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CARTA DESDE ALEMANIA

¿Una esperanza perdida? (II)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Para las gentes humildes de su época, y actualmente para más de mil millones de cristianos, no importa cuál sea el grupo eclesial al que pertenezcan, el nacimiento de Jesús de Nazaret es el momento en que nació la esperanza de tiempos mejores para la humanidad. No en vano él venía y obró durante su corta vida en nombre de Dios, el creador de todo lo que existe, a quien el Nazareno llamaba su padre.

De Dios sólo se puede esperar lo mejor, así también de su hijo. Ante tal esperanzadora ayuda celestial se podría pensar que el mundo cristiano desde un principio habría de ser un ejemplo de paz, armonía y bienestar, un ejemplo de igualdad, unidad, libertad, hermandad y justicia para los seres humanos. No obstante, las luchas y esfuerzos por institucionalizar y dogmatizar una doctrina divina, la formación de una jerarquía sacerdotal, el afán de poder, las guerras y conquistas en aras de una evangelización forzosa, la separación en diversas corrientes y muchos hechos más lo contradicen. Como consecuencia de ello, la esperanza inicial se fue perdiendo con el correr del tiempo –o transformando en una ilusión.

 

Igual sea el grupo que reclama para sí el denominarse cristiano, a los fieles se les mantiene ocupados celebrando cada año las mismas fiestas, por ejemplo, el nacimiento, la pasión, la muerte y la resurrección del Nazareno, además de uno que otro encuentro de masas, tal vez algún viaje de uno de sus jerarcas que reza con miles de fieles por un mundo mejor, y muchas cosas más. A ello se agregan numerosas fiestas regionales en cada país, en muchos casos con el sacrificio o al menos la angustiosa tortura de algún animal indefenso. Todo esto es como un distraerse de algo en lo que ya no se cree, pero que sirve de motivo para celebrar, festejar, cultivar la tradición, hacer vivir por unas horas el calor de la masa de participantes que celebran algo en común y que hacen sentir que no se está solo en medio de tantas calamidades de todo tipo que azotan al mundo. Pero en una paz y en un bienestar duraderos para todos son pocos los que piensan –tal vez porque simplemente ya no creen en lo que hace 2000 años enseñó aquel bajo cuyo nombre se escudan para practicar sus festividades. Tampoco los que dirigen y mueven la economía, la sociedad, la política o la religión muestran una salida a los males que aquejan al mundo.

 

Para comprobar cuál es el motivo de que en los pasados dos milenios la esperanza que trajo Jesús de Nazaret no haya fructificado, habría que partir preguntándose qué significa en realidad ser cristiano, y así ver si el mundo, sobre todo el que ante otras religiones representa al cristianismo, se ha comportado de modo “cristiano” a lo largo de su historia. Puesto que, dicho en pocas palabras, cristiano es aquello que Jesús, el Cristo, enseñó.

 

El relato más usual sobre la vida de Jesús se encuentra en la Biblia. En este libro se lee en parte lo que él enseñó. En parte, porque fuera de lo que se puede leer habitualmente en él, existen numerosos evangelios apócrifos –p. ej., el evangelio hebreo, el único aceptado durante 4 siglos por los primeros cristianos –, que Jerónimo no consideró en su recopilación para la Vulgata, la primera biblia en latín escrita en el siglo IV, que él elaboró por encargo del en aquel entonces Papa Dámaso I. Y en parte también porque ya este santo de la Iglesia reconoció que en los párrafos consultados por él de los evangelios existentes en aquella época, no había dos textos que se parecieran entre sí; él también comprobó que existían tantas formas de textos como copias de los mismos. Con esto se puede llegar a la conclusión de que ya cuatro siglos después de la muerte de Jesús, los primeros relatos sobre su vida habían sido copiados numerosas veces, interpretados por diversos estudiosos, y por tanto, tergiversados. Por eso, Jerónimo, tal vez en un gesto de sinceridad, escribió al Papa: “¿No habrá por lo menos uno, que a mí, en cuanto tome este volumen en la mano (refiriéndose a la Biblia), no me califique airadamente de ser un falsificador y sacrílego religioso, porque tuve la osadía de agregar, modificar o corregir algunas cosas en los viejos libros?”. Para mayor información sobre este tema se puede solicitar el escrito gratuito “La Biblia está falsificada” en la editorial www.gabriele-verlag.de.

