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Las relaciones históricas entre España e Hispanoamérica siglos XV y XVI

Por Laura Pastor

miércoles 10 de diciembre de 2014, 23:43h
Las relaciones históricas entre España e Hispanoamérica siglos XV y XVI

España, tras el proceso de la Reconquista, se sintió capaz y con voluntad de realizar empresas universales, como la del continente americano En este punto de partida influyeron decisivamente la conquista de Granada y la derrota definitiva del Islam.

A la vez que España luchaba por su supervivencia, se consolidaba como nación, y lo hacía desde la fe y contra el enemigo de la fe, el Islam.

El descubrimiento de América fue una empresa-algo improvisada- del primer Estado Moderno de Europa ,que surge con los Reyes Católicos, y especialmente bajo la bandera de Castilla, en el puzzle territorial de una unión matrimonial. El reino castellano era el más poblado, con buena preparación marinera, capacidad náutica y quizás el más predispuesto a la hazaña americana.

Hay que sopesar lo que supuso esto para un pueblo que había estado luchando contra los árabes, durante siglos, ganando día a día su supervivencia y corriendo constantemente el peligro de extinción. ¡Qué concentración tan formidable de energía debía tener España – si se nos permite el término que al menos nosotros utilizamos con propiedad-en aquellos momentos! ¡Cómo debía pesar sobre su conciencia este cúmulo de fuerzas!

Los descubrimientos, los hallazgos creadores, exigen tiempo, esfuerzo continuado, tesón y una larga preparación. El acontecimiento del “Nuevo Mundo” la iba a dar una fortaleza inmensa a su identidad. No contenta con los propios límites peninsulares, se lanzó a la mayor empresa de los tiempos modernos: el descubrimiento de América y su incorporación a la cultura occidental, tras la mencionada guerra de Granada , hecho histórico decisivo sufragado por numerosas aportaciones del pueblo y de la Iglesia a través de las bulas de cruzada.

Esta enorme tensión bélica interna de ocho siglos necesitaba en 1492 una catarsis que lanzó a España a la expansión de nuevas aventuras marinas, comerciales, políticas y religiosas.: esa identidad española ,ganada a pulso durante siglos, era esencialmente cristiana.

Fernando el Católico declaró en 1481 que su objetivo era “expulsar de toda España a los enemigos de la fe católica y consagrar España al servicio de Dios”. Nuevamente, el 3 de junio de 1482 el Papa y los Reyes Católicos llegaron a un acuerdo para unir fuerzas contra el infiel. Aquél atacaría al turco y estos al moro. Las bulas de cruzada colmarían de favores espirituales a aquellos que contribuyeran a esta “empresa”, físicamente o con donaciones.

Desde este momento, la iglesia española movilizó todos los recursos propagandísticos. Desde los púlpitos se apelaba al sentimiento de los fieles para luchar en guerra santa contra el infiel. Y tal fue la implicación de la Iglesia que Ladero Quesada ha estimado que tres cuartas partes de los gastos de la guerra de Granada fueron pagados por el Papa a través de distintos tributos eclesiásticos.

Desde el plano ideológico, mientras en el resto de Europa se producía la expansión del humanismo renacentista de “corte pagano”, España, sin dejar de abrirse a las nuevas corrientes modernas que postulaban la emancipación de la conciencia, fuese

no sólo capaz de mantener su fe, sino de armonizarla con los nuevos tiempos. Y es que su religiosidad era tan sólida que, mientras que la modernidad en Europa fue pagana o protestante, en España-teóricamente-siguió siendo católica. Desde esta perspectiva se entiende mejor la expansión de España en América y su evangelización.

¿Cómo se explica que un país poco poblado, como era España entonces, que no superaba los diez millones de habitantes se apoderase de casi todo el continente americano en unos cincuenta años? Aquel puñado de hombres aguerridos pobló ciudades, campos, pueblos y sierras; surcó mares, océanos y ríos en condiciones indescriptibles.

