El papa Francisco, optó por no asistir para no avalar con su presencia ese componente político de un gobierno que, además pretende incluir en su constitución derechos como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo muy alejados del catolicismo oficial. Aunque la ceremonia incluyó un servicio religioso, este quedó en un lugar secundario. La mayoría de los invitados extranjeros no eran católicos. Los lugares de honor se reservaron para figuras políticas. Donald Trump se sentó entre el presidente francés y su esposa, relegando a presidentes de republicas y a monarcas. Elon Musk ocupaba un lugar destacado.
Esta elección reflejó el cambio de Notre Dame de ser un lugar de culto central en el catolicismo a un símbolo cultural y político de Francia. Su reconstrucción tras el incendio de 2019 ha consolidado aún más su posición como monumento global, más asociado con la historia y el turismo que con la religión.
Para el presidente Emmanuel Macron, este evento fue una oportunidad en un momento políticamente complicado. Usó la reinauguración para hacer un acto de nacionalismo cultural. Al presentar Notre Dame como un símbolo de la resiliencia francesa, buscó reforzar su imagen como líder capaz de unir a la nación en torno a sus valores y tradiciones.
La reconstrucción en tiempo récord, solo cinco años, también sirvió como muestra del poder organizativo y la capacidad técnica de Francia. Macron destacó estos logros, utilizando la ceremonia como una plataforma para recalcar la importancia del patrimonio cultural como parte del proyecto nacional. Los trabajos, por un importe de 700 millones de euros, fueron financiados con aportaciones privadas, fundamentalmente de las grandes fortunas francesas, pero también de otras provenientes de todo el mundo , especialmente de Estados Unidos.
No siempre fue el ícono que conocemos hoy. A lo largo de los siglos, como muchos edificios antiguos, sufrió abandono y degradación. Durante la Revolución Francesa fue desacralizada, sus tesoros saqueados y muchas estatuas destruidas. El retorno de la catedral al culto se dio en 1801, tras el Concordato firmado entre Napoleón Bonaparte y el Papa Pio VII. Tres años después, Napoleón la eligió como escenario para su coronación como emperador, destacando su simbolismo político.
La restauración de Notre Dame a partir de 1844, liderada por el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc , marcó un antes y un después en su historia. En un contexto en el que Francia empezaba a poner en valor su patrimonio cultural, esta intervención masiva transformó la catedral en un monumento nacional no solo religioso. Viollet-le-Duc no solo reparó el edificio, sino que lo reinventó, añadiendo elementos como la aguja central de 93 metros y renovando esculturas, vidrieras , techos y campanas.
Esta visión, según él mismo expresó en el Diccionario razonado de la arquitectura francesa, entendía la restauración no como una mera reparación, sino como una reinterpretación que, en ocasiones, creaba algo que nunca había existido. Así, Notre Dame pasó de ser una catedral medieval a un símbolo del estado francés.
El concepto de patrimonio cultural no existía antes del siglo XIX. Durante siglos, muchos monumentos fueron abandonados o reutilizados como materiales de construcción dado el alto coste que suponía su mantenimiento.
La preocupación por la conservación de la antigüedad empieza con la Ilustración
Con la Ilustración comenzó a gestarse una preocupación por la conservación de la antigüedad. La Revolución Francesa y el ascenso del nacionalismo consolidaron esta idea, con el Estado asumiendo el papel de protector del patrimonio nacional que, al ser de todos debería mantenerse con el dinero proveniente de los impuestos.
En Francia, dónde Napoleón ya había creado el museo nacional, el primero en todo el mundo este proceso de nacionalización se institucionalizó con la creación del puesto de Inspector General de Monumentos Históricos en 1830. Edificios como el Louvre y Versalles, antes residencias reales, se transformaron en museos y símbolos nacionales. La restauración de Notre Dame, impulsada en parte por la indignación expresada por Victor Hugo en su novela Nuestra Señora de París de 1831, fue uno de los primeros grandes proyectos en este ámbito. Hugo, el escritor más influyente de su época, describió la catedral como una obra sublime pero devastada por el tiempo y la negligencia humana.
La restauración tras el incendio de 2019 sigue esta misma línea de reinterpretación. Aunque la catedral aún parece un ejemplo del gótico medieval, gran parte de lo que vemos hoy es producto de las intervenciones del siglo XIX y de las de estos últimos cinco años .
El resultado, refuerza su papel político y cultural. Con la reapertura, se espera que vuelva a recibir a más de 12 millones de visitantes anuales, la entrada es gratuita, consolidándose como el monumento más visitado del mundo. Para la mayoría de estos visitantes, la conexión con el espíritu religioso de la catedral es secundaria. Lo que importa la oportunidad de tomarse un selfie frente a uno de los edificios más reconocibles en todo el planeta.