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Historias desde Paraguay

La historia jamás contada del peluquero Freddy

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Si me dicen que todo lo oculto de la época de Stroessner ya fue revelado y juzgado, lamento decirles que están equivocados. Yo también pensé que todo ya se supo mediante el descubrimiento del "archivo del terror" y de las tumbas NN, pero también me equivoqué.
A casi 21 años del derrocamiento de Alfredo Stroessner Matiauda y a cuatro años de su muerte, los hechos van revelándose como por encanto, o acaso por temor al olvido o como un conjuro contra el miedo.

No todos recordarán al peluquero Freddy a quién se mató hace unos 25 años en su departamento sobre la avenida Mariscal López, en Asunción.

Por aquel tiempo su muerte escandalizó a muchos, mientras no pocos decían que murió en su ley: en manos de sus amantes (era homosexual). Los diarios de la época (Abc estaba cerrado) le dieron el ligero destaque necesario y luego, nada. Su muerte debía quedar en el olvido.

Un actual director periodístico de un diario asunceno había sido despedido, por aquel entonces, de su puesto de periodista en el diario de Humberto Domínguez Dibb (yerno de Stroessner) por haber publicado un suelto sobre el asesinato de Freddy. Nada debía publicarse.

Se dijo que su muerte fue por motivos pasionales. El informe policial así lo avalaba. Era jefe de Investigaciones de la entonces Policía de la Capital Pastor Coronel; era ministro del Interior Sabino Augusto Montanaro.

Con el tiempo, como liberados mediante la muerte de Stroessner, algunos ex calificados testigos sueltan prendas y dejan que la verdad germine en la sociedad asuncena.

La verdad es que aquel peluquero que atendía sobre la aristocrática avenida Mariscal López no habría muerto en manos de algún amante, como transcendió, sino en las de los mismos efectivos de Pastor Coronel.

Parece que, en verdad, la historia real iba por otro camino. Freddy, el peluquero más caro y mejor relacionado entre las más copetudas mujeres asuncenas de la década de 1980, escuchaba en su salón las más variadas historias de sus clientes: chismes de menor cuantía hasta quejas por desamores, negocios alcanzados o truncos, maldades, infidelidades y -lo clave de esta historia- las insatisfacciones de algunas mujeres solteras, casadas, divorciadas, separadas y viudas. Originadas en las necesidades sexuales, claro.

Freddy volvía a comentar las versiones escuchadas en la peluquería a un amigo suyo, un chileno, quién (rápido para ganar dinero) le propuso un negocio para explotar dichas angustias femeninas: instalar una casa de citas donde hubiera prostitutos argentinos contratados especialmente para el efecto, siempre y cuando reunieran algunas condiciones: jóvenes, buen físico y bien dotados.

Aceptada la idea, fue montado el prostíbulo para las "fifí" de Asunción. Un edificio de unos tres pisos, en un sitio discreto donde se amoblaron las habitaciones como para que las clientes se sintieran a gusto y tuvieran ganas de volver. Una casa donde no haya porteros ni vecinos y que adentro haya copa y amor, como en el tango. Los hombres, cuentan los que sabían de estos intríngulis del poder, eran atractivos y discretos de manera que una próxima visita era casi una fija. El negocio tomó vuelo.

Las exclusivas parroquianas accedieron a la novedad en el mismo sillón donde se arreglaban el cabello con el peluquero. Este susurraba con las reservas debidas en sus delicadas y perfumadas orejas el nuevo sitio donde podían dar corte a sus problemas.

La esposa de un poderoso general de aquella época no dudó utilizar los servicios, previo acuerdo sobre los precios: Fuera del local, 1.000 dólares (por poner una cifra); dentro, 800 dólares.

La mujer del referido general, por lo visto muy entusiasta, contrataba con relativa frecuencia los servicios de uno de los prostitutos y lo llevaba a su estancia, escándalo que se sabría de a poco mediante los servicios de inteligencia del finado Pastor Coronel.

Las hijas y sobrinas de esta paquetuda mujer también experimentaron el agradable y extasiante servicio de los musculosos "servidores" de la sociedad aterciopelada.

Lo que no sabrían, hasta mucho después, las habitués del engalanado pero hermético sitio es que allí estaba activado, por obra y gracia de los dueños del negocio, un sistema de filmación de alta fidelidad, como para fotografiar y filmar cada escena de sexo practicado entre sus paredes.

Las fotos y los vídeos eran otra cantera porque se venderían a compradores que ya esperaban la mercancía en sus lejanas oficinas en Estambul, Hong Kong, Taipei y Tokio.

De esta -la filmación- se enteraría un equipo de ex funcionarios de Ministerio de Relaciones Exteriores que había viajado a Japón, donde -casualmente- encontraron en una revista porno la foto de la esposa de uno de los altos funcionarios de dicha cartera en una fuerte escena sexual con un musculoso joven.

La revista terminaría en manos del mismísimo presidente Stroessner quién, enfurecido hasta decir basta, ordenó a Montanaro que iniciara de inmediato las investigaciones respectivas. No pasó mucho tiempo como para tener los datos completos en la carpeta reservada de Pastor Coronel: el peluquero Freddy regentaba un prostíbulo para mujeres (pero también para hombres inclinados hacia la homosexualidad).

La orden no se hizo esperar: el peluquero debía desaparecer. Y así fue. Se lo mató en su propio departamento. Fueron los hombres de Pastor Coronel.

Una vez asesinado, la policía de Stroessner revisó cada centímetro cuadrado del prostíbulo. Allí encontraron miles de fotografías y filmaciones que eran negociadas en Asia. Y, desde luego, las fotos de esposas, novias, amantes, hermanas, tías, vecinas, primas de los que estaban en el poder. También las fotos de algunos conocidos hombres. Todos fueron clientes de la casa de los "hetairos".

En un lugar secreto de la casa encontraron hasta piedras preciosas ingresadas de contrabando desde Brasil para su venta entre las copetudas asuncenas, otro negocio de Freddy con el chileno.

Aquello fue un verdadero escándalo entre los stroessnistas. Unos se asombraban y avergonzaban por haber sido descubiertos en semejante distracción; otros, sencillamente por vergüenza ajena. Pero todo el lío de las mujeres enjoyadas quedó al amparo del más completo silencio del cual era capaz la dictadura.

Cuentan que el mismo Alfredo Stroessner participó de la quema de las fotos y de los vídeos. Nunca el hombre se sintió más ofuscado con las mujeres pilladas in fraganti y con el peluquero de la avenida Mariscal López.

El audaz estilista pagó con su vida semejante aventura; las clientes (y los clientes) acaso con el remordimiento.
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