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Viaje a Puerto Rico

Delicia libre asociada

Delicia libre asociada

Por Erik Saavedra Gourmet y remitido por Quino Moreno

martes 05 de julio de 2016, 13:45h

05JUL16.- Con mucha habilidad marketiniana, pero cargada de deliciosas razones, Puerto Rico se vanagloria ante sus vecinos oceánicos de ser la “capital gastronómica del Caribe”.

Delicia libre asociada

Por su rico mofongo y sus centenares de maneras de prepararlo; por sus cristalinos rones y su ígneo pitorro (destilado ilegal de aúpa, casi 90 grados); por su salsa, también la de bailar, donde ellas llevan el compás y el varón escolta y es comparsa; por su piña colada en busca de autor (dos enclaves se pelean por su paternidad); por sus arroces criollos, picaderas y pinchos a modo de tapas y raciones, sus mil cervezas autóctonas y alguna sangría nada desdeñable y muy loca; sus cochinos, sus churrascos, y, cómo no, un café magnífico que crece en el corazón de esta isla que juega con dos pasaportes.

También juguetea con una permeabilidad española –desde 1493 por la vía del Descubrimiento colombino– innegable y verdadera, sin imposturas. Aseguran que el Camino de Santiago se prolonga por allende los mares, que no muere en Compostela. O que estos pagos son la “Andalucía del Caribe” por sol, alegría y arquitectura. Incluso algunas pizcas canarias se espolvorean en gastronómico deje.

Dosis de nostalgia

Hay otros muchos niveles de nostalgia con la madre patria. El minúsculo y exótico Movimiento de Reunificación con España hasta reclama la anexión como autonomía a la nación que durante siglos, hasta la guerra de 1898, fue yugo.

Quizá sólo sea por meter el dedo en el ojo al Tío Sam y sacudirse la coletilla de “Estado libre Asociado”, sufijo que acompaña la naturaleza jurídica de Puerto Rico y su ligadura yanqui. Sea como fuere, sus 3,5 millones de habitantes tiran de spanglish para dar carrete a tantas conversaciones, alocuciones y giros con mixtura. Custodian ese castellano meloso y romanticón trucado de lambadacismo en el que las erres finales mutan en eles, “mi amol”.

En este mestizo sentido, la multilateralidad, la duplicidad de sentimientos y nacionalidades por esa cuasi pertenencia (nunca sentimental) a Estados Unidos supone otra de las bazas foodies. Una hornada de nuevos chefs, a caballo entre los EEUU y el denominado estado 51 que les vio nacer, han propagado la buena nueva de la cocina portorriqueña. Nombres como José Enrique, Wilo Benet, Óscar Estrada, Joerick Rivera o José Santaella representan el mascarón de proa del nuevo grupo de buenos boricuas de los fogones. Los más célebres venden miles de libros de cocina y despachan magisterio y simpatía en shows de televisión de las grandes cadenas del país de las barras y estrellas. Algunos de ellos, así como los nuevos talentos, se dan cita en la playa del Escambrón durante el mes de abril para propagar habilidades e intercambiar conocimientos en “Saborea Puerto Rico, una extravagancia culinaria”, que en 2016 contó su quinta edición. Sol y show cooking en dosis idénticas.

Religión y shopping

Vital, lumínico y fascinante, el Viejo San Juan ejerce de auténtico corazón de esta tierra con una superficie como nuestra provincia de Lugo. En la capital se enumeran 46 lugares de interés, con una querencia por el turismo religioso y las batallas navales coloniales, y se abigarran nada menos que casi un centenar de restaurantes y tabernas.

Se entremezclan entre tiendas que venden puros, joyas libres de taxes, sombreros Panamá y souvenirs con la forma de los Reyes Magos (unas divinidades aquí). Los más recomendables, el Saint Germain, cocina fusionada en un bistró de tres plantas y un ático para rematar la velada a base de cócteles; o el modesto Antojitos del Callejón para dar cuenta de arroz y costumbrismo.

Todo se calma y se redoblan los placeres cuando vuelven a embarcar las hordas de turistas que vomitan los cruceros. Llegan de mañana y se largan cuando cae el sol, no sin haber descerrajado la cámara de su móvil sin mucho criterio, y sin apenas tiempo de degustar como se merece esta pantonera que se abrocha por el norte por el genuino barrio de La Perla, al que Calle 13 dedicó un tema junto a Rubén Blades.

Paisaje de interior

Como si Judy Garland hubiera encontrado el camino de Oz en el Caribe, los adoquines del Viejo San Juan y sus coloristas fachadas guían el paladar y las inquietudes del visitante -efímero o no- hasta los placeres de la tarjeta de crédito.

Hay tiendas de caro café (la mejor, Cuatro Sombras) galerías de arte, garitos para bailar y tomarla hasta las tantas (Nuyorican Café o La Factoría La Sanse), bares con solera y feísmo postmoderno, hoteles mayestáticos para el recogimiento (El Convento, ineludible) y paseos entre los fuertes de San Felipe del Morro y el castillo de San Cristóbal para imaginar cómo fueron los asedios holandeses e ingleses a esta maravillosa isleta y su bahía.

