La ciudadanía tiene la palabra y los debates ya están en marcha. Sin embargo, la cumbre nos ha dejado imágenes amables, llenas de glamour, imágenes de gran confraternización, confianza y hasta de amistad; incluso, aunque los protagonistas, muchos de ellos, no se hubieran visto nunca. Sin embargo, el resultado, según las crónicas, muy positivo. El Gobierno ha estado a la altura y España debe sentirse orgullosa por el éxito alcanzado. Todos contentos.
Juan José Millas reflexionaba esta misma mañana (ayer) sobre el tema y decía que no entendía porqué habían cerrado Madrid al tránsito y al público. Una ciudad como es Madrid: viva, radiante, cosmopolita, con gentes que van y vienen; con las aceras atestadas de terrazas, donde los madrileños y foráneos comparten cañitas y amistad, pues resulta, que todo eso se ha ocultado a los dignatarios. Éstos han paseado por un Madrid solitario y sin vida. La seguridad manda, claro. Cuentan que hasta la calle de Serrano se cerró para que una señora del séquito pudiera comprarse unas zapatillas. No sabemos qué señora.
Imagino que a muchos de los asistentes a la cumbre les hubiera gustado mezclarse con el pueblo, saludar, abrazar, incluso tocar. Al presidente Biden, lo ha dejado muy claro, le encanta tocar. Y lo ha hecho bien, tanto a la reina Letizia como a Begoña, la mujer de Sánchez. No se ha privado míster Biden. Los gestos de proximidad han sido constantes y demasiados, diría yo.
No querría pecar de ñoñita. Soy consciente de los saludos de proximidad que utilizamos en España en cualquier momento y con cualquiera, sea o no conocido. Nos besamos, nos abrazamos, nos saludamos efusivamente en cuanto somos presentados a alguien, sea hombre o mujer y tales muestras de afectividad son conocidas y frecuentes entre los españoles y nadie se extraña por ello. Sin embargo, creo que los saludos del presidente Biden con dos guapas señoras como son la reina Letizia y Begoña Gómez, fueron excesivos. Se diría, incluso, que innecesarios. No se conformó el presidente con mantener la vertical, que también; el señor es muy derecho, sino que además invadió el espacio peripersonal de la zona que establece el margen de seguridad entre nuestro cuerpo y el resto del mundo. Tan es así que según un experimento publicado en el The Journal of Neurosciencie, la mayoría de las personas necesitan que se respete un entorno de 20 a 40 centímetros para sentirse cómoda. Si se sobrepasa, se puede, incluso, sentir ansiedad. No sabemos si las dos damas se sintieron así.
El señor Biden, no sólo invadió ese espacio, sino que besó, abrazó, se aproximó más de la cuenta y tocó más de lo esperado a ambas señoras que no sabían cómo quitárselo de encima.
Vistas las imágenes desde nuestro sofá, hasta puede que nos resultaran divertidas: ¡qué majete, Biden!, ¡qué sencillo y cordial! ¡qué bien todo…!
Pero si hemos de ser sinceros, el presidente de los EE. UU de América se pasó, hizo uso de su autoridad desde su situación de privilegio, a sabiendas del beneplácito de muchos. No todos. Desde mi punto de vista, Biden debió comportarse con mayor corrección. Pudo haber sido próximo, galante, si se quiere, pero sin esas muestras de “familiaridad” excesivas, como cuando su mano alrededor de la espalda de Begoña Gómez se deslizaba furtivamente siguiendo el curso de la cintura, atraído tal vez por la temperatura corporal femenina que ejercía de imán. La mano, una vez hecho el recorrido y antes de retirarla, se deslizó levemente hacia la zona más mullida. No era un gesto casual, Biden sabía lo que estaba haciendo y se notaba. Y eso, precisamente, es lo que debió evitar. No se puede tolerar tal comportamiento por muy presidente de los Estados Unidos que sea. Hasta la reina Letizia debió de sentirse incómoda ante la insistencia en tomarle las manos una y otra vez. Hubo unos segundos en que la reina hizo un gesto, muy leve, -nobleza obliga- pero que pudo interpretarse como de desagrado.
Me encantaría saber cómo se tomaron esta familiaridad con sus esposas, Felipe VI y Pedro Sánchez. Daría algo por saber qué se dijeron esa noche, una vez retirados a sus habitaciones. ¿Se reirían? ¿Se molestarían? ¿Pensaron, tal vez, que la chochez no tiene remedio…?