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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”...

Sorprendente y emocionante

Por Germán Ubillos Orsolich
lunes 20 de mayo de 2024, 13:19h

20MAY24 – MADRID.- Era el jueves y mi mujer me advirtió: “Llama al párroco y dile que mañana no venga a verte como todos los viernes”. A mí me impactó la determinación de mi esposa, debía ser algo muy importante pues ella jamás me había dicho una cosa así.

La encontré nerviosa y todo aquello me produjo una rara inquietud. Llamé al coadjutor, a Javier, y le rogué que dijera al párroco que no viniera ese viernes.

Por la mañana me dijo ella que iba a ensayar pero que volvería a por mí a eso de las once y media, que estuviera preparado y bien vestido.

A la hora convenida y yo muy repeinado vino ella a por mí, y en la sillita de ruedas que yo bromeando decía que fue de Hitler, me llevó hasta el Centro de Mayores “Dos amigos”. Nos acompañaba la hija del vecino, joven vistosa, muy vital y con un peinado muy glamuroso.

Al llegar al Centro me encontré en una sala grande, enorme, rectangular, repleta de butacas de plástico y a mí me situaron en la segunda fila lateral junto a amplios ventanales. Allí tres jóvenes muy sonrientes portaban sus maquinitas para hacer fotos. Las encontraba muy sonrientes y algo nerviosas. Entonces me di cuenta de que al fondo en frente había unas veinte mujeres y algunos hombres dispuestos a entonar o más bien a ensayar “Por el placer de cantar”. Mi mujer estaba allí al fondo, en el centro, dispuesta a entonar las baladas. La directora del coro, Ana Cuenca, era alta y se movía constantemente, era muy expresiva y sonriente, daba saltos e iba y venía con los brazos muy extendidos, las manos levantadas y los dedos muy abiertos.

Al punto se inició un coro inefable de voces - a un solo tono - que interpretaron canciones centroafricanas (para mí la mejor), baladas del norte de España y canciones archiconocidas, como “Los cuatro muleros”, de Federico García Lorca, Cucú- tras- tras, “Inés Inesita Inés”, “Bele Mama”, la jota de La Jara y “Viento del norte” de tinte triste y con aires del Cantábrico.

A mí todo aquello me sorprendió muy gratamente, no esperaba que mi mujer hubiera escapado para introducirse en ese coro. Como tiene muchas iniciativas improvisó diciendo a la directora que yo, su marido, deseaba entrar en el coro, pero Ana Cuenca la contestó que mejor se lo pensara, pues ese tiempo era “su tiempo, su tiempo para descansar” (posiblemente de mí, pues yo soy a plazo medio bastante pesadito y ella actualmente hace de cuidadora mía).

El contraste de las bellas canciones, la longevidad de los miembros del coro y el entusiasmo que ponían, a mí me producía una enorme emoción; por eso, de la sorpresa inicial pasé a la más honda emoción.

Colgaban banderines triangulares de colores del techo y mi mujer, tan solicita siempre, le entregó a la directora un ejemplar de mi comedia musical infantil “los Globos de Abril” que la directora observó con cierto interés y leyó la contraportada. Al final pasamos todos a otra salita donde servían un coctel con cervezas con alcohol y sin alcohol.

Lo curioso es que la gente debe pensar que soy muy mayor, pero me siento muy joven, tan joven como siempre, solo que con pocos estímulos literarios pues paso mucho tiempo en casa. Todo aquello me parecía el final como de un sueño, un sueño muy hermoso y contagioso.

Cuando salimos de “El placer de cantar”, hacía frío y esperando un taxi en la esquina de la Plaza de España el viento era casi huracanado. Yo recordé una vez más la frase de mi madre: “hijo cuídate”, y me abroché los botones de la trenca amarilla, detrás de nosotros quedaba la iglesia de San Marcos, mi parroquia, y el taxi hibrido entre eléctrico y de gasolina, nos llevó hasta la casa de mi amigo José Antonio, un hombre maravilloso.

Al entrar en su casa, un poco sobrecargada, parecía que entrábamos en la Galería Thyssen Bornemisza o en el museo del Prado, y allí nos esperaban suculentos aperitivos, puritos habanos y más cervezas y vino blanco de Rueda, pero yo no podía olvidar el coro inefable donde mi juvenil esposa me había conducido.

Y así pasé uno de los días más felices, más plenos y más completos de mi vida.

Por cierto, uno de los miembros del coro tocaba una preciosa concertina escocesa de la cual salían sonidos inefables.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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