Obama promete que aplicará la reforma sanitaria en su mandato

En 96 años, sólo en 46 ocasiones el presidente de Estados Unidos ha reunido en una sesión conjunta extraordinaria a las dos cámaras del Congreso para lanzar su mensaje. Esta semana, por primera vez desde que George Bush lo hiciera tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, Barack Obama congregó por primera vez a los congresistas –y a todo el país por televisión en horario de máxima audiencia– en una de esas sesiones plenarias. Quería tomar las riendas de la reforma sanitaria que se ha estancado en esas mismas cámaras. Y se comprometió a lograr lo que desde Roosevelt a Truman o Clinton no han logrado.

«Ha llegado el momento de aprobar la reforma sanitaria». «No soy el primer presidente que abraza esta causa, pero estoy decidido a ser el último», dijo Obama en el que se considera el discurso más importante de su aún joven mandato.

Fue una intervención en la que reiteró un claro mensaje de compromiso con la reforma con frases como «no podemos fracasar» o «no aceptaré el statu quo como la solución; no esta vez; no ahora». E incluyó llamadas a la acción, pero también al fin de la guerra política que se ha librado en Washington y a la manipulación del debate sobre la sanidad. Obama prometió seguir buscando «terreno común» y escuchar propuestas de cualquier partido. Pero garantizó también que no perderá el tiempo con quienes han identificado en el boicot a la reforma posibles beneficios políticos. «Se acabó el tiempo para las peleas y pasó el momento de los juegos. Ha llegado el momento de actuar», dijo.

Sus asesores habían adelantado que el presidente quería conseguir que los estadounidenses dejaran de mirar los árboles para ver el bosque. Y habló de la necesidad del país de mejorar la cobertura sanitaria para los que ahora no la tienen y reducir los costes. Planteó objetivos concretos y trató de aclarar dudas.

A la vez, su intervención de algo más de media hora representaba algo más: era su forma de dar un giro a su fallido papel hasta ahora en la principal misión de su agenda. Y es que Obama demostraba finalmente ayer haber asumido que se equivocó al optar por dejar que la legislación se elaborara en Capitol Hill sin injerencia de la Casa Blanca, tratando de no repetir uno de los problemas que hundieron el proyecto de reforma de Bill Clinton. Quería dejar al Congreso que hiciera su trabajo y no inmiscuirse demasiado.

APOYO CIUDADANO

Sabe el precio que ha pagado. Durante el verano, y entre una ola de ataques, ha visto cómo mermaba el apoyo ciudadano o la valoración de su gestión. Y ni siquiera su propia implicación por intentar aclarar su mensaje sobre la reforma ha sido útil hasta ahora.

Obama, el presidente que llegó a la Casa Blanca exprimiendo y aprovechando como nadie antes las posibilidades de internet y del activismo ciudadano, que se alzó como un líder carismático, ha llegado incluso a quemar su atractivo mediático en el proceso. Las televisiones, como quedó claro en su última rueda de prensa –cuyo horario Obama tuvo que cambiar para adaptarse a la programación–, ya no le garantizan un espacio. Por eso acudió a la sesión conjunta de las cámaras. Allí aseguró que la reforma está más cerca que nunca. Queda por ver cómo el país y el Congreso responden a sus palabras y si se aprueba una ley.