¿Qué hay debajo de la decisión de Cortés de quemar las naves, o de la de Orellana en el primer recorrido del Amazonas o de la de Valdivia en ir a Chile?. No cabe duda que. eran unos “quijotes” embarcados en una empresa que les desbordaba pero que respondía plenamente a las ansias de expansión y de fe que bullían en España.

Esta apertura de España era la de una sociedad típicamente abierta. No sólo se abrió al Atlántico y al Pacífico, sino que también al Mediterráneo y a Europa; en un orden interno de cosas- como veremos más adelante- se abrió también a las reformas del Renacimiento y del Humanismo.

Este período tan importante, de la Historia de España que aquí abordamos, podemos delimitarlo cronológicamente desde 1492, con el Descubrimiento, Conquista y Colonización de este Continente ( siglos XV y XVI esencialmente) hasta el proceso de independencia y emancipación de las colonias, a datar entre 1808-1825, por un lado y, por otro, desde esta última fecha hasta 1898, con le pérdida definitiva de nuestra presencia colonial en estas tierras, en las que implantamos nuestra cultura, la mayoría de las veces siguiendo los moldes españoles de forma ortodoxa.

Nuestra intención es orientar pedagógicamente estas relaciones de nuestra presencia en este Continente, obviando en lo posible otros factores – a veces imperantes en ciertas mentalidades colectivas-sobre, por ejemplo- la famosa Leyenda negra- intentando por encima de todo positivar el análisis histórico sobre la presencia española en América: que consideramos globalmente fue gran salto adelante para la civilización, al menos europea.

No pretendemos de manera alguna exaltar las vicisitudes que contornean la mente triunfalista, que en tiempos predominó en algunos círculos intelectuales, donde nos mostraban una Hispanidad en que la madre patria, con el “tildado sentido imperialista de Isabel y Fernando”, había dominado Hispanoamérica con las ideas del padre Victoria y la imagen del “buen indio” extendida por el padre Las Casas.
“ Éste se lamenta que se hubiesen tomado naciones y reinos indígenas como si fueran infieles, ignorando que en realidad no eran infieles sino simples paganos que en absoluto ofendían el cristianismo. Cierto es que los indios de las altas civilizaciones mesoamericanas y andinas tenían religiones más complejas, aunque no dejaban de ser paganos”.

Dentro de la Iglesia había varias doctrinas: una minoritaria, conocida como humanista, que era moderada y toleraba la convivencia de religiones negando la esclavitud: Benito Arias Montano, fray Bartolomé de Las Casas, fray Pedro de Córdoba, Francisco de Vitoria o fray Bartolomé de Albornoz son algunas de las figuras más destacadas de esta corriente.

Existía otra postura que reconocía y defendía un trato diferente para los infieles y los paganos. A los infieles había que hacerles la guerra pero los paganos se podían incorporar directamente al seno de la Iglesia, mediante prácticas evangélicas.

Y, finalmente, existía otra convicción- que defiende fray Luis de León, citando a San Gregorio- que incluye dentro de los infieles tanto a los herejes como a los paganos. Pues, bien, desde mucho antes del Descubrimiento de América, la Iglesia había optado por la tercera de las doctrinas. Y ello porque hacía tiempo “que el pueblo español se sentía llamado por Dios para expandir el cristianismo”. Una política que emprendieron los Reyes Católicos y que continuó Carlos V no sólo en América sino incluso en Europa donde pretendió crear un imperio cristiano.

Efectivamente, por encima de cualquier proyecto mercantil, uno de los grandes

objetivos alentados desde la Corona, fue que en los nuevos territorios imperara la unidad cristiana. En América no habría moros, moriscos, judíos, gitanos ni herejes, sólo habría cabida para los cristianos católicos.