 

Ahora hay que constatar que con la medida de lo que está escrito en su Biblia los grupos eclesiales miden la actuación de sus fieles en la vida diaria, así por ejemplo las instituciones más grandes, que en este país son la católica y la luterana protestante. ¿Qué resultaría si tal medida se aplicase a las instituciones mismas? Aunque se diga que la Biblia es el libro que ha tenido el mayor número de ediciones, esto no significa que sea también el más leído. Por eso habría que preguntarse si los fieles, por ejemplo de las dos instituciones mencionadas, conocen el contenido de este libro que ellos consideran sagrado.

 

Para aliviar a posibles lectores el peso de tener que leer los en parte crueles relatos del Antiguo Testamento, escritos antes de que Jesús pasara por la Tierra, e incluso las diferentes versiones de los cuatro evangelistas escogidos por Jerónimo para el Nuevo Testamento, se puede recomendar de buena fe ocuparse con el contenido del Sermón de la Montaña, que resume la esencia de la enseñanza del Nazareno. Tanto este mensaje de Jesús como los Diez Mandamientos dados por Dios a través de Moisés, constituyen un resumen fidedigno y confiable de extractos de las leyes celestiales eternas, con cuya aplicación se puede medir si una persona o una institución obran o no de acuerdo con lo que con propiedad se puede llamar “cristiano”.

 

La frase “Lo que no quieras que te hagan a ti, no se lo hagas tampoco tú a nadie” resume de forma sencilla el mensaje básico de Jesús en el Sermón de la Montaña: “Lo que quieras que otros te hagan a ti, hazlo tú primero a ellos”. Sin duda que esta es una frase revolucionaria, cuya aplicación en todos los aspectos de la vida Jesús mostró con su propio ejemplo, lo que al final le valió ser perseguido y finalmente asesinado, ya que tanto las autoridades seglares como las sacerdotales de su época no podían ni menos querían aceptar tal enseñanza. Tan revolucionaria como esta apelación a la conciencia y al modo de comportamiento humano es la renuncia a todo tipo de violencia en otras frases del Sermón de la Montaña, que se pueden leer en cualquier biblia: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”. “Al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra”. “Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos”.

 

Nadie puede decir que estas exhortaciones del fundador del cristianismo sean algo fácil de realizar, y la historia del mundo a partir de su muerte demuestra que dichas enseñanzas no han sido puestas en práctica, tampoco por los que dicen representarlo. ¿Qué quería Jesús con tales recomendaciones, traer tal vez al mundo una utopía, sentar una nueva base ideal para una mejor forma de gobierno, pretender que se le recordase y honrase aprendiendo sus palabras de memoria y discutiendo teológica o filosóficamente sobre ellas? Nada de eso. Él quería que su enseñanza se hiciera realidad en la vida de cada uno de sus seguidores, puesto que la siguiente frase lo establece claramente: “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica se parecerá al hombre prudente que edificó su casa sobre roca; cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca”. Y después agregó la advertencia: “Pero todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica se parecerá al hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, que se derrumbó, y su ruina fue estrepitosa”.

 

Ya a estas alturas se puede ir comprobando si la enseñanza dada por Jesucristo ha sido llevada a la práctica por todos aquellos que dicen ser cristianos, cada persona en particular, las comunidades religiosas, los partidos políticos, los gobiernos y sus instituciones, etc. No sólo la historia demuestra lo contrario. Para aquel lector que desee comparar con más calma algunos hechos de uno de los nombrados, lo puede hacer leyendo los tres libros de la serie “¿Quién está sentado en la silla de s. Pedro?”, que ofrece la editorial antes mencionada. Quien no tenga el tiempo de hacerlo, puede observar con detenimiento los sucesos del mundo, tanto en lo social, lo político, lo religioso y mucho más, de lo que los medios de comunicación informan a diario, y aplicar lo expuesto aquí sobre lo que enseño y recomendó el que fundara el cristianismo y la realidad de su aplicación  por los que aseguran ser cristianos. Continuará...

 

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