Dando una vuelta por la provincia de Cáceres

CACERES

El recorrido empezó por Cáceres, uno de los cascos medievales más interesantes y mejor conservados de España invita a perderse por sus calles y pequeñas plazas, plagadas de Casas Fuerte y de Palacios que nos llevan a otra época.

Los vestigios más antiguos nos remontan al Paleolítico Superior y nos sitúan en la cueva de Maltravieso sobre la que, cultura tras cultura, en estratos, han ido conformando el carácter sólido y sobrio de esta ciudad, hoy reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Poco a poco, lusitanos y vetones se aposentaron cerca de la cueva, en la ribera del río Marco, apenas un arroyo de 7 Km. de longitud, pero que aseguraba el abastecimiento de agua para sus necesidades y marcaron el enclave para que los romanos establecieran allí dos campamentos, “Castra Servilia”, llamado así en honor de su fundador el procónsul Quinto Servilio Cepión y “Castra Caecilia” que, tras varias vicisitudes, se fusionaron para originar la colonia Norbensis Caesarina, cuyos restos fueron cubiertos en el siglo XV por el Palacio de Mayoralgo. La colonia tuvo su esplendor al formar parte de la Ruta de la Plata, pero tras su destrucción cayó en el olvido hasta el siglo X.

Fue en esta época cuando los almohades utilizaron estas tierras como refugio en sus ataques contra los cristianos. Basándose en las murallas que ya habían trazado los romanos las reforzaron proveyéndolas de baluartes y, por supuesto, el enclave árabe se dotó con una Mezquita y un Alcázar supuestamente ubicado en el actual emplazamiento de la Casa de las Veletas, uno de los edificios más hermosos de la ciudad, hoy convertido el Museo, cuya joya más destacada está en sus subterráneos donde se conserva el aljibe almohade del siglo XIII que aún hoy sigue recogiendo el agua de lluvia que cae en el patio renacentista que lo cubre.

Pasando de mano en mano y de religión en religión, la ciudad llega por fin a manos cristianas con Alfonso IX que la conquista tras un largo asedio el 23 de abril de 1229, día de San Jorge, que no por casualidad es el patrón de la ciudad. El edificio religioso más importante es la Concatedral de Santa María, iniciada en el siglo XIII y finalizada en el XVI, aunque la dignidad de concatedral no la alcanza hasta 1957 compartiendo sede episcopal con la catedral de Coria.

Comenzamos la visita al conjunto monumental por la Plaza Mayor, situada extramuros, donde se instalaba el mercado y en cuyos soportales se habían establecido los artesanos de los diferentes gremios.

Entramos por el Arco de la Estrella situado a la derecha de la Torre de Bujaco, el baluarte más emblemático de la ciudad y una de las construcciones que mejor conserva su aspecto original. Continuamos zambulléndonos en un paseo por el siglo XVI, con sus casas blasonadas que combinan diferentes estilos arquitectónicos que retrotraen hasta el siglo XII como la Torre de Carvajal y se extienden hasta el XVIII con añadidos y complementos que no hacen sino crecer su gloria. Los Ulloa, Ovando-Saavedra, Ribera, Sande, Pereros, Figueroa, Aldana, Duran de la Rocha, Paredes Saavedra, Moragas y muchas otras nobles familias establecieron sus Casas Fuertes, o pequeños castillos coronados por torres que refuerzan la naturaleza defensiva de la muralla. Aunque todas están desmochadas por orden de Isabel La Católica que en 1476 publicó un edicto por el que se ordenaba retirar todas las almenas de las torres de la ciudad y es que desmochar las torres tenía, más allá del efecto práctico, el gesto de sumisión a la realeza. Por eso sorprende que la llamada Torre de las Cigüeñas se erija con sus almenas en pie como un desafío. Pero no, no desafían a nadie. Si el motivo que provocó las iras de la reina Isabel es que los nobles cacereños se pusieron de parte de Juana la Beltraneja en la Guerra de Sucesión, fue don Diego de Ovando, propietario del Palacio en el que le levanta la torre, quien en todo momento se mostró pro-isabelino por lo que en 1480 consiguió el permiso para su baluarte.

La ciudad hay que verla de día y de noche, tan fascinante como para haber recibido el Premio Internacional por su Iluminación.

Al día siguiente partimos para la localidad de Brozas, pero en el camino nos detuvimos en Arroyo de la Luz en cuya iglesia parroquial Nuestra. Señora de la Asunción encontramos la mayor colección de obras de Luis de Morales –ya conocido en su época con el sobrenombre de «El divino Morales»– que se conserva y la única que permanece completa en el mismo lugar para el que fue creada.

BROZAS

Ya en Brozas, erigida con la dignidad de Villa, nos recibe de la mano de uno de sus hijos más notables, Francisco, Rivero Domínguez, presidente de Skal España, que nos presentó a su alcaldesa, Mila Hurtado, y nos ayudó a rebuscar en su historia.

El asentamiento fue fundado en el siglo XIII como una aldea de la Orden de Alcántara con el fin de repoblar los terrenos que se iban recuperando en la larga Reconquista. Su ubicación, magnífica y estratégica, llevó un siglo después a la construcción del Castillo como atalaya defensiva de la zona, aunque el aspecto que nos ofrece hoy en día data de los siglos XVI XVII. Allí se estableció la Encomienda Mayor de la Orden de Alcántara, que marcó dos funciones y, por ende, dos aspectos al edificio: la fortaleza y el palacio. Por un lado estaban las instituciones de la Orden y por otro la residencia del Comendador.

En 1537, Carlos I la elevó a la categoría de Villa, y, aunque su base económica se encontraba en la agricultura y la ganadería, pasó a tener una importante situación administrativa y, a convertirse en un nudo de comunicaciones que propulsó su crecimiento.

Muy cerca del Castillo, se erige en la iglesia de Santa María de la Asunción que, en su aspecto actual data del siglo XVIII, pero se había comenzado a construir en el siglo XVI sobre los restos de un templo más antiguo, de la época visigoda. Sin embargo, las partes más importante tuvieron que esperar un par de siglos para hacerse realidad.

Si bien el Castillo y la Iglesia son los dos grandes pilares de esta bella localidad, hay multitud de Conventos, la Iglesia de los Santos Mártires Fabián y Sebastián, así como casas palaciegas con sus blasones en portada.

ALCÁNTARA

Continuamos camino hasta la localidad de Alcántara, paso obligado para ir a la vecina Portugal. Regada por el Tajo hizo que sus tierras estuvieran habitadas desde tiempo inmemorial. El paso del río, la vida que transcurre en el fluir de sus aguas, ha sido testigo de su historia.

Los romanos dejaron huella de su paso, en casi medio centenar de dólmenes, una placa conmemorativa indicando la rendición de aquellos pueblos indígenas que les precedieron en sus asentamientos, y sobre todo…, por encima de todo, el Puente. Porque el puente de Alcántara es mucho más que su seña de identidad.

Realmente los romanos construyeron dos puentes, el llamado puente de Alcántara sobre el río Tajo y el puente del Segura sobre el río Erjas. Alfonso IX de León reconquistó el asentamiento en 1213, y se lo entregó a la orden de Calatrava, pasando en 1218 a la de San Julián de Pereiro, que cambió su nombre por orden de Alcántara. A partir de ahí fueron surgiendo a su alrededor núcleos poblados que con el tiempo pasaron a convertirse en cabezas de encomiendas, con funciones de defensa y de repoblación.

El Arco de la Concepción da paso al centro histórico. En su momento supuso la entrada a la ciudad, pero el ensanche ha hecho que hoy sea un monumento en el centro de la misma. Un paseo que tiene sensaciones de autenticidad, de haber retrocedido en el tiempo. Las casas palaciegas, no siempre en buen estado, son los ecos de su pasado esplendor.

En su centro histórico nos encontramos con el Conventual de San Benito construido a principios del siglo XVI y casa matriz de la Orden de Alcántara que, a lo largo de su proceso de construcción, abarcó tres estilos arquitectónicos diferentes: el claustro gótico, la iglesia plateresca y en el exterior exhibe orgullosa de la galería de Carlos V de estilo renacentista. Pese a la deslumbrante imagen que produce este edificio no se pueden olvidar rincones de gran importancia como la Iglesia parroquial de Santa María de Almocóvar, construida sobre los cimientos de la antigua mezquita, la iglesia de San Pedro de Alcántara, con su inconfundible estilo barroco.

Perderse por las estrechas callejas de la judería y llegando a la muralla, donde se encuentra una antigua puerta de acceso a la ciudad y el convento de las monjas Comendadoras hay un mirador que ofrece una magnífica vista del Puente. Nuevamente el Puente. Lo que siempre perdurará en nuestra memoria, la imagen del impresionante Puente de Alcántara.

Y como todo puente está hecho para que se cruce y unir las dos orillas, lo cruzamos adentrándonos un poco, solo un poquito, en Portugal, en la región de Beira, y descubrir dos aldeas históricas, Monsanto e Idanha a Velha, de las que se dicen son los pueblos más portugueses de Portugal.

Ya de regreso hacia Madrid hicimos una parada en Garrovillas de Alconétar que se extiende a ambas orillas del Tajo, una villa con un importante legado histórico, como todos los lugares situados en un paso fluvial importante, cuya impresionante Plaza Mayor puso colofón a esta escapada, corta a todas luces, por el interés que encierra cada rincón visitado.