Y hasta allí nos hemos desplazados un nutrido grupo de zamoranos para acompañar a los artistas y para disfrutar de su arte.
Tanto Satur Vizán como Lozano Bordell, virtuosos de la acuarela, nos muestran su delicado estilo, su pasión por lo que les atrae, por lo cotidiano, que suele pasar desapercibido para los demás, pero que ellos lo han captado en su retina para llevarlo a sus cuadros.
Por eso vemos en las obras de Satur escenas de la calle; hombres y mujeres en animada conversación, sentados en cualquier terraza de una placita o jardín, mirando, hablando por teléfono, pensando. Todo tan natural, todo lo que ofrece la vida en la calle, pero Satur ha ido mucho más allá. En esas escenas ha conseguido iluminar sus cuadros con la luz de la mañana o del atardecer, con la sombra que producen los propios edificios, con la de los viandantes que se cruzan en un paso de cebra, con la marcha de los vehículos al rodar por el asfalto. Y todo parece tan sencillo, pero Satur ha jugado con los dedos, con el lienzo, con los colores que tiene que mezclar con inteligencia y sabiduría para conseguir los efectos que busca. Satur, sin duda, es un perfeccionista haciendo arte. Sus cuadros se convierten, en ocasiones, en auténticas instantáneas fotográficas.
Por su parte, Lozano Bordell nos lleva a la naturaleza y a lo que encierra. Todo ser vivo tiene su vigencia y el mundo vegetal sufre una metamorfosis desde que emerge a la tierra hasta que se deteriora y muere. Ahí está Bordell para captar esa transformación, para jugar con el color y la consistencia, para mostrarnos los troncos y las raíces del mundo vegetal, para maravillarnos con el exultante aspecto de la rosa y para aceptar que la vida tiene su tiempo y que ésta se marchitará. Así el mundo, animal y vegetal. Así el ARTE, con mayúscula.
Salimos de este universo pictórico y nos encontramos con Javier Rodanés, para mostrarnos que el hierro es su arma fundamental para expresar su preferencia y esculpir un mundo dispar y variado, un mundo donde mezcla estilos y formas de vida que nos llevan a la Grecia Clásica, al África Negra, a modos de hacer y de construir sobre el medio, instrumentos con los que sobrevivir y comunicarse.
Podría decirse que la obra de estas esculturas de finísima talla, esbeltas hasta asemejarse a la propia sombra que proyectan sobre la pared, son sacadas de los viajes de aquellos conquistadores que cruzaron el Atlántico para darnos fe de que había otros mundos, otras razas, otras formas de vida.
Esta exposición no sólo muestra esas obras, bellísimas, esos rostros rotundos; esta exposición nos habla de la historia del mundo de la civilización. Algunos, incluso, pensarán en lo que vieron las huestes de Colón cuando llegaron a América y descubrieron a aquellas indígenas semidesnudas, bellísimas y cubiertas de oro. Algunos, incluso, hasta sentirán sobre su conciencia lo que debió ocurrir allí hace cientos de años.
Estas esculturas parece que hablan, que nos dicen. Se comunican con el espectador y se establecen un diálogo invisible que lo dice todo. Es el hierro, pero también es el color, es el modelado, es la fragilidad y la gran sensibilidad de Rodanés, lo que convierten a esta muestra en algo muy especial.