El director Peter Morgan que logró un buen éxito con “The Queen” en 2006, no consigue sacar más petróleo de este pozo ya seco. Cae en la parodia y la desmesura si aceptamos comparar esta obra de ficción con la realidad, como inevitablemente hacen los medios.
Esta desmesura queda bien reflejada en la comparación entre la carism ática Elisabeth Debicki -con su fantástica trasmutación en Diana, el parecido es total -que mide un metro noventa y la altura real de la princesa que no pasaba del metro setenta y ocho-. Lo único cierto es que los dos personajes secundarios de la historia, el entonces príncipe Carlos y Dodi y sus intérpretes, son algo más bajos y se les nota.
Estos primeros capítulos del final giran en torno a Diana: simple, elemental, sin la menor sofisticación intelectual, incluso a veces infantil, sumisa e insegura, pero con tal carisma que con un simple posado ante los ”paparazzi“ en traje de baño, consigue la primera página de los periódicos británicos con lo que destroza los esfuerzos de Carlos de colocar a Camila en el centro de atención de la prensa con motivo de su 50 aniversario. “Paparazzi” que aparecen como agresivos, incluso insultantes y sin límites. La mayor parte de los acontecimientos tienen lugar en agosto del año 1997, que termina cuando ocurre el famoso accidente en el túnel del puente de Alma en Paris .
Desde luego el entonces príncipe no exudaba esa fuerza física y mental que muestra Dominic West en su imitación, pero tampoco era el ser plano, tímido y aburrido que presentaban algunos medios. Al contrario, tenía esa virtud tan apreciada en las Islas, especialmente en las clases altas, de ser capaz de hacer comentarios auto despreciativos -self deprecating- como expliqué en estas mismas páginas hace unos años, con motivo de una recepción en el palacio de Buckingham cuando le expliqué que mi trabajo en Londres consistía en animar a los ingleses a ir de turismo a España me contestó que esa era un trabajo que hasta él podía hacer .
Otro personaje desmesuradamente presentado en esta ficción es Mohamed Al Fayed al que los guionistas presentan como manipulador titiritero que maneja a su hijo Dodi a su antojo que, a su vez, se deja manipular. El actor Salim Dau está bien escogido si lo que importa es el parecido, aunque sobreactúa.
Eso no evita que el verdadero Fayed no fuera un personaje peculiar y desinhibido. Doce años después de la muerte de su hijo y de la princesa, con motivo de la organización de una semana de promoción de España en Harrod´s nos invitó a almorzar al embajador español en Londres, Casajuana y a mí en el restaurante de esos grandes almacenes, para probar alguno de los platos españoles que se servirían durante la promoción. Efectivamente era efusivo y desinhibido, aunque no ridículo como le presentan en esa ficción. Al terminar el almuerzo sacó de su bolsillo unas pequeñas pastillas envueltas en papel que nos dejó encima de la mesa. Ante el asombro del embajador nos explicó que lo que nos regalaba era algo así como viagra. Casajuana, sin mirarlas, dejó las suyas en la mesa mientras que yo cogí las mías y las suyas para no desairar a mi socio de promoción.
Entre Elisabeth Debicki y los suntuosos decorados: yates en la Costa Azul, palacios y una inmensa suite en el Ritz de París, también propiedad del egipcio, dejan al resto de los personajes de esta ficción en un plano secundario. La reina -Imelda Staunton- aparece fría y casi vengativa excepto al final, Dodi -Khalid Abdala- queda representado como indeciso y sometido al padre, mientras que Camila -Olivia Williams-, no consigue hacer la más mínima sombra al personaje principal.
Desgraciadamente la serie ha ido perdiendo fuerza desde unos inicios deslumbrantes cuando creíamos que no era ficción sino narración de la realidad hasta estos finales en los que efectivamente la ficción supera a la realidad , pero no consigue ser más interesante.