Yo sin embargo me he quedado de momento aquí, por algo será. Y ahora me atienden Carlos y Vira, dos camareros excepcionales que me quieren y les quiero yo a ellos como si fueran de mi propia familia, quizá lo sean.
La placita ahora en el mes de junio es algo parecido al paraíso del Dante, está repleto de chicas maravillosas, pantaloncitos cortos, ojos llenos de alegría, de expresividad y de belleza; efebos barbados para disimular quizá su juventud exultante; de vez en cuando alguna anciana despistada como yo, con una pamela rosa.
Los árboles en flor, la temperatura perfecta, ni frío ni calor, ¿será eso el paraíso?, ¿ será quizá el paraíso del que nos hablaba el Cristo, o algo muy parecido a lo que ahora contemplo cada tarde cuando bajo a tomar la meriendita, el tinto de verano, la cerveza o el limón?.
Sí, queridos, porque no hay que irse a Sankt Moritz, a la Costa Brava, a París o al Puerto de Navacerrada, teniendo aquí, a mi lado, la placita de Cristino Martos.
Sí, soy un afortunado por estar aún vivo, no sé qué virtud habré poseído o qué acción hermosa haya realizado para que se me conserve aún en éste edén, porque éste, “Mi pequeño Manhattan”, como lo tituló José Antonio Sentís, el periodista inolvidable, es el paraíso aquí en la tierra, la juventud eterna, las risas femeninas llenas de rojo carmín, las voces roncas de los efebos que llegan hasta mi casa cuando intento como siempre dormir inútilmente a eso de la media noche desde mi apartamento del barrio de Argüelles, de esa ascua de luz que es mi ciudad soñada, mi querido Madrid.