A finales del siglo XIX escribía el historiador mexicano, García Izcalbalceta :“La Iglesia urgía siempre para que se llevase la luz de la fe a las regiones incógnitas. España era el primer campeón del catolicismo, y así como en el Viejo Mundo sostenía terrible lucha contra las nacientes herejías, del mismo modo en el Nuevo agotaba sus fuerzas para extirpar la idolatría”.

Ante estas polémicas y vicisitudes teóricas entre teólogos de la élite intelectual española del momento, la “leyenda, más o menos nacionalista”, había triunfado en el mundo- la Leyenda negra- donde se vertía una amalgama de ideas contra la concebida como España inquisitorial, ignorante, fanática, dispuesta a la violencia y enemiga del progreso.

La base de esta Leyenda negra estaba escrita-en parte- por los propios españoles: La Brevsima relación de la destrucción de las Indias (1552), del misionero dominico padre Las Casas, y los escritos de Antonio Pérez, secretario de Felipe II. Las numerosas y reiteradas ediciones de la Brevisima, con las ilustraciones cruentas de Theodore de Bry que acompañaban al texto, constituyeron un fenómeno nuevo en la publicidad europea. El carácter español que ilustraba estos libros, reproducido a través de la imprenta en miles de ejemplares, quedó marcado por el estigma de la codicia y la crueldad. El padre Las Casas brindó, sin quererlo quizás, el arma más eficaz y contundente para servir de base a las pretensiones francesas, alemanas, holandesas o inglesas sobre el Nuevo Mundo. Cuando estas potencias lograron establecerse, hicieron las mismas crueldades, pero fue menor su dominio en espacio y jamás se preocuparon de hacer examen de conciencia, público y reiterado sobre su obra en América”. [1]

Hay unas consecuencias que son peores aún. Existe una opinión pública que se siente hastiada ante la reiteración, controversia y parafernalia de tantos y tan variados alegatos sobre el legado de España en América. En quinientos años, no se han logrado superar estas Leyendas y crear un estado de conciencia que permita la comprensión real de lo que pasó en el encuentro entre ambas culturas, para explicar lo que España creó, legisló, explotó, exportó, importó y lo que castigó.

Lo que separa a España de otros países colonialistas es la decisión predispuesta por el Gobierno de Castilla a analizar el derecho que tenía la nación de poseer las Indias en primer lugar, y a hacerlo abiertamente con hombres expertos en Derecho y, sobre todo, la diatriba de Valladolid, en que se enfrentaron Las Casas y Sepúlveda defendiendo opuestas ideas, y todo ello para ayudar a la conciencia real. Ningún otro país se ha cuestionado los derechos de sus colonos, ni ha tenido defensores que lo hayan hecho con conocimiento de leyes y testimonios de testigos.

Veamos algunos ejemplos significativos al respecto. Una Instrucción de la reina Isabel, fechada en 1503, anima a que “dichos indios se casen con mujeres indias y mujeres cristianas con ellos”. Una Real Cédula de Fernando de 1515 dice: “Es nuestra voluntad que tengan entera libertad para casarse con quien quieren, así con indios como con los naturales de estos reinos o españoles nacidos en las Indias…” Éste es el principio de la nueva raza, propiciado por la Corona. Esto constituye una revolución para su época, y una verdadera apertura en el mundo de las relaciones humanas que no hizo ninguna nación. Sólo podemos recordar el planteamiento totalmente contrario llevado a cabo por los ingleses, holandeses y franceses.

En ningún momento fueron Las Indias legisladas como colonias. El derecho de sangre hizo que se gobernara América de manera distinta a la empleada comúnmente en otros países. El Consejo de Castilla, de Aragón o de Italia se encontraban en la misma categoría con el Consejo de Indias en carácter ejecutivo y consultivo, como parte integral de la Monarquía.

La idea de fomentar el crecimiento de las poblaciones aparece en las Instrucciones dadas a Colón en 1497: “Se habían de sembrar semillas, plantar huertos e algodoneras e linares e viñas e árboles e cañaverales de azúcar e otras plantas e hacer edificar casa e molinos e ingenios para dicho azúcar”. Éste es el principio de la agricultura europea en América.

