Las empresas de transporte, hospedaje y la restauración trasladan al cliente -pero menos de un 25%- las importantes subidas de los diferentes tipos de combustible en el primer caso y de los productos alimenticios y la electricidad en el segundo. La enorme cadena de frÍo española, imprescindible en este negocio, consume enormes cantidades de energía.
El resultado es que los incrementos en el precio de los billetes de avión y en el índice de precios hoteleros, IPH, son superiores a la subida general del IPC.
Mientras la demanda siga tan fuerte-superior a la de las mismas fechas del año de referencia, los precios pueden subir. Si el BCE eleva fuertemente los tipos la demanda se retraerá. Bajaran los precios, pero habrá riesgo de recesión.
Hasta ahora, ni los altos precios, ni la caótica gestión del transporte aéreo han desanimado a nuestros clientes, como señala el reciente informe de la mencionada Exceltur. El llamado “efecto champan” tras dos años sin poder salir, con el correspondiente aumento del ahorro, nos garantiza un verano excepcional. Muchas vacaciones para este verano habían sido adquiridas antes de la subida de los precios. La clientela nacional también se queda otro año más en España. Además, se recupera el segmento de negocios y el de reuniones y congresos. En junio los niveles de empleo ya están en niveles similares al año 19, pero con un mayor número de contratos indefinidos.
La recuperación tiene más mérito por el contexto en la que tiene lugar, en el que no podemos contar ni con el turismo asiático ni con el ruso y ucraniano y con los dos grandes mercados emisores , el británico y el alemán mas lentos que los otros europeos.
El problema vendrá después, cuando ya no quede ahorro del que tirar, la renta disponible disminuya y haya que pagar unos precios que reflejen la nueva situación.
Sabemos que habrá un problema, pero desconocemos la dimensión. No hay antecedentes a los que remitirnos. Durante los periodos inflacionarios de los años 70 y 80 los gobiernos usaban el arma, que ya no tienen, de la devaluación- como hace hoy dia Turquía-.
La disminución del turismo extranjero fue fuerte en los 70 y mínima en la década siguiente.
Sin esa arma, todo depende de la conocida capacidad de ajuste del sector privado. Británicos, alemanes y otros europeos ricos seguirán viajando, aunque se marcarán un tope de gasto- similar al de otros años, pero por el que obtendrán menos- con el que decidir el destino, la duración de la estancia y el tipo de alojamiento y los españoles buscarán alojamiento más barato. Algunas familias podrán incluso verse obligadas a prescindir de las vacaciones.
Desgraciadamente el transporte se encarecerá más que el alojamiento con lo que, aunque el gasto total suba, el efectivamente realizado en destino puede disminuir una vez deflactado. La caída del euro hasta la paridad con el dólar, por un lado, anima a los americanos a venir a Europa, mientras desanima a los europeos a pasar sus vacaciones en destinos en los que se paga con el billete verde, como Estados Unidos y el Caribe. El combustible de aviación, cotizado en dólares, será más caro lo que tendrá que reflejarse en los precios de los billetes aéreos. La inflación también tiene un efecto positivo sobre el balance de las compañías aéreas que pueden pagar más fácilmente su deuda acumulada estos dos últimos años y que supera los 1000 millones de dólares.
Los hoteles reciben más reservas directas. Los alojamientos turísticos, con mínimos gastos de personal, que se están recuperando con mayor rapidez que la hotelería, podrán seguir ajustando precios, mientras que los turoperadores afilarán su conocida capacidad negociadora para mantener una cuota de mercado que disminuye.
Pero frente a los augurios negativos- una consultora afirma que el 43% de los españoles estaría cancelando sus vacaciones- el sistema turístico superará con nota esta temporada y alcanzara los niveles pre pandemia en la siguiente, aunque la rentabilidad será menor un vez deflactados los ingresos. Las ganas de viajar son mas fuertes que el temor a la inflación.