He sido fiel quizá a ese espíritu a pesar de mis deficiencias y limitaciones, y el Espíritu Santo ha hecho hasta ahora lo que estáis viendo.
Ellas me han perdonado mis defectos porque las mujeres perdonan, a Cristo excepto san Juan lo abandonaron todos sus discípulos y al pie de la cruz solo estaban las mujeres. El día de su resurrección se apareció primero no a un hombre o discípulo, sino a una mujer, María Magdalena, y es ese amor de Cristo por las mujeres desvalidas y pecadoras el que se ha transmitido hasta mí, comenzando por mi madre, por mi cuidadora, Águeda, por las famosas y sacrificadas criadas, y finalmente por mi esposa, por mi hija y por mis constantes y solicitas amigas, esas mujeres maravillosas gracias a las cuales aún existe el mundo y que gracias a ellas aún este planeta no ha saltado por los aires hace tiempo en mil pedazos.
Mi recomendación personal, lectores, es que os rodeéis de mujeres; que siempre haya una mujer a vuestro lado hasta el día de la muerte, que será esa otra mujer, la Virgen Santísima, la que recibirá vuestra alma al atravesar ese umbral oscuro, ese velo que todos hemos de levantar.