La Casa de Contratación de Sevilla recibe órdenes en 1519 para “que no parta alguna nave para las Indias sin llevar útiles de labranza y abundante simientes”. La expedición de Sanlúcar de Barrameda de 1520 fomenta la emigración española, trasladando a 1.520 españoles. Allí iban 34 familias de labradores, con 90 hijos, 31 criados solteros, con 200 azadones, 200 azadas, 100 escoplos, 6 piedras de moler y muchos otros instrumentos para edificar, fabricar y elaborar lo necesario para establecerse en el Nuevo Mundo. En las naves iban los primeros caballos, las primeras reses, las primeras ovejas, etc. Plantas y animales desembarcaban en La Española, donde se aclimataban convenientemente hasta ser transportados de nuevo a la Nueva España.

Tenemos que recordar que en América no se conocían ni el caballo, ni el perro guardián; tampoco conocían el cerdo, la vaca, la cabra, la oveja churra, el gato, el conejo, la gallina, la paloma… No conocían tampoco el trigo, la cebada, el centeno, el arroz, la vid y toda clase de legumbres y verduras, como los guisantes y las cebollas. No existía la caña de azúcar, el olivo, el naranjo y el limonero, el plátano, el manzano, los melocotones, los albaricoques, los higos, los almendros, las nueces o los melones. La vid y la agricultura dieron lugar a la formación de admirables culturas.

No existían la mayoría de los árboles frutales, ni el pino, el ciprés y la palmera de dátiles. Y lo que era más crucial: no usaron la rueda como transporte; todo se hacía sobre las espaldas, ni usaron nunca el arado, aun en su forma más primitiva.

Hoy día, en que podemos comprobar todo esto con las pruebas de ADN, conocemos que ,esta exportación de productos y la correspondiente emigración, no se habían conocido hasta entonces en el mundo. También es verdad que España trajo de Hispanoamérica otros elementos alimenticios y minerales importantes como la patata , el maíz, el chocolate, el tabaco, el oro y la plata. Es cierto que se realizaron prácticas acordes con la época de tráfico de esclavos, y no podemos olvidar tampoco alteraciones ecológicas que allí tuvieron lugar, entre otros aspectos negativos.

Fue, sin duda, sorprendente, la influencia que tuvo España en Hispanoamérica por la educación. Las escuelas para los indios comenzaron inmediatamente a funcionar a la llegada de los misioneros. En iguales condiciones de tiempo y economía, podemos ver que la escolarización de los nativos indios estaba muy a la par de la que tenían los españoles de la Península.

Una misma acción se llevó adelante con el tema sanitario y de los hospitales
El aislamiento en que había vivido América impidió crear defensas inmunológicas contra enfermedades desconocidas. Aunque el contagio fue mutuo: “las taínas” contagiaron la sífilis a los españoles y esto causó una epidemia en Europa. Los indios se vieron agravados por su vulnerabilidad a los gérmenes patológicos y por la destrucción de su hábitat cultural. La viruela, el sarampión, la gripe, la tuberculosis-entre otros problemas sanitarios trasladados por los españoles- provocaron epidemias entre ellos.

El primer hospital fundado por los españoles fue el de San Nicolás de Bari, en Santo Domingo, en 1503. Los franceses no establecieron un hospital en Québec hasta 1639, En territorio de lo que hoy son los Estados Unidos, los ingleses abrieron el primer hospital en 1765.

En el ámbito académico, la Cédula Real de 1538 otorgaba a los dominicos la fundación de un “Estudio”, anexo a una iglesia y un hospital, que hubiera podido ser la primera universidad americana, en La Española, pero la Universidad no funcionó como tal hasta 1558.

