Ella era poesía, le permitía volar. Su mirada, a él, le trasmitía vida, pasión, le regaló la oportunidad que siempre había esperado, le susurraba amor. Fue una perfecta canción, de esas que uno repite una y otra vez para grabarla en la memoria y no dejarla ir jamás.
Se conocieron una mañana en que Francisco, por ahorrar tiempo para llegar puntual al trabajo, tomó un nuevo atajo que le concediera unos cuantos minutos para su cometido; nunca antes había pasado por esa calle empedrada y abarrotada de coloridas macetas que arropaban flores diversas embelleciendo más el paisaje al percibir la luz del sol y lo disfrutó. Antes de doblar la esquina para terminar esa nueva aventura, le vio. Fue inmediato, sus miradas se cruzaron y se firmó un acuerdo tácito de ilusión y lealtad. Decidió hacer de ese camino, su amigo habitual.
Todos los días a las 7: 15 de la mañana, Carolina le veía venir; ella también le esperaba con ansias. Su vestuario era diferente cada vez, parecía estar arreglada siempre para un evento importante, una gala impresionante que encandilaba progresivamente los ojos de Francisco; se estaba enamorando, pensó que nunca podría tener esa emoción y se sentía feliz.
Francisco fue diagnosticado, desde pequeño, de una condición mental que interfería de manera paulatina su modo de actuar y ver la vida; era bastante retraído y su vivencia en el colegio, barrio y universidad no fue nada fácil. Tenía solo dos amigos que siempre mostraban interés por él y, a lo largo de su vida, solo tuvo una novia. Llevaba 45 años en su espalda y había perdido toda esperanza de ilusión. Hasta que Carolina llegó.
Ella se veía menor que él, siempre sonriente, con una cabellera corta y negra, ojos grandes y azules y unas manos tan delicadas que dibujaban melodías solo con mirarlas. Había estado ahí desde hace unos 5 años aproximadamente, no tenía padres, las únicas figuras que le acompañaban siempre eran los dueños de donde habitaba. Jamás estudió, al conocerle, Francisco se dio cuenta que tenía problemas para hablar, pero no le importaba, solo le interesaba poder ser su compañero fiel para toda la eternidad.
Se enamoraron; él le recitaba poemas y ella le ofrendaba palabras de amor. Todos los amaneceres, en ese pasaje, se entregaban fidelidad. Era realmente hermoso, la gente que podía ser testigo de esa danza maravillosa, miraban atónitos, les parecía increíble que existiese una situación similar, no lo concebían. Quizás, era envidia de no poder amar tan libremente como ellos.
Así transcurrieron dos meses; él, visitándole diariamente y ella abrazándole de lejos por no poder salir de su lugar. Todo era perfecto hasta que, sin razón alguna y previo aviso, Carolina ya no estaba. Francisco enloqueció, buscó por toda la calle impregnado de lágrimas, gritaba su nombre desesperado preguntando a todo el vecindario, se rasgaba sus prendas, se pegaba en la frente, en la cabeza tratando de entender por qué se había desvanecido sin darle ninguna explicación. Si juraron estar juntos y se amaban, ¿por qué le abandonó?
Nunca pudo reponerse de esa pérdida, le lloraba cada luna y prometió serle fiel por el resto de sus días. Mientras tanto, Carolina permanecía, igual de hermosa, elegante y sonriente en un escaparate de un nuevo local inaugurado en otra ciudad.
La tienda se había expandido y esa muñeca de yeso lucía otras prendas siendo un perfecto maniquí.