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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Carta a los triunfadores

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

sábado 02 de junio de 2018, 19:49h

02JUN18 – MADRID.- Querido Presidente. Queridos nuevos inquilinos del Palacio de la Moncloa. Ante todo daros mi enhorabuena por haber llegado al poder, mi alma ha sentido estos últimos días una bocanada de aire fresco, la sensación, la certidumbre de que todo cambio siempre es para bien, pues el poder ejercitado durante largo tiempo indefectiblemente se corrompe y corrompe.

Carta a los triunfadores

Tengo el convencimiento de que lo vais a hacer bien, por la sencilla razón de que la solución de ir enviando, de enviar a la cárcel a todos los que discrepaban de una forma de pensar, era una solución extremadamente equivocada, injusta y sin futuro; la gente, las personas deben de pensar en libertad y vivir en libertad.

Mirad, llevo sangre vasca y catalana en mis venas, aunque haya nacido en Madrid, quiero que sepáis que soy cristiano y creyente y practicante, y también que soy profundamente liberal, individualista y moderado, como el código Civil de 1882. Tengo 75 años y he vivido a fondo la dictadura, la transición y la democracia, sé el miedo que todo cambio conlleva en algunas personas, pero también sé que hay que mirar al futuro con esperanza y si habéis reunido vuestros votos es para algo bueno y mejor.

Creo que este cambio repentino en el poder es el cambio de y para la juventud que estaba llamando a la puerta de forma insistente, para aquellos jóvenes que han tenido que emigrar al extranjero en busca de trabajo, para aquellos obreros, para aquellas personas que cobran un sueldo insuficiente o misérrimo, para los pensionistas de más bajas pensiones, para los que no tienen voz ni voto, para los desarraigados, para los marginados, para los olvidados y los perdidos.

La democracia es el sistema político menos malo o por mejor decir más perfecto. La alternancia en el poder garantiza ese equilibrio y más en un Estado de Derecho como el que disfrutamos, con la triple división de poderes en ejercicio tal como los definió Montesquieu.

Como Premio Nacional de Teatro me debo a todos los españoles, a todos vosotros, pues soy patrimonio vuestro, patrimonio del Estado Español tanto como mis obras y mi intelecto. No sé lo que voy a vivir, pero tampoco vosotros los sabéis, ninguno de vosotros. Con frecuencia siento y pienso ante lo que veo y experimento que no todo puede terminar aquí.

Bien, ante esta perspectiva quiero sugeriros una serie de consideraciones, es en realidad lo único que puedo hacer por vosotros.

Después de daros mi enhorabuena sincera, recordaros primero que España es un gran país y que merece seguir siendo tal, y sé y espero que vosotros – llegados al poder – también lo comprenderéis. Tenéis que convenceros que todos unidos y de común acuerdo vais a llegar muy lejos y vais a vivir mucho mejor, vosotros y vuestros hijos. Si no lo hacéis así habréis equivocado el camino y lo pagareis en vuestras propias personas, en vuestras propias familias.

En segundo lugar como acabo de deciros el poder corrompe y vosotros no sois supermanes ni invulnerables, la sociedad de consumo ejerce una fascinación y un atractivo ilimitado y aunque pongáis toda la voluntad del mundo en algún momento os sentiréis tentados y caeréis, y también llegaréis a corrompiros y a robar aunque solo sea un poquito, así sentiréis que sois seres humanos y quizá, dentro de mucho tiempo, ojala que así sea, sentiréis compasión por los actuales dirigentes corrompidos, pues vosotros también lo habréis sido. Probareis la hiel de la debilidad, de la imperfección. Conoceréis que la senda de la perfección es muy estrecha y que hay un maestro que llegó a decir que no caer en esa tentación es tanto o más difícil que un camello entrara por el ojo de una las agujas, de las puertas muy estrechas de una antigua muralla.

También recordaros que penséis en los demás y no en vosotros mismos, que sepáis que haber conquistado el poder no es solo una alegría, sino una pesada carga, pues debéis y tenéis la obligación de servir a los demás y no de serviros a vosotros mismos. Esto lo digo tanto para los nacionalistas como para cualquiera de vosotros que vaya ocupar ahora un bonito o menos bonito despacho confortable, climatizado, luminoso o no, provisto de todos los resortes para hacer lo que os venga en gana. Pues no, pensad que puede ser un lugar lleno de espinas, de inclemencias, de preocupaciones y responsabilidades, un lugar además llamado a su fin, a su fin como tal, parejo a nuestro propio final que nadie conoce cuando va a ser.

No quiero con esto amargaros el pastel ni el día, solo recordaros una realidad: la felicidad y la libertad tiene un alto precio y ese precio lo pagamos todos aquí, es el precio que pagamos y es el que va a pagar el país, España, que depende ahora de vuestra justicia, de vuestra cordura, de vuestra moderación.

Hay que dialogar, hay que ceder, hay que pactar, hay que quererse los unos a los otros y escuchar siempre y poneros en el lugar del que tienes enfrente sea rico o pobre, santo o corrupto, e intentar comprender y pedir a ese Ser del que va a depender la justicia final, la definitiva, que os y nos ayude, que os ilumine, que os haga compasivos, que tengáis mucha paciencia y algo que puede sonar quizá un poco raro, que tengáis misericordia. Sin esa misericordia os aseguro que ninguno de vosotros estaríais ahora donde estáis.

Bueno, dicho todo esto y en la certeza de que la pérdida de equipaje siempre redunda en una mayor ligereza y visión de conjunto de la realidad, imprescindible todo ello para obrar el bien y curar las heridas de este país incomparable - situado en un lugar privilegiado del planeta -, os deseo mucho bien y os abrazo a todos queridos ciudadanos, queridos hermanos, queridos españoles con todo mi corazón.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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