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Opinión:

Civismo

  • Por Luis Méndez Viñolas

sábado 09 de octubre de 2021, 00:13h

09OCT21 – MADRID.- Las aceras están hechas para que circulen bicicletas y patinetes, se formen corros de distendida conversación o incluso asambleas informales donde nada se tenga que resolver. La calzada para que circulen vehículos, aunque no sabemos si se incluyen las bicicletas (creemos que sí en cuanto la bicileta no tiene zona vedada).

La bicicleta es un híbrido entre lo suprahumano y lo mecánico, que goza de todos los derechos de los vehículos y ninguna de sus obligaciones, y como suprahumana o sobrehumana que es, sus derechos de circulación están sobre la de esos pobres seres (moral y económicamente) que son los viandantes. El viandante debería comprender de una vez que su espacio es el bordillo de la acera, ese tercer nivel, entre la acera y el asfalto, que tuerce los tobillos tanto por su ligero ángulo de inclinación como por ese imperceptible desnivel con la acera, que te desequilibra por torpe. Pero eso ocurre por ir a pie y, ya lo hemos dicho, por ser torpe, muy torpe.

No vamos a hablar de las latas tiradas al suelo y que por la noche te provocan saludables resbalones (no hay nada como eso para activar el corazón) no se nos vaya a echar encima la correspondiente industria, tachándonos de prohibicionistas encubiertos.

Lo de circular por la izquierda o por la derecha es un anacronismo, en cuanto que semibritánicos que somos –no voy a hacer un spoiler sobre el asunto—nos debemos a dobles reglas de circulación, en las que se aplicará la del que tenga mayor talla, mayor peso o menor educación. No se le ocurra mirar mal al que para los melifluos debería circular por la otra acera, porque se arriesga a un severo y merecido correctivo.

Si fuma hágalo con total libertad, es decir, eleve la cabeza, llene bien los pulmones y expulse con fuerza el humo al aire, que el viento se encargará de transmitir oportunamente cualquier virus. ¿La culpa? del viandante de atrás, ¿por qué lleva esa liviana mascarilla, que sólo sirve para provocar cosquillas y no llevar una máscara antigás, esa que te pone cara de extraterrestre?

El volumen de su voz debe ser respetable. Los apocados no tienen sitio en nuestra sociedad, bregada en las victorias de Irak y de Afganistán. Hay que hablar con autoridad, es decir, muy alto. Si está Vd. en un restaurante disfrute de esa sana competición que consiste en no oír su propia conversación y sí la de la mesa que está allá al fondo. Verá que aquella es más interesante. Además, si los comensales de su propia mesa no le oyen, mejor: seguro que habrían oído una sandez inoportuna; por otra parte, si el contenido era decentemente aceptable, ya tiene materia para otra ocasión sin que tengan que pensar lo repetido que es Vd. Decía un escritor, que salvo Gide, todos somos como discos rayados y monotemáticos. Otro sostenía, además, que un buen diálogo literario ha de ser forzosamente inconexo si se desea que sea realista. El protagonista suelta lo que lleva rumiando todo el día, el antagonista hace lo mismo, sin haber escuchado nada y sin que tenga la menor relación con lo dicho, y después todos a casa, a seguir rumiando. Una buena materia de reflexión sería la de preguntarse por qué son entonces antagonista y protagonista.

Si un inglés se para y le pregunta en ingles si habla su idioma, y Vd. dice que no, no se moleste porque se enfade. Después de todo él, en su país, se ha esforzado por contestarle a Vd. en español. Un mínimo de reciprocidad. Dicen que el idioma es dominación. Déjese dominar suavemente.

Si el camarero le echa desde la mitad de la barra la ensaimada, no se moleste, se trata de un ahorro energético, aparte de un agradable gesto familiar. Y después de todo, para lo que cobra, incluso puede que tenga razón. Quien quiera lujos que los pague (mensaje a liberales). Si le pide el café con leche muy templado y se lo pone quemando, no olvide que estamos en tiempos de posverdad, y él, como los demás, tiene derecho a su verdad y a saber qué es templado y qué no. Por otra parte, puestos a ser quisquillosos, no hay nada muy templado. El muy no cabe en un sabio y ponderado equilibrio, que es lo que el camarero pretende. Agradézcale la lección lingüística. Si piensa en el turismo, no somos esclavos, aparte de que los extranjeros no se enteran de nada.

En definitiva, no sea Vd. tóxico, ni negativo, ni premillennial, ni baby boomer con esa cursilada del civismo. Imagine la sonrisa de medio lado que pondría Bruce Willis (que no sabemos a qué generación lo habrá adscrito el creativo Pew Research ni cómo se escribe su nombre, que ese es un problema del idioma inglés, no del nuestro) si le hablaran de esas sandeces en plena acción peliculera de exterminio.

Y, aparte de actual, sea Vd. individuo antes que gente y siga las pautas del mencionado Pew Research, que es el que verdaderamente sabe de estas cosas y de las otras (¿no fueron ellos los que aseguraron que los soldados malos matan a los buenos con criptonita?). Además, el civismo acaba con la libertad. Hay que ser insensibles para no percibirlo.

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