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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Breve historia para explicar la historia

Por Germán Ubillos Orsolich
lunes 09 de agosto de 2021, 17:10h

09AGO21 – MADRID.- La historia humana es esencialmente dramática, sencillamente porque después de ser hermosa, gratificante y llena de sentido termina bruscamente con la muerte…y después la nada.

Así lo definían dos pensadores del existencialismo, el movimiento intelectual más convincente de los últimos tiempos. Jean Paul Sartre decía: “La vida es una pasión inútil”; y Albert Camus: “Los hombres mueren y no son felices”.

Si nos acercamos a las filosofías religiosas como el brahmanismo, hinduismo, budismo, etc, y a la nuestra, más cercana, el cristianismo, - para mí la más satisfactoria y convincente –. Y es precisamente a ésta última, y no por otra cosa, a la que voy a dedicar unas palabras.

También porque la pandemia del llamado Coronavirus, hace estos tiempos especialmente difíciles con abundancia de muertes incomprensibles e imprevisibles en otras circunstancias. Bien es verdad que las dos grandes Guerras Mundiales organizadas y orquestadas por nosotros mismos, los humanos, propiciaron un número mayor de víctimas.

La muerte existe pero es la del cuerpo, la carcasa provisional e imperfecta de los seres humanos. Pero nosotros no somos el cuerpo, nosotros somos el ánima, esto es lo que “anima el cuerpo”, y eso no muere, es espiritual, es inmortal, es como una paloma mensajera o un viajero que transita de un vagón a otro en un tren de alta velocidad. Continúa su recorrido en el mismo convoy, muerto el llamado cuerpo, y más allá de las estrellas.

No obstante me gustaría hablar de ese otro vagón, del que se conoce poco aunque se hable mucho de él.

Ese otro vagón, esa otra situación personal, está habitado por Dios, por los ángeles