Culto a la muerte

Algunos de estos rituales practicados por algunos pueblos de la Polinesia, Oriente e Indonesia son auténticas fiestas de despedida, con música, flores, frutos, joyas y lujosos vestuarios…., mientras otros más austeros, se limitan a unas pompas fúnebres, ropas y rictus luctuosos, tristes oraciones y un depósito en nicho alquilado, o enterramiento en sepulcro en propiedad para los más pudientes.

El tercer método más utilizado es el fuego, que acorta considerablemente el trayecto, tanto que no hay medio de transporte más rápido y eficaz que éste, para el último viaje. Las llamas consumen al viajero en menos que canta un gallo, y le convierten en ceniza para el abono de jardines y bosques, o esparcida al viento hacia las aguas de ríos y mares. 

Pero hete aquí, que en los últimos tiempos, al albor de la pretendida solidaridad que ahora se extiende hasta el post mortem, y de la necesidad de evolución de nuestra sociedad utilitarista y fagocitadora de todo y todos, ha surgido una nueva forma de explotar a los muertos. 

Se trata de la donación del cuerpo a Universidades y otras  Instituciones científicas para la realización de prácticas por los futuros doctores, aprovechando que ahora ya no duele el pinchazo, la extirpación o la escisión en canal, ni produce rubor ni placer alguno el toqueteo de nuestra desnudez.

Hasta ahí bien, que es necesario el avance de la ciencia médica y las prácticas forenses y quirúrgicas, para saber algo más acerca de nuestros complejos mecanismos biológicos y no menos desconocidas e innumerables patologías físicas.

Pero el problema reside en que cuando ya no queda víscera que extirpar, músculo que auscultar, ni hueso que extraer, cuando el viajero ya no ofrece interés a la Institución que lo recibió en donación, lo almacena cual saco de garbanzos, unos encima de los otros, sin delicadeza ni consideración alguna hacia el viajero del tiempo y el espacio.

Con ello no defiendo las actitudes necrófilas, ni los que guardan a su madre en el armario 20 después de fallecida, pero sí proclamo el derecho de los difuntos a que sigan su viaje sin estas vicisitudes que para nada ayudan a transitar por las nuevas dimensiones que atraviesan. Aunque solo sea porque ellos fueron nosotros y nosotros seremos ellos, dejemos que viajen en paz.

 (*) Joaquín García Martín

Escritor y poeta, ha publicado un libro de poemas y se apresta a la publicación de su primera novela. Psicólogo por la Universidad Autónoma de Madrid, es también Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Funcionario del Cuerpo Superior de Administradores del Estado, ha desempeñado distintos puestos directivos en departamentos ministeriales, y actualmente ocupa el puesto de Subdirector General Adjunto en el Ministerio de Fomento.