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Doce Cuentos Arqueológicos de Navidad

El nacimiento del amor (N.º 4)
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El nacimiento del amor (N.º 4)

  • No hay guerra por amor. No hay amor a causa de la guerra. También el amor lo es contra la guerra.
  • Por Juan Carlos Rois – Ilustraciones: Eva Milán Rois

miércoles 08 de febrero de 2023, 23:58h

08FEB23 – MADRID.- Paseo, en el incendio del otoño del norte, por un imponente bosque de castaños. El otoño y los bosques, con sus claros por donde penetran los rayos esclarecidos de la luz, con sus umbrías donde los musgos nos susurran secretos antiguos, siempre me invitan al ensimismamiento y a la sorpresa.

El nacimiento del amor (N.º 4)

Y más si la suspensión del tiempo que ocurre en el claustro de su espesura rasga los silencios de su espacio con las hojas sutilmente cayendo y borrando los caminos trazados.

Un árbol más que centenario me muestra su corteza herida por la cicatriz de dos nombres y una fe- cha lejanísima en términos de una vida humana.

Por fortuna la corteza se recuperará de la agresión amorosa y el recuerdo de Rosa y Alfredo, 1.898, cuando la navaja testimonió aquel amor apasionado en la piel del castaño, se irá desdibujando con el transcurso del tiempo y del olvido.

¿Sería Alfredo uno más de los soldados vencidos en el decaimiento de aquel viejo imperio llevado al desastre por sus propios devotos? ¿Sería Rosa su sufrida novia que lo esperó cuando partió a la guerra y ahora se reencontraba con él tras a derrota? ¿Se prometerían con aquel arrobo propio de una época turbulenta, en contra de los in- tereses de sus padres burgueses, o serían unos simples aldeanos jugando traviesa- mente en el magosto de aquel año abrup- to?

No podemos saberlo; sólo nos queda el testimonio de un amor predicado y testi- moniado en el árbol, o tal vez la equivoca- ción de llamar por tal nombre a la pasión, o quién sabe qué historia escondida entre los árboles silenciosos.

De nuevo la imaginación sobrevuela.

¿Cuántas veces habrá nacido el amor?

¿Cuántas los amantes habrán dejado tes- timonio de tal revolución o, según se mire, de tal banalidad? ...

Al pie de la floración pétrea que sobresale por la cima del bosque de castaños, con esfuerzo, se llega al abrigo en el que antiguos hombres y mujeres manifestaron su ternura pintando sus manos super- puestas, una mano grande que enlaza otra más pequeña.

Rosa y Alberto nada sabían de todo ello. A nadie se le ocurrió por aquel entonces, salvo a las cabras, subir a aquellos riscos inhóspitos e inútiles.

De haber ascendido a aquellas aristas, habrían visto el testimonio de amor de una Rosa y un Alberto de hace más de treinta mil años.

Por doquier apareen otros fósiles de esta misma historia.

Unas figuras que bailan con penachos y adornos, danzantes que celebran el amor.

O los restos ya fosilizados de un viejo cargado de enfermedades impedido de valerse por sí mismo y que debió ser cuidado para sobrevivir hasta una vejez de muchos años, hasta que un día el halito de su aliento se apago del todo.

¿Cuándo nació el amor? ¿Y cuántas veces, siempre igual, siempre distinto, siempre dejando un rastro equívoco?

Una flauta de hueso que evoca cantos a la vida. Un cayado de roble para apoyar la senectud reumá- tica de alguien. Un collar de ámbar traído de miles de kilómetros. Un cuerpo enterrado con restos de comida y ramos de flores. Un empaste prehistórico de betún practicado en unos incisivos en el tiempo prendido del olvido. Un grabado sobre asta de ciervo de dos jóvenes besándose o tal vez pa- sando a mayores, no queda claro. Un grabado de un parto en el interior de una gruta. Los restos de una muñeca gastada por el tiempo. Los dedos marcados en la arcilla de una vasija amorosamente hecha para dar de beber a un enfermo en sus últimos trances.

Miles de vestigios del amor manifestado en un sinfín de comportamientos humanos la mar de mun- danos.

Tal vez el amor nació con nuestra piel desnuda y siempre lo hemos reinventado con nuestra ternura inquieta. Aún en los peores momentos de nuestra historia, tanto la personal como la de la especie, siempre ha renacido para devolvernos la autenticidad que nos hace distintos al reverso que somos en nuestro peor fuste.

Porque si no hubiera renacido, como rescoldos olvidados en el frio fósil y dispuesto a volver a germi- nar cual semilla de nuestro íntimo ser, tal vez ya nos habríamos extinguido en el baño de sangre de las guerras y de su mentira.

También el registro fósil demuestra que la guerra no ha sucedido siempre. Que se ha desterrado de la convivencia humana tantas veces por pura convicción de las gentes. Y que no es un fatalismo que nos acompaña como un estigma indeleble, sino una opción que podemos no aceptar, o desterrar de nuevo.

También el amor habla del rechazo de la guerra. El amor como reto y tarea.

Y si no que lo digan los múltiples libros venerados por las distintas religiones.

O los miles de testimonios silenciados de quienes han luchado por la paz desde hace tantos milenios.

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