Hoy, nuestros queridos hombres correctos se encuentran congelados, atribulados y molestos, mientras sobre sus cabezas se cruzan acusaciones en contra de sus pares de conducta indeseable, así hayan pasado cincuenta años desde la comisión de aquellos delitos y que en aquellos tiempos, este tipo de abuso no se hubieran considerado como tales, ni siquiera como actos transgresores del Derecho. A tal punto se ha naturalizado este tipo de actos, que ni las denuncias tardías ni las frescas convocan justicia con facilidad. Para la comprensión colectiva, los testimonios no parecen más que un desahogo público con el ánimo de perturbar a los hombres poderosos, como nuestros jefes o nuestros padres. Es que desde afuera no se entiende el porqué: “si pasó hace tanto tiempo”; “por qué no lo dijo antes”; “ahora viene con esto y aquello, si fulanito ya es padre de familia” o “puesto que ya murió y no puede defenderse, mejor calla la boca”. Dependiendo del punto de vista, de la cultura y oportunidades, toda la gente podría ser considerada correcta. Es difícil encontrar a alguien que sea totalmente malo o totalmente bueno, pero todos tenemos bemoles y cerebro para lograr un equilibrio, permitiendo que prime nuestro buen actuar antes que la maldad.
Socialmente hablando, el término “de familia” como símbolo de pertenencia, se le adjudica a alguien nacido y desarrollado dentro de una situación aparentemente normal: Con un padre, una madre, hermanos, etc. De tal manera, caemos en cuenta de que la cárcel estaría llena de personas “de familia”, que son hijos amados de una madre, hermanos queridos, padres y madres inmejorablemente buenos. Ésta es la razón por la cual cuesta tanto trabajo denunciar la mala conducta de los cercanos, que por lo general son bien considerados por su entorno. Aparte de lo traumatizante que es señalar el abuso de un ex jefe bonachón o de un ex compañero de estudios o trabajo, no es para nada grato, como se podría pensar. Acusar al sacerdote a quien se confiaban los secretos y temores personales, es desalentador para todas las partes involucradas. Señalar con el dedo al abuelo, al hermano o al propio padre, todos los cuales adicional y lamentablemente, jamás podrán ser tildados como “ex”… no es una situación festiva de la que alguna mujer u hombre quiera jactarse. Incluso, la mayoría de las víctimas, hijas e hijos de los victimarios, antes que culpar directamente al agresor masculino, suele acusar a la madre (u otra mujer en rol semejante) del grave descuido y desprotección ante… ¿el propio padre? ¡Así de tanto cuesta! Primero se va lento buscando sub culpables o eventuales cómplices, pero con la urgencia que se precisa de un antídoto para veneno.
¿Qué está sucediendo ahora, simultáneamente por el mundo entero? Como en cualquier batalla, siempre existen líderes que saltan al ataque antes que los demás y así, ni más ni menos, está siendo la campaña “Me Too”: Una instancia colectivamente sanadora donde prima la sororidad. Se siente alivio, sin embargo duele. ¡Por supuesto que duele! Duele a las mujeres hacer cargos contra aquellos seres a los que han amado toda su vida, pero que han traicionado la confianza en ellos como padres, maridos, abuelos, tíos… Por ello se espera años antes de atreverse a acusar de una vez por todas. Muchas víctimas han quedado absolutamente destruidas, por lo menos en su credibilidad hacia los guardianes de infancia y aún más, en todo hombre que les busque como pareja. Por otro lado, a los hombres en roles semejantes a los acusados, el que sus antecesores hayan denigrado la imagen del protector o compañero, también les duele. Les atormenta que pueda llegar a dudarse de ellos mediante simples actos de buena fe, que hoy podrían tener connotación ambigua. Le duele a los hombres ser observados maliciosamente en sus relaciones con sus hijas, especialmente hoy, en que hay tanto padre putativo, padrastros de los hijos de la mujer o bien padres o abuelos que han quedado al cuidado de sus hijos o nietos. Justos por pecadores sufren hoy ante la eventualidad de llegar a ser mal interpretados. Sí señor, también nos duele a las mujeres que nuestros hombres sean víctimas del prejuicio.
Finalmente, esta aberración de la conducta nos daña a todos. Al sentir empatía con el dolor mencionado, no es difícil imaginar cuánto ha sufrido una víctima de abusos, teniendo que guardar durante años y más años dicho drama, inexplicablemente vergonzoso para los violentados y ciertamente gestor de enfermedades sicológicas y orgánicas, tanto en víctimas y victimarios, como cuando estos últimos, cargados con la culpa y la imposibilidad de reparar el daño, llegan a convertirse en sicópatas abusadores en serie o, en una variación de su locura, decidir deshacerse del cuerpo del delito.
Todos estamos involucrados en esta gran herida. Las sociedades están compuestas por hombres y mujeres, al margen de la inclinación sexual. Está claro que hay que enfrentar la realidad sin temor a represalias, que las hay en abundancia. Más claro está, que habría que reeducar con urgencia a nuestros niños y jóvenes, que los seres desprotegidos no son susceptibles de ser convertidos en presa de instintos incontrolados y entre otras cosas, que el sexo es acto de amor, ya sea éste fugaz o permanente.
Por último, en lo que respecta a mi opinión, también sería conveniente que, de nuestro lenguaje, se erradicaran varias expresiones denigrantes para las mujeres, tal como aquella que nos sitúa por décadas en el ítem de los vicios altamente adictivos (mujeres, droga y alcohol). Deseable sería también, que los compañeros de vida pudiéramos transitar libremente por esta sociedad humana, confiando los unos en los otros sin tener que vernos tan a menudo como opositores o enemigos.
(**) Sor Primavera
(*) Primavera Silva Monge es una escritora chilena, traductora de japonés, ex alumna del prestigioso Instituto Nacional de Santiago de Chile, artesana y socióloga por afición. Sus escritos los redacta referidos principalmente a los temas cotidianos imprimiéndoles una dosis de frescura y cercanía que hacen muy fácil su lectura y comprensión. Su género literario favorito es la novela y el relato o cuento corto.
“Me Too” (yo También…)
(*) Escritor y filósofo español (1864-1936)
(**) De sóror, congregación de monjas