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Doce Cuentos Arqueológicos”...

Siempre hubo otros caminos… (Nº 6)
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Siempre hubo otros caminos… (Nº 6)

  • Vivían en pequeñas cabañas nómadas. hoy quedan restos por cualquier lugar del mundo que lo avalan. en el otoño, como hacen los pájaros, se iban hacia climas más meridionales, para resguardarse de los hielos y de las inclemencias.
  • Por Juan Carlos Rois – Ilustraciones: Eva Milán Rois

martes 28 de marzo de 2023, 23:14h

28MAR23 – MADRID.- El invierno en los hielos es crudo. no hay bayas en los bosques. no hay frutos en los árboles. las hierbas son sepultadas por el frío y la nieve; y los animales, como llamados por un reclamo, desapa- recen de la vista de sus cazadores. cogían sus hatos, sus bártulos, sus bultos, sus perros, sus pieles y sus viandas y salían al amplio sur, buscando el resguardo meridional tras de las montañas kilométricas.

No eran los únicos que migraban y en los caminos que descendían de los desfiladeros a los abiertos valles se reencontraban con otros clanes que también huían del frío hacia tierras más amables, donde tenían sus resguardos, sus cuarteles de invierno.

En algunos cerros se distinguían los perfiles de las aldeas donde se congregaban a miles según sus partidas de origen en ellos se reencontraban y celebraban con grandes fiestas sus hazañas. allí se componían nuevas amistades, nuevas alianzas y nuevos amores.

Y allí, antes de inventarse el mercado y sus sacerdotes y profetas, se comerciaba con pieles y ámbar, con conchas y piedra de sílex, con cestos de fibras y tallas de madera, con pajarillos y reptiles enjaulados, con crías de perros recién domesticados y con astas de ciervos y colmillos de otros animales. y con infinidad de otras cosas.

Debían elevarse los parloteos en las noches de reencuentros. Sonaba la música. Se alzaban las risas, la entrada a la aldea era imponente. Menhires ciclópeos que se decía fueron llevados por gigantes ancestrales y pintados de colores identificativos de cada congregación. Un torreón circular que descendía por una larga escalinata hasta la roca madre, donde manaba el agua primordial que sació la sed de los primeros padres, antes de multiplicarse en cientos de hijos y nietos y de desperdigarse por cientos de kilómetros para reunirse de nuevo cada año y volver a sentirse hijos del mismo padre originario, hermanos de la misma camada.

Luego, cuando las nieves del invierno comenzaban a ceder y llamaba a la puerta la primavera, se marchaban de nuevo y dejaban vacíos los pueblos de verano. volvían a coger sus hatos y a salir en pequeños grupos hacia el norte, a los saltos de los ríos donde cazaban salmones y eulacones y focas y frutos del bosque. allí tallaban máscaras de tejos y cedros, tótems de secuoyas y abetos, porque además eran grandes carpinteros.

Hoy son un misterio estas ciudades prehistóricas donde se ha evidenciado la vida en común por temporadas de miles de personas cuando se supone que esto no era posible aún. El registro fósil enseña el conglomerado de casas idénticas de piedra y barro. chozas modestas don- de se comía y se dormía. calles laberínticas de acceso.

El registro también muestra lo que no había en esas peculiares ciudades anacrónicas de antes de inventarse la agricultura y dar paso al neolítico.

No había palacios. ni templos. ni silos. ni murallas. ni vestigios de ejércitos. no hay enterramientos de reyes o nobles que nos muestren comunidades jerarquizadas. ni siquiera hay vestigios de ente- rramientos.

¿Cómo organizaban la convivencia entonces? convivían en grandes conglomerados más allá del parentesco de sangre, al menos de forma temporal, en estas ciudades descubiertas. tenían propiedades y las intercambiaban. Tal vez la violencia hacía también acto de presencia en más de una disputa. No parece que fueran la inocencia desprendida de todo mal, ni tampoco el caos y la inseguridad de la jungla imperando y amenazando la existencia.

Se jodió hobbes con su idea del hombre lobo para el hombre. Ciudades sin estado ni reyes que congregaban temporalmente miles de personas sin que leviatán asomara la nariz. Gentes de distintos lugares capaces de convivir, de congeniar, de comerciar e intercambiar ideas e innovaciones, de poseer cosas, de llegar a acuerdos para organizarse sin que el caos los devorara y sin pedirle a nadie papeles.

Y se jodió también Rousseau con su idea del buen salvaje sin civilización corrompido por la propiedad del primero que dijo esto es mío.

¿Y qué decir del discurso de la ciencia que afirma nuestra evolución lineal y determinista hacia nuestra civilización, la cumbre de lo civilizado, y el paso inexorable por la complejidad tecnológica y el mercado para llegar al apogeo del saber que ahora somos? nuestros filósofos, meras reliquias anacrónicas y fosilizadas desmentidas por los vestigios de anti- guas culturas oficialmente incultas y despreciadas. La evidencia de que siempre hubo otros caminos.

El legado del tiempo que nos muestra una senda tal vez por transitar de nuevo y que el desafío siem- pre está en la decisión que adoptemos.

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