En este contexto se destaca el papel de figuras como Álvaro de Luna, valido del rey; y de personajes de origen converso que accedieron a cargos de importancia. La crónica de su reinado, redactada en gran parte por Álvar García de Santa María, cronista oficial y él mismo judeoconverso, da testimonio del modo en que estos nuevos cristianos fueron paulatinamente integrándose en las estructuras del poder, aunque no sin despertar recelo entre los cristianos viejos.
Ambivalencia social
En uno de los pasajes más significativos, se relata el conflicto generado en torno a la figura del obispo Lope de Barrientos, confesor real y firme defensor de los conversos, frente a la oposición que representaban sectores eclesiásticos tradicionalistas y parte de la nobleza castellana.
“E por ende muchos de los que eran nuevamente convertidos, e otros de sus linajes, avían entrado en las dignidades de la Yglesia e en los oficios del Rey, e avían allegado muchas riquezas, e en muy gran estado vivían, lo qual causaba escándalo e murmuración entre los otros cristianos; e desto resultaron algunas discordias, que por poco non trujeron gran rompimiento en el Reino”.
Este fragmento ilustra bien la ambivalencia social hacia los conversos:
-por un lado, se reconoce su valía y eficacia en los asuntos de gobierno;
-por otro, se les reprocha su origen y se desconfía de la sinceridad de su conversión.
La reacción de Juan II frente a estos conflictos fue la de proteger, en la medida de lo posible, a sus colaboradores, aun cuando ello significara enfrentarse a parte del clero y la nobleza.
Un caso paradigmático en la crónica es el de Pablo de Santa María (antes rabí Salomón Ha-Leví), obispo de Burgos y padre de Álvar García de Santa María. Fue figura clave del converso en las altas esferas, aunque también uno de los ideólogos de la nueva posición crítica hacia el judaísmo. En una carta suya reproducida en la crónica, se lee:
“Assí como los judíos fueron antiguos maestros de la Ley, así agora nos conviene a los nuevos cristianos, enseñarla e defenderla con mayor fervor, por mostrar el valor de nuestra conversión”.
Esta actitud será un rasgo común en varios conversos prominentes del siglo XV: el deseo de demostrar su adhesión al cristianismo con más celo que el común de los fieles, lo que en algunos casos implicó adoptar posturas intransigentes hacia sus antiguos correligionarios.
La crónica refleja también la evolución del término “converso”, que a lo largo del reinado de Juan II empieza a adquirir una carga ambigua. En principio identificaba simplemente a los recién bautizados, pero pronto se convierte en una categoría social diferenciada, cargada de sospecha. Este proceso se halla vinculado con el ascenso de discursos que cuestionaban la pureza de sangre, aunque todavía no estuvieran codificados en leyes como ocurrirá décadas más tarde.
Finalmente, el texto alude al papel que ciertos grupos cristianos, especialmente las hermandades urbanas, desempeñaron en la vigilancia de los conversos y en la promoción de acusaciones que luego darían base a procesos inquisitoriales:
“En algunas villas se juntaban caballeros e escuderos en cofradías, diziendo que era para mayor gloria de Dios e defensa de la fe, e desto nascieron muchas pesquisas contra los nuevos cristianos”.
Este fenómeno anticipa, en cierto modo, el clima que hará posible la instauración del tribunal de la Inquisición a partir de 1478, durante el reinado de los Reyes Católicos.
La sublevación de 1449 y la exclusión de los conversos
En 1449, Pedro Sarmiento, alineado con el infante Enrique, encabezó un levantamiento en Toledo aprovechando su posición privilegiada en el gobierno municipal. El 5 de junio, logró promulgar una ordenanza que excluía a los conversos de todos los cargos públicos bajo la acusación de ser sospechosos en la fe. Este acto fue el primer ejemplo documentado de lo que más tarde se conocería como "estatutos de limpieza de sangre". Aunque el propio Sarmiento acabaría siendo ajusticiado por orden de Juan II, su decreto dejó una huella profunda en la estructura legal castellana.
Este episodio desató una controversia evidente. A pesar de que algunos conversos y ciertos miembros de la Iglesia protestaron, los sucesos de 1449 marcaron el inicio de una fractura social que oponía a cristianos viejos y nuevos en una sociedad cada vez más renuente a la integración.
La Crónica de Juan II no menciona estos hechos, reflejando la escasa atención que se les dio en ciertos círculos oficiales. Por ello, hay que recurrir a otras fuentes, como la Crónica de Enrique IV escrita por Alonso de Palencia, que documenta las tensiones crecientes y las consecuencias sociales que trajo este conflicto.
La violencia en Toledo y la ejecución pública
Durante los disturbios en Toledo, varios líderes insurrectos fueron castigados con severidad. Según la Crónica de Álvaro de Luna, uno de ellos, Juan Cibdad o Ciudad, que lideró un grupo en defensa de los conversos, fue ejecutado y su cadáver colgado por los pies en la plaza de Zocodover como escarmiento público. El cronista se refiere a él con desprecio, aludiendo a su "mala suerte" y deseándole la condena eterna si no murió en la fe cristiana.
El papel de Pedro Sarmiento y el origen de los estatutos discriminatorios
La sentencia impuesta por Pedro Sarmiento en 1449 no solo fue un hecho puntual, sino un antecedente crucial que marcaría el camino hacia una legislación sistemáticamente excluyente.
La ordenanza toledana se convirtió en un símbolo del rechazo institucional hacia los conversos, pese a los esfuerzos de figuras eclesiásticas como Alonso de Cartagena o el bachiller Marcos García de Mora, que intentaron ofrecer una defensa teológica y jurídica de su integración.
Tumultos en Andalucía (1473): Córdoba y Carmona
Décadas después, las tensiones resurgieron en Andalucía. En 1473, estallaron persecuciones violentas en Córdoba. La situación fue agravada por acusaciones contra los conversos, a quienes se les reprochaba su enriquecimiento y su supuesto desafío al clero.
El ambiente se tornó explosivo cuando, durante una procesión, una joven conversa arrojó agua desde una ventana y un herrero, Alonso de Aguilar, lo interpretó como una ofensa —afirmando que era orina— e incitó a la multitud a atacar a los herejes.
Este incidente desató una ola de violencia. Muchos conversos buscaron refugio en Sevilla y pidieron asentarse en Gibraltar, donde fueron aceptados temporalmente por el duque de Medinasidonia.
La represión, sin embargo, se extendió y el caso de Carmona fue particularmente grave. Según Alonso de Palencia, el castigo fue más aparente que real y la falta de justicia efectiva solo alimentó más caos.
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*María del Carmen Calderón Berrocal, Dra. Historia. Ciencias y Técnicas Historiográficas, Correspondiente por Extremadura en Academia Andaluza de la Historia, Cronista Oficial de Cabeza la Vaca. Secretaria Canciller de la Asociación de Cronistas de Extremadura y miembro de la Real Asociación de Cronistas de España
Fuente Foto: Historia de España