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Cuento

Transmutación

  • Por Marisol Alvarado – Madrid

miércoles 15 de noviembre de 2023, 19:59h

Con su corta edad había conocido ya lo que era la seguridad, el sentirse a salvo, el que, por más que esté acabándose el mundo afuera, todo marche bien, todo tenga solución, todo se calme. Vivía en casa de sus padres, eran 3 hermanos los que vivían ahí, ella era la menor. Tenía otro hermano más, el mayor de todos, el más serio, pero noble sin límites, reía poco, sabía escoger momentos, él vivía con su abuela, la más traviesa de toda la familia.

Por ser la última de los hijos tenía un trato de madre y padre de parte de sus hermanos también, jugaban con sus carros, pistolas y esposas, pues la niña contradecía la equivocada visión de que la mujer sea de color rosado y vista de muñecas y juegos de cocina para bebés. No, parece que desde chica supo que nada realmente está establecido porque todo lo que se sabe termina siendo ideas de otros hombres igual a nosotros, otros seres humanos con el mismo cerebro, la misma habilidad de producir hormonas, el mismo baile de neuronas, un mismo ser; por ende, todo se puede cuestionar. Todo se debería cuestionar.

Eso pensaba ella. Y eso les encantaba.

Le adoraban.

Entre danzas de risas y alegría recorrió 9 años, lo anteriormente escrito se potencializó como un adulto de 36 y aumentó, inocentemente, su confianza en el exterior, en los demás. Pero un niño, por diferente que sea su pensamiento a lo general, sigue siendo niño, sigue teniendo poco conocimiento de “verdaderas intenciones”, sigue siendo bastante vulnerable ante la bestialidad con la que nos encontramos fuera de casa, fuera de nuestro hogar. Sigue abrazando fuerte a primos mayores cuando visitan a su madre por celebrar cumpleaños pasando por alto eso que le hincaba entre sus piernas cuando se acercaba a saludar.

Su padre se encargó de hacerle saber que él siempre estaría para ella en momentos en que el miedo se agigante no dejándole hablar, su madre también, no obstante, en situaciones en que la mente jugaba con ella dibujando escenas, había llamado a su padre con toda el alma, y él había acudido venciendo parámetros de velocidad. Cada vez que imaginaba algo similar, salía de su boca de manera casi innata la palabra: “papá”, con fuerza: “¡papá!”; así que, no fue difícil hacerlo en la vida real.

Eran las 2 de la tarde, el cumpleaños de mamá andaba bien, las risas y los brindis habían subido el tono de voz; en la sala, los “mayores”; en el resto de la casa, los niños y en un agujero mental muy perverso, uno de los primos mayores, Fred.

Nunca tuvo afinidad con él, había un nosequé que tejía telas entre ellos cada vez que le veía, siempre quería que su abrazo dure menos.

Yo creo, comentario aparte, que a eso se le llama intuición o presentimiento, hay tantas acciones que genera el cerebro y tantas sensaciones que llegamos a tener que burlan conceptos lógicos y que, por más quiebres que se le dé para encontrar racionalidad en ellas, es imposible hacerlo. Es inmensamente extraordinario todo lo que percibimos y vivimos, solo que se han normalizado muchas cosas por habitualidad, sin que valga la pena hacerlo. Estamos acostumbrados a ver el sol todos los días como algo normal por ejemplo, pero ¿nos hemos puesto a pensar que realmente es una estrella de fuego que funciona como la mayor fuente de radiación electromagnética de todo este sistema planetario teniendo mediana edad? Una inmensa bola de fuego en el cielo que ha pasado de ser dios (de algunas culturas) a ser el fondo perfecto para una fotografía justo al atardecer. Hay demasiadas maravillas que pasamos por alto… En todo caso, el poder llegar a sentir rechazo por alguien antes de confirmar que es, efectivamente, un ser asqueroso, me parece curioso. Y ella lo sentía.

Era ajena a la malicia, no había llegado a conocer, afortunadamente, nada relacionado con ella, andaba mostrando sus piernas al igual que sus brazos porque no debía existir diferencia, no debía haber gente enferma que viole derechos e inocencias sin ninguna aceptación previa. Andaba más segura aún en su casa, en su territorio, en el castillo que le habían obsequiado sus padres solo por el hecho de nacer, pero ignoraba que toda barrera se puede romper, para bien o para mal, y habían roto ya la primera, la más fuerte, la de su hogar.

Nunca su casa había estado tan oscura, jamás había hecho tanto frío en tardes de calor, no se había asqueado nunca, nunca había querido hablar, gritar, llorar, reaccionar sin poder hacerlo, jamás se había tragado su saliva y sus lágrimas al mismo tiempo, jamás.

Tuvo miedo.

¿Por qué se ponía atrás de ella y pegaba su pecho con su espalda?, ¿por qué le abrazaba de esa manera si no le había hecho nada?, ¿por qué le agarraba sus senos inexistentes aún por la edad si le debía cuidar?, ¿por qué su mano bajaba y subía sin saber donde aterrizar?, ¿qué pasaba?, ¿cuándo iba a terminar?

Fueron minutos interminables en que solo generaba preguntas en silencio sin poder actuar, su primo estaba haciendo de ella su pastel y comida principal y nadie veía nada y a ella, claro, se le estaba olvidando cómo debía respirar.

Pero recordó, recordó aquellos momentos en que su mente juguetona le había aconsejado qué palabra de auxilio iba a tener premio por su perfecta contextualización.

“¡Papá!”, vociferó. Y fue perfectamente heroico. Tal y como lo había imaginado, ni su mente ni su padre le habían mentido. Su casa empezaba a tomar color lentamente, el frío se estaba yendo y no sentía ya cuerpo ajeno en ella.

Fue un salto grande de niña a mujer, estaba a salvo, pero la inocencia que acaparaba su mundo le había dejado, la seguridad que sentía pasó a tener nombres y apellidos, no era ya algo general.

Con el tiempo aprendió a reemplazar la inocencia por esperanza, creer que todo puede ser mejor y que, con un análisis profundo, se pueden rescatar memorias para usarlas como enseñanza, a uno mismo y a los demás; aprender de la vida y enseñar, dar energía y recibir, cumplir promesas, estar, proteger, amar, luchar, cuidar.

De eso se va tratando la vida, de aprender a recoger todo lo bueno y malo que va pasando a tu costado al andar para darle mejor uso volcando toda energía negativa, apoderase de ella y corregirla, con paciencia, con perseverancia, fe e ilusión, porque, aunque sigamos teniendo más años cada vez, tenemos el derecho a seguir siendo niños y nadie puede quitarnos esa manera de ver la vida, esa manera de seguir.

Somos dueños de elegir el veneno y el antídoto.

Solo nosotros, nadie más.

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