La infancia de Luisa estuvo marcada por la pérdida prematura de sus padres; su madre falleció cuando ella tenía seis años y poco después murió también su padre. Esto la llevó a separarse de sus hermanos y trasladarse a Madrid para vivir bajo el cuidado de su tía abuela materna, María Chacón, quien había servido como aya de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela.
A la muerte de su tía en 1576, Luisa se trasladó a Soria para vivir con su tío, el Marqués de Almazán, junto a su esposa y primas. En este entorno recibió una educación esmerada que abarcó tanto la instrucción intelectual —incluyendo latín y la lectura de los clásicos— como la formación cristiana y la práctica de la caridad, actividad fundamental para las mujeres nobles de su tiempo.
Cuando su tío fue nombrado virrey de Navarra en 1579, Luisa se mudó a Pamplona a los trece años, pero lejos del amparo de una supervisión cercana. En sus escritos posteriores, la poetisa mística revela que sufrió severas penitencias impuestas por su tío, aunque no detalla completamente su naturaleza, dejando entrever experiencias dolorosas que marcaron su vida espiritual.
En 1591, con permiso para vivir más independientemente, Luisa comenzó a forjar un camino distinto al de la nobleza convencional. Tras la muerte de sus tíos en 1592, reclamó la herencia familiar, que donó íntegramente a los jesuitas, con quienes había establecido una estrecha relación. A partir de entonces, abandonó las vestimentas y costumbres aristocráticas, optando por un modo de vida cercano a la pobreza y la austeridad, aunque sin ingresar formalmente a un convento, es lo que se llama hacer vida como beata y vestir como tal. En su residencia estableció una especie de beaterio y se convirtió en consejera y apoyo para damas nobles que la visitaban.
Movida por la ejecución del jesuita inglés Henry Walpole, Luisa destinó parte de su fortuna a la fundación y mantenimiento del Colegio Inglés de Jesuitas en Lovaina. En 1593 hizo votos religiosos de pobreza, obediencia y martirio, compromiso que reafirmó a lo largo de su vida. Su intensa vida espiritual y sus prácticas ascéticas la llevaron a escribir sobre sus vivencias místicas y a producir una importante obra poética, marcada por la búsqueda de la perfección y el sacrificio, aunque ello también deterioró su salud.
En 1601 se trasladó a Valladolid, donde estaba establecida la Corte y siguió profundizando en su espiritualidad. En 1604 redactó su testamento con la disposición de entregar su vida por la fe, un manifiesto de su fuerte compromiso con el martirio.
En 1605 emprendió un viaje a Londres, llegando en noviembre de ese año a encontrarse sin recursos. Allí desarrolló una labor misionera clandestina entre católicos perseguidos durante el reinado de Jacobo I, aprendiendo inglés y visitando a presos católicos. Fundó la Compañía de la Soberana Virgen María, Nuestra Señora, una organización para mujeres dedicada a la causa religiosa. Su activismo la llevó a ser encarcelada en dos ocasiones, en 1608 y en 1613, esta última vinculada a acusaciones de conspiración contra el rey inglés.
Durante sus años en Inglaterra, Carvajal se destacó por recuperar restos de católicos ejecutados, guardándolos como reliquias y por ofrecer apoyo espiritual y material a los perseguidos. A pesar de la oposición, mantuvo su misión con valentía, amparada en ocasiones por diplomáticos españoles como el embajador Alonso de Velasco y Diego Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar.
Su salud debilitada por años de sacrificios y penitencias le impidió regresar a España cuando la Corte ordenó su retorno tras su segundo encarcelamiento. Falleció el 2 de enero de 1614, en Londres, en la casa del Conde de Gondomar, justo el día de su cumpleaños número 48. Sus restos fueron trasladados a Madrid un año después y sepultados en el Real Monasterio de la Encarnación.
En cuanto a su legado literario, de sus poemas no se conservan originales, pero se conocen gracias a publicaciones de terceros. Sus cartas y manuscritos, muchos resguardados en el Real Monasterio de la Encarnación, revelan una obra profundamente religiosa, con poemas en diversas formas barrocas como sonetos, romances y décimas. Su poesía refleja sus experiencias místicas y su fervor espiritual, siendo un testimonio de su búsqueda incansable de perfección y entrega a Dios.
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*María del Carmen Calderón Berrocal, Dra. Historia. Ciencias y Técnicas Historiográficas, Correspondiente por Extremadura en Academia Andaluza de la Historia, Cronista Oficial de Cabeza la Vaca. Secretaria Canciller de la Asociación de Cronistas de Extremadura y miembro de la Real Asociación de Cronistas de España