Sin embargo, en 1830 el científico francés Claude Gay convenció al gobierno chileno para que estableciera un vivero experimental de vides viníferas en los que se llamó la Quinta Normal, poniendo así los cimientos de la industria moderna en Chile.
El siguiente gran paso en el desarrollo de la actividad vinícola de ese país tuvo lugar en la segunda mitad del XIX, cuando varios de sus ricos industriales, en su mayoría de origen vasco como así reflejan aún hoy algunos de los nombres de las bodegas, entraron en contacto en el curso de sus viajes con los vinos elaborados en Francia, sobre todo los de Burdeos, y con cepas muy diferentes de las que había en Chile. Ellos introdujeron esas variedades bordelesas en el país y se lanzaron a la creación de una industria vinícola local, fundando bodegas, la mayoría en las regiones que rodean Santiago, la capital, tan cerca de ella en algunos casos que, como ocurre con Cousiño Macul, están hoy prácticamente en la ciudad.
Cuestión de status
Tener una bodega se convirtió en un símbolo de estatus entre la aristocracia chilena, pero pronto y de forma inesperada resultó ser una boyante inversión. Cuando en la segunda mitad del XIX las viñas europeas fueron destrozadas por la filoxera, Chile, que nunca fue atacado por la dificultad de ese insecto para alcanzar sus remotas viñas, rodeadas por barreras naturales difícilmente franqueables como son el desierto de Atacama en el norte, glaciares en el sur, los Andes al este y el océano Pacífico en el oeste, se convirtió en prácticamente la única industria vinícola mundial y Errázuriz, una de las principales bodegas, llegó a ser la propiedad más grande del mundo.