Según se recoge en un folleto editado por la Fundación Bolos de Cantabria y la Federación Cántabra de Bolos, la primera referencia a este juego la dejó escrita en 1.623 el Príncipe de Gales, cuando desde el puerto de Santander partía rumbo a su país después de haber fracasado en su intento de matrimoniar con la Corona de España y vio a las mujeres “bailar en corro, tocar una especie de tambor con los dedos y jugar a los bolos”.
Cuatro años después, un bando del alcalde de Santander sanciona con 200 maravedíes a los que jueguen a los bolos en las calles de la Villa. Todas las citas de los siglos XVII y XVIII hacen referencia a prohibiciones, la mayoría religiosas, no pudiendo jugar hasta celebrada la Misa Mayor, o sancionando hasta con penas de cárcel jugar durante la celebración de los oficios religiosos.
Fue a finales del siglo XIX y primeros del XX cuando este juego se transforma en deporte con la creación del primer reglamento (1887), el concurso de la Patrona (1.896) y la creación de la primera peña. Son las localidades de Torrelavega y Puente San Miguel, con sus boleras de La Llama y La Robleda, el epicentro de esta actividad, dando paso a la creación de la Federación Bolística Montañesa.
Cuatro son las modalidades: Bolo Palma, Pasabolo Tablón, Pasabolo Losa y Bolo Pasiego.
Fue en 1958 cuando se creó la competición de Liga con 4 jugadores, llegándose a contar con 303 equipos en 1.983, consumándose la deportación del viejo juego rural. Con el fin de salir del declive por otras formas de utilización del tiempo libre por la juventud, la Federación puso en marcha las escuelas de bolos (1990) y el Proyecto Educativo Madera de Ser (2.001).
De las diversas teorías sobre el origen de los bolos, la más sólida se basa en la llegada de los peregrinos centroeuropeos a través de los distintos caminos a Santiago de Compostela, como evidencia que en todo el tercio norte del territorio español existen un centenar de modalidades o formas diferentes de jugar a los bolos, de las cuales 4 son en Cantabria.
En épocas pasadas, cuando no había otras formas de ocio, las boleras el lugar de reunión de pequeños y mayores. Se llegaba a decir que para que un núcleo rural fuera considerado como pueblo debería contar con un bar y una bolera. Hoy, desgraciadamente, se ven los pueblos muchas boleras en las que no suenan los derribes de los bolos o están siendo utilizadas sus espacios para otras actividades.
Pero, sin duda, para los cántabros los bolos constituyen el deporte autóctono por excelencia y una herencia de nuestro patrimonio cultural, constituyendo una de las señas de identidad de la comunidad norteña.
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