Por Cédula de 1551, renovada en 1562, se declaraba que, “para servir a Dios…, conviene a nuestros vasallos súbditos y naturales que tengan en ellos Universidades y Estudios Generales, donde sean instruidos y graduados en todas las ciencias y Facultades; y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias y desterrar de ellos las tinieblas de la ignorancia, creamos y fundamos y constituimos en la ciudad de Lima, de los reinos de Perú, y en la ciudad de Méjico, de la Nueva España, Universidades y Estudios Generales… y concedemos a todas las personas, que en dichas Universidades fueran graduadas, que gocen en nuestras Indias… de las libertades y franquicias de que gozan en estos reinos los que se gradúan en las Universidades y estudios de Salamanca”..

¿Qué decir de las manifestaciones artísticas? El arte sagrado, religioso, va a florecer en América, uniendo el barroco español con el arte indio. Se crean escuelas de Arquitectura, Escultura y Pintura, que desarrollarán el Arte Colonial.

Se construyen las maravillosas catedrales de Santo Domingo (1511), la de Cuba (1522), la de Venezuela (1532), la de Cuzco (1537), la de Honduras (1539), la de Lima (1541), la de Santiago de Chile (1561), la de Tucumán (1570). Este esfuerzo arquitectónico abrió un mundo artístico nuevo para la creatividad autóctona que hoy sigue siendo asombroso y admirado por todos.

Todo el arte colonial es un reflejo del mestizaje cultural entre dos viejas y ajenas formas de vida que produjeron nuevas manifestaciones artísticas.. La técnica y el tiempo del trabajo se alteran, apareciendo nuevos artesanos y artistas.

En el arte, como en los tejidos o muchas de las obras artesanales, con metales o madera, quedaron incorporadas las preferencias del temperamento indio, su característico sentido de la forma, del volumen y del color. Ya no son exclusivas manifestaciones artísticas de España en América, sino- el resultado de estas obras de arte- son productos de una nueva entidad artística con su herencia propia.

Desde la perspectiva actual no podemos sumergirnos en las diferencias marcadas por la aportación o la explotación, sino que parece más positivo alentar y defender lo que nos une, no lo que nos separa y diferencia. Hoy es factible hablar de Iberoamérica o Hispanoamérica en estos términos, a pesar de la oposición de los nacionalismos autóctonos más ortodoxos que reniegan en gran parte de las aportaciones que ambas civilizaciones se dieron.

En palabras de Octavio Paz: Octavio Paz “No todo fue horror: sobre las ruinas del mundo precolombino los españoles y los portugueses levantaron una construcción histórica grandiosa que, en sus grandes trazos, todavía está en pie. Unieron a muchos pueblos que hablaban lenguas diferentes, adoraban dioses distintos, guerreaban entre ellos o se desconocían. Los unieron a través de leyes e instituciones jurídicas y políticas pero, sobre todo, por la lengua, la cultura y la religión. Sí las pérdidas fueron enormes, las ganancias han sido inmensas. Para juzgar con equidad la obra de los españoles en México hay que subrayar que sin ellos –quiero decir: sin la religión católica y la cultura que implantaron en nuestro país- no seríamos lo que somos. Seríamos, probablemente, un conjunto de pueblos divididos por creencias, lenguas y culturas distintas”.[2]

Como dijo Vargas Llosa: El quinto centenario va a dar origen a muchos discursos. Va a haber efusiones retóricas en todo el mundo hispánico, interminables, pero me temo mucho que buena parte de la celebración se quede en las efusiones retóricas. Me temo que en América Latina resuciten viejas controversias totalmente apolilladas como las del indigenismo y el hispanismo. Que comiencen a cobrarse cuentas a los conquistadores por las destrucciones y asesinatos y que se pierda la oportunidad para algo que debiera ser una celebración creativa, por ejemplo, la lucha contra los nacionalismos en América Latina que es una de las batallas que todavía hay que librar.[3]

BIBLIOGRAFÍA

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