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Reflexiones

Inmoral

jueves 04 de enero de 2024, 21:49h

04ENE23 – MADRID.- Van pasando los días, las semanas, meses y años, el covid 19 o la pandemia que estuvo con nosotros nos puede parecer lejana. Pero cada día está en millones de seres humanos, una nueva epidemia que soportamos: el abusos o costumbre que han tomado los que de una forma u otra ostentan cierto poder.

Durante el momento más duro de la epidemia, los correspondientes organismos tomaron algunas medidas, -que llamaron oportunas-, para evitar el contagio de dicha enfermedad y que consistió en obligar a la población a usar una mascarillas, evitar aglomeraciones y sobre todo, evitar el contacto entre las personas algo que aparentemente, resultó efectivo; digo lo de aparentemente, porque en las residencias de mayores, resultaron más de siete mil personas muertas, algunos dicen que asesinadas, otros, que las dejaron morir como animales abandonados; ojalá la justicia lo pueda aclarar, juzgar y castigar a quien o a quienecorresponda.

Aunque lo que quería destacar es otra consecuencia que dejó esta reciente epidemia: la maldita costumbre de obligar a los ciudadanos a pedir una cita para poder cumplir con gestiones personales, visitas médicas, y cumplimientos legales. Nunca nadie ha dado una explicación de porqué se sigue usando esta inmoral costumbre si la pandemia ya se ha extinguido. Esto fue para algunos como un descubrimiento de la forma de evadir impuestos, de despedir empleados sin pagarles una indemnización, es decir una forma de ganar más dinero del que ya ganan. Por ejemplo: para un certificado, pedir cita, para ver un médico, pedir cita, para renovar un documento a punto de vencer, pedir cita, para renovar un DNI, un pasaporte, empadronarse, pedir cita.

Ahora bien, si pedir cita fuera fácil lo tomaríamos como un pasatiempo, pero no es así, la realidad muestra que es un calvario. Somos miles las personas que no podemos dominar un ordenador para solicitar una cita; es complicado y me recuerda lo que han hecho los bancos: ya no hay un empleado de caja, ahora todo es manipulando una máquina: para sacar dinero, para ingresar, para poner al día una libreta y para lo que sea, nadie se presta a ayudar, y somos muchos los que cada día nos aglomeramos en el banco para solucionar un problema o para retirar un dinero, y si miramos a los pocos empleados que hacen lo posible por atender mejor, vemos que no pueden, porque el banco ha despedido a centenares de personas que hoy sobreviven con ayudas del Estado y sencillamente haciendo lo que sea.

Fui a un consulado de un país de Latinoamérica a renovar un documento, toqué un timbre y me contestó una grabación; ¿tiene cita? Sin siquiera saludar, dije que no y me informaron: debe solicitarla en una página de internet y lo dicen tan rápido que es difícil memorizar, buscar un bolígrafo, un papel y tomar nota. Después de dos meses intentándolo, me rendí, no pude hacerlo y cuando lo comenté con algunas amistades, me dieron unas direcciones o páginas donde buscar y al encontrarlas me di cuenta que eran personas que se dedican aconseguir citas y cobran in mínimo de 100 euros por la getión. Es decir esta práctica o disposición de las administraciones, ha generado que aparezca una mafia de buscadores de citas. Y lo más curioso es que cuando fui a esta oficina consular, no había nadie, solo dos o tres empleados que hablaban y reían despreocupadamente, cuando hice una consulta, me respondieron: ¿tiene cita?, dije si, y respondieron: tome asiento y espere un momento. Esperé dos horas y repito, no había nadie, solo escuchaba hablar tras una puerta y risas cada dos minutos, al final me atendieron.

Lo mismo sucede con las oficinas dependientes de ayuntamientos y comunidades, tardas entre dos y tres meses en conseguir una cita y cuando vas, no hay nadie esperando e igual, pierdes dos horas y si por casualidad, un documento no está en regla tienes que volver pero antes, debes conseguir otra cita.

Todo esto es un abuso, es prepotencia, es bailar con la música que tocan los bancos y oficinas públicas, sin ninguna posibilidad de reclamar. Es un atropello a los que somos mayores. Ya nadie sabe si llamar a un conocido o a una empresa tenga que recurrir a la maldita cita.

Tengo una amiga de nombre María que es una administradora, no he querido llamarla, puede pensar que quiero visitarla y solo quiero saludarla, tal vez su secretaria me haga esa maldita pregunta; ¿tiene cita? Y si digo que no, me dirá que consiga una. Mi amiga María administra un prostíbulo.

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