Vestir es un lenguaje, una manera de disfrazarse, de montar una metamorfosis, que entretiene y divierte, no en balde hacemos honor al homo ludens, al hombre (y mujer) que juega, que decían los latinos. Claro que el estilo marca. Yves Saint Laurent decía: “Yo no vendo estilo, vendo moda”. Transformar la moda en estilo es la tarea de cada cual. La persona es el estilo.
Una amiga me contaba que, cuando iba al Tribunal de la Rota, por un marido canalla que pretendía anular su matrimonio, ella acudía vestida muy modosa y repetía siempre lo mismo. “Cuando me casé, yo sí creía que el matrimonio era indisoluble”. Así lo pensaba ella y así lo declaraba, desde su apariencia discreta, para que el alto tribunal eclesiástico la viera con respeto.
Vestir es un lenguaje y, en los tiempos que corren, conviene a veces recordarlo, para que no suceda aquello que decía Camilo José Cela, después de que lo entrevistara un periodista con aspecto siniestro en su vestimenta: “En este país, los que peor visten son los periodistas y los curas salidos”.
La pintora y mecenas Mayte Spínola -no es la única- recuerda el protocolo necesario para cada uno de sus garden party: señoras de largo y señores de smoking o traje oscuro con pajarita. Es la manera de que la fiesta -aunque ella insiste en que son encuentros culturales- tenga algo de glamour. Aún y con todo, como van muchos artistas, siempre hay alguno que, descortés, aparece con vaqueros.
Vestir es divertido, aunque una no aspire a ser influencer de la moda. Vestir es un arte vivo, pues obliga a pensar en combinado de traje, vestido o zapatos, amén de joyas o más bien bisutería que hay maravillas en estos tiempos, sin necesidad de “calzarse” diamantes, rubíes o esmeraldas… máxime cuando a veces hasta la más plus lleva joyas falsas, para desesperación de los atracadores. A un amigo le trincaron recientemente un reloj, más falso que Judas”, por tener la apariencia del de una buena marca. Fue en la calle Serrano de Madrid, a la altura de los jesuitas, a las siete de la tarde.
A las señoras, los armarios se nos quedan siempre pequeños y todas soñamos con vestidores como el de Doris Day, en no sé qué película. Recuerdo la entrevista con una multimillonaria americana arruinada, que echaba de menos su hilera de blusas y camisas blancas, impolutas e impecables para combinar en todo momento con un buen pantalón o falda y estar presentable. La blusa blanca es tan necesaria como la “petite robe noir”, que dicen los franceses. Sacan a una de todo apuro.
Cochó Chanel profetizó que el pantalón sería la prenda fundamental del futuro en la mujer. Acertó. Es comodísimo. Los hombres también han aceptado la falda, no solo los escoceses, sino el mismísimo director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade.
El dicho de “más contento que un chiquillo con zapatos nuevos” es una realidad, a juzgar por mis nietos, que lo que más les gusta es estrenar nueva deportivas, más que camisetas.
Del vestir y sus ad látere mucho se podría hablar. Voy a terminar con el célebre consejo sobre la indumentaria de Polonio a su hijo Laertes cuando iba a emprender un viaje a París: Que tu vestido sea tan costoso como tu bolsa lo permita, pero sin afectación a la hechura; rico, mas no extravagante, porque el traje revela al sujeto, y en Francia las personas de más alta alcurnia y posición son de esto modelo de finura y esplendidez.
Los consejos de Shakespeare a través de Polonio en “Hamlet” son tan preciados que no me resisto a ponerlos enteros:
Polonio: ¡Todavía aquí, Laertes! ¡A bordo, a bordo! ¡Qué vergüenza! El viento sopla en la popa de tu nave, y sólo aguardan tu llegada. Acércate. ¡Que mi bendición sea contigo! Y procura imprimir en la memoria estos pocos preceptos:
No propales tus pensamientos ni ejecutes nada inconveniente. Sé sencillo, pero en modo alguno vulgar. Los amigos que escojas y cuya adopción hayas puesto a prueba, sujétalos a tu alma con garfios de acero, pero no encallezcas tu mano con agasajos a todo camarada recién salido sin plumas del cascarón. Guárdate de entrar en pendencia: pero, una vez en ella, obra de modo que sea el contrario quien se guarde de ti. Presta a todos tu oído, pero a pocos tu voz. Oye las censuras de los demás, pero reserva tu juicio. Que tu vestido sea tan costoso como tu bolsa lo permita, pero sin afectación a la hechura; rico, mas no extravagante, porque el traje revela al sujeto, y en Francia las personas de más alta alcurnia y posición son de esto modelo de finura y esplendidez. No pidas ni des prestado a nadie, pues el prestar hace perder a un tiempo el dinero y al amigo, y el tomar prestado embota el filo de la economía. Y, sobre todo, esto: sé sincero contigo mismo y de ello se seguirá, como la noche al día, que no puedes ser falso con nadie. ¡Adiós! Que mi bendición haga fructificar en ti todo esto.