Soplan los alisios que trajeron las naves de más allá, del plus ultra, mientras hoy despeinan los flequillos de los guapos surferos que se aventuran en la Playa del Rincón. Otros buscan el pez mayúsculo en el llamado marlín alley (el callejón del marlín), uno de los spots de pesca más célebres del mundo. Para los que gustan de interior, el Parque Nacional de El Yunque asegura un paseo por un mundo del que parece van a emerger dinosaurios o animales fantásticos, tal es la profusión de verdor, sonidos selváticos y lluvia eterna en modo pulverizado.

Homenaje a Cervantes

Regresando al litoral, unos pocos kilómetros más allá del Viejo San Juan, los hoteles y tiendas de la avenida Ashford (una Florida a escala en Condado) se alcanzan las playas de Piñones, Loíza y Luquillo. El camino se desdobla en carretera y un carril bici con madera por pavimento, y se puntea cuajadito de timbiriches. Estos puestos despachan comida rápida para gente en chanclas, desprejucios y toalla. Ensartan pinchos de tiburón, empanadillas, bacalaitos, alcapurrias de yautía (especie de yuca), sorullitos, mero, pollo, carne, el pescado mahi mahi también llamado pez delfín o dorado, pargo rojo… Para saciar la sed, hay que ordenar cervezas como La Medalla, Boquerón o una Crash Boat, hechas aquí mismo (la primera, desde 1937).

También tiene factoría con visitas guiadas el despachadísimo ron Bacardi, aunque en las predilecciones de la coctelería portorriqueña destaca el Don Q. Con el hidalgo cervantino de triste figura por logotipo, fue creada por un catalán hace la friolera de 151 años. Aún reina en los mueblebares y las barras, como en El Barrachina, en cuya fachada una placa asegura que se patentó allí mismo en 1963.

Pero lo más fiable es que brotara tras las sabias mezclas de un barman barcelonés llamado Ramón Monchito Marrero, en el hotel Hilton, en Condado, y en 1954. Sólo él conocía los secretos de la crema de coco para galvanizar un brebaje que a día de hoy y con todos los honores, se eleva como la bebida oficial de Puerto Rico.

Y a otro español de historia pintoresca se le confiere la autoría de una delicia pastelera muy solicitada al suroeste de la isla, como en las localidades de Mayagüez, donde está la fábrica y un bonito colmado, en Ponce, Aguadilla o Cabo Rojo: un brazo de gitano llamado Franco. La cuestión es que la onomástica remite al tío abuelo del dictador patrio, quien arribó por estos lares en 1850.

Su empresa sigue en pie gracias a la familia López de Vélez. El postre lleva guayaba y piña, y ahora se rellena también con chocolate o zanahoria. Hay hasta 22 variedades donde escoger. Paradójico que casi enfrente de la factoría Brazo de Gitano Franco se ubique la casa de la madre de Pau Casals, violonchelista universal y exiliado por culpa del régimen. A esta casona neoclásica criolla vino en 1955 para dar un concierto tributo a sus raíces y que aún recuerdan los más veteranos del lugar.

Bendito mofongo

En Mayagüez también veneran el mofongo y custodian que se elabore con ortodoxia, con un concurso, el Mofongo Challenge Tour, que busca el mejor de la isla cada año. Un viejo proverbio dice que “los boricuas llevan moteados los ventrículos de su corazón por tanto plátano para hacer mofongos”.

En Isabela también se tiene como mandamiento prepararlo sublime, con su caldito, su arroz mamposteado y sus tostones como siders. Para rematar este menú antillano, que mejor que un café recolectado en Yauco (Adjuntas), en el esmeraldino corazón de la isla. Allí se suceden las bellas haciendas que exportan café a Europa y que hablan de emprendedores que, sin mucha experiencia agrícola, fueron bendecidos por la lluvia y esa sombra que hace brotar granos aromáticos, variedades arábica y caturra.

Como colofón, unas singladuras a las islas de Vieques o Culebras aseguran jornadas de solearse como la paisana Jennifer Lopez manda. Playas idílicas, snorkel, tortugas, corales… en Vieques es pecado no navegar de noche en canoa para maravillarse de su rara y nocturna bioluminescencia en la Bahía Mosquito, resplandor fosforescente en el agua causado por los microscópicos dinoflagelados en su espasmódico nadar. Hay quien se zambulle para sentirlo en la propia piel, aunque resulta recomendable no ir en noches de luna llena para que la luz del astro no interfiera con la experiencia. Hasta la isla se puede llegar desde el puerto de Fajardo, no sin antes dar de comer a las iguanas que se disponen en batallón en el muelle esperando la caridad –gastronómica– del internacional pasaje de cada barco.

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