Es la otra cara de Santiago de Chile. Una de las capitales más amigables (como se dice ahora) del cono sur de América.
Me parece un cinismo ciudadano y político; el amanecer con una pasmosa indiferencia al día siguiente, cuando aún se respira en el aire la violencia y aún retumban en los oídos el odio vivido el día anterior, porque ya no son demostraciones de descontento… es un odio arraigado él que se demuestra en aquellos actos.
Tras un día de terror, le suceden 6 días de paz. Pero es una paz aparente, en que las huestes estarán organizando la próxima jornada de desmanes.
Lo más triste, es que esto se da en el marco de las atendibles demandas de los escolares y universitarios, por una educación mejor.
El vandalismo que destruye los espacios públicos (y en estos últimos episodios también privados), ha terminado por alterar la vida ciudadana común. Los Jueves han pasado a ser un día de desasosiego no sólo para quienes viven en el centro, sino que también para quienes trabajan o deben pasar transitoriamente por allí.
Los acontecimientos semana a semana nos demuestran que cada vez más se va perdiendo el respeto por el prójimo. Ya no se ataca sólo a los que piensan distinto, sino que al parecer el mero hecho de mirar, de caminar y de existir, enciende las enfermizas reacciones de agresividad de dicho grupo de desadaptados sociales.
Nuestra ciudad ha pasado de ser “Santiago del nuevo extremo”… a “Santiago a tal extremo”…