09NOV25 – MADRID.- He dado bandazos anímicos pero siempre ajenos al mundo material que me rodeaba. No me ha interesado ni el dinero, ni las cosas, ni los bienes; mi mundo era y sigue siendo un mundo de afectos y de sueños. En realidad he soñado en mi vida más tiempo y más intensamente que he vivido. No se crea el lector (y con este sustantivo abarco tanto a los hombres como a las mujeres) que estoy loco, ni mucho menos, muy posiblemente los locos son los que se creen cuerdos, los dedicados a los negocios, al tráfico de influencias, a las empresas, a la adquisición y venta de los inmuebles, de las fincas, de los caseríos, de los cortijos.
Vuelo como las aves muy alto; durante largos periodos es que ni me entero de esos afanes ajenos. He tenido maestras inefables, mujeres excepcionales que siempre me han acompañado en esta travesía tan curiosa, en la que solamente un hombre ha caminado sobre las aguas; yo iba en la barca, claro, y el espíritu de Dios me ha salvado siempre de las asechanzas, de los peligros, de las enfermedades mortales, de la soledad que a tantos aflige; en una ocasión un sacerdote amigo me sugirió hablar de la soledad, pero le respondí que me era imposible pues la desconocía y la ignoraba. Siempre me he sentido acompañado y querido, quizá porque en realidad iba por la vida ligero de equipaje.
Ahora que sé que el final puede estar en cualquier esquina, pero también con el convencimiento de que a un chico joven puede ocurrirle lo mismo solo que él lo ignora. Me diferencia del Germán joven fundamentalmente que he aprendido algunas cosas, y sobre todo las importantes las he aprendido cuando ha terminado el sufrimiento, porque el sufrimiento carece de sentido y solo cobra su verdadero valor cuando lo has superado, cuando has sacado de nuevo la cabeza por encima del agua.