñen de blanco. Brotan gritos de euforia. “¡Otra ronda más!”, exige un varón que derrocha simpatía. La alegría se ha instalado entre mi gente. El jolgorio no parece menguar. Los vecinos, que en otras ocasiones protestan, se unen al festejo. La victoria reúne a toda una población en torno a un sentimiento.

La afición culé clama rabiosa. En la ciudad condal, los seguidores del equipo azulgrana se unieron para acolchonar el fracaso acaecido en el campo. “Qué robo; qué mal…”, lamentaba una mujer en la Vía Layetana. Algunos se consuelan pensando en la liga, más cerca de ellos que de su gran rival.

El domingo, un día después del clásico, cientos de medios en todo el mundo publicaban una impactante noticia. Panamá se adhiere al largo elenco de sinaíes con legislación tributaria más flexible: Andorra, Bahamas, Belice, Lienchtenstein, Islas Vírgenes Británicas, Madeira, Suiza… Parece que empresas ficticias se adentran en este país centroamericano para proteger a sus máximos integrantes de los impuestos. Grandes personalidades, referentes mundiales, han optado por no contribuir con los servicios públicos de sus respectivos países.

El lunes entra en el calendario. A la vera de los resultados futbolísticos, penetra el hedor opiáceo. Parece que la impotencia ya constituye una característica más de esta sociedad nuestra. Florecen discusiones deportivas; y nadie atiende a la ringla de corruptelas.

Karl Marx escribió que “la religión es el opio del pueblo”. En el siglo XIX, pudiera ser que la religión anestesiara los pesares con los que cargaba la ciudadanía. Hoy, en el año 2016, la putrefacción colectiva es adormecida con fútbol. La indignación se canaliza con berridos en el graderío. Quizás, los bramidos son una evasión de todo lo que nos circunda.

El lunes, con el fin de semana sobre nuestros hombros, en la facultad de Derecho de la URJC, mis amigos hablaban del partido celebrado en el Camp Nou. “Ha sido un timo”, asegura Aroa. “¡No llores!”, replica José, burlonamente. “¿Pero quién va a ganar la liga?”, prosigue ella. “Espera; que aún quedan partidos”, zanja José, cuya faz ha mudado. Esta conversación ha sido reproducida en muchos puntos de España. Incluso, algunos vikingos se han despertado felices de sus camas; y algunos devotos del eterno Cruyff han saltado de sus lechos entristecidos.

El lunes, con el fin de semana sobre nuestros hombros, gracias a valientes investigadores, con el bolígrafo y con el papel, somos conscientes de que nuestro dinero —el de todos— ha sufrido otro robo. Hoy, gracias a estas intrépidas personas, hay indicios de que varios sujetos, con nombres, apellidos e historias, eludieron sus obligaciones fiscales.

Pero sólo es una excusa. Continúan cuatro millones de españoles en el paro. Allende nuestras fronteras, una turba de víctimas de la guerra solicita refugio. Los trabajadores ven menguar sus derechos. Los jóvenes ponen rumbo hacia otros pueblos lejanos. La intolerancia anega Europa, y el odio racial borbota. Empero, en la boca de la mayoría de mis vecinos aparece “Real Madrid” y “Barcelona”.

No obstante, es posible que el opio del que abominaba ese popular filósofo alemán de espesas barbas no sea tan negativo. A lo mejor, es necesario estribarnos en pequeños placeres, como el fútbol, para respirar y afrontar los abusos de nuestro tiempo. Acaso, el opio que narcotiza, crea pasión, personalidad y profundidad de espíritu. Tal vez, meditar y leer constantemente sobre asuntos elevados puede llegar a ser otro opio que, aunque no recogido en las obras más excelsas de la historia del pensamiento, esquive los cotidianos y más valiosos temas.

PD: he de concluir apuntando que esta nueva internacional habrá de dirimirse a tenor de la las instituciones pertinentes. Luego de comprobar esta información, Dice, la dama helenística de la Justicia, resolverá estos presuntos atropellos.

Marcos Carrascal Castillo (@M_CarrascalC)