La derrota del Real Madrid en su feudo del Santiago Bernabéu a manos del Celta Vigo, por dos goles a cero, ha desatado la furia y la desesperación de las cerca de ochenta mil almas que abarrotaban su estado.
Pero lo malo no es el presente del club más laureado de Europa, lo peor es el negro futuro que se le avecina.
Los jugadores están sobreexplotados, exhaustos y estresados, no corren sencillamente porque no pueden correr más. Hace años jugaban un partido cada siete días, ahora tienen que jugar un partido de máxima exigencia cada tres días. Los aficionados madridistas, entre los que yo me encuentro, se sienten frustrados e indignados, sencillamente porque están mal criados y educados , desacostumbrados como niños pequeños y caprichosos a que su equipo gane siempre. Carlo Ancelotti hizo bien en marcharse, era astuto y era su momento, sabía que el estropicio no lo iba solventar nadie.
El Club de Concha Espina, con Florentino Pérez a la cabeza, había fichado un puñado de nuevos jugadores jóvenes de probado talento y a Xabi Alonso, el entrenador donostiarra, que venía de ganar la liga y la copa alemanas como entrenador del Bayern Leverkusen, pero no sabía que heredaba un regalo envenenado, un club exhausto, macilento y destrozado victima de su propia gloria, de su leyenda que le aplastaba como una ruinosa estatua de plomo.
En mal momento eligió el genial delantero centro Kylian Mbappé al cambiar el Paris Saint-Germain por el club merengue; las catorce Copas de Europa le cegaron con sus refulgentes colores plateados. Esa pompa había caído sobre el club como las columnas de mármol derribadas por Sansón.
Sí, le ha tocado la hora porque un bien organizado club de mediana historia, el Celta de Vigo, se ha paseado por el cuidadísimo césped del mecenas Florentino, autor del “Superestadio” y de las famosas torres apodadas con su nombre, que semejan la Torre de Babel, que por querer escalar el cielo dejó confundidos a sus arquitectos sumidos un centenar de lenguas. Cuando es el Espíritu Santo el que debe dotarnos de esas lenguas y no Satanás, el ángel caído.
Éder Militào, lesionado de gravedad para cuatro meses al intentar corriendo desesperadamente que un delantero celta se plantara ante Tibaut Courtous para fusilarle; más otros dos jugadores expulsados por increpar al árbitro de la contienda con sus respectivas tarjetas rojas, más otro jugador titular sancionado con la roja al salir exaltado del banquillo, y otra amarilla al entrenador, el mismísimo y malherido “tolosarra”.
En fin, un panorama desolador con un mar de fondo semejante a un cáncer muy difícil por no decir imposible de atajar.
Comprendo y recuerdo que cuando era niño e iba con mi padre al Santiago Bernabéu, venía con ojos pasmados como sacaban de vez en cuando a espectadores muertos o moribundos víctimas de ataques cardiacos.
El enorme y creciente parecido del anfiteatro romano - de hace dos mil largos años -, sobre cuyas arenas las fieras - los leones y los tigres -, devoraban a los inermes cristianos y teñían con su sangre a los gladiadores, y era frecuente la carnicería ante el griterío de populacho; semeja ahora a los jugadores de fútbol que caen lesionados o más bien fulminados bajo esas gargantas estentóreas sobre el césped cuidado de esta nueva Babilonia.
Y no quiero decir más.
El que quiera escuchar que escuche y el que quiera contemplar que mire.