02FEB22.- Generalmente los médicos estamos preparados para muchas contingencias. Momentos en que no debemos perder el control, ni la razón. Pero de tarde en tarde nos enfrentamos a situaciones que al parecer nos descolocan.
Hace unos días atiendo a una antigua paciente, conocida desde sus primeros meses de vida. Acude a un control de salud rutinario, habiendo cumplido recientemente 13 años. Durante la conversación dice algo que me sorprendió:
¿Sabe doctor? Va a tener que corregir mi nombre en la ficha.
-Vaya. ¿Te acogerás a la ley de “cambio de orden de los apellidos”?
-No doctor, cambio de nombre…
- ¿Cómo así?
-Ya no me llamaré mas Patricia… ahora soy Enrique.
Su madre me mira. Yo trago saliva en silencio y una sorprendida expresión queda atrapada en mi mascarilla. Le pregunto:
-¿Y cómo te sientes ahora, con esta nueva realidad?
-Estoy feliz.
-Bien, tu felicidad ante todo. Sigue adelante. Es la vida la que nos enseña a vivir.
Me sonríe y sigue la consulta médica, sin más. (Consideré pertinente hoy no entrar en detalles, sé que en días venideros me confiará algunos comentarios).
Y otra vez, agradecí dedicarme a lo que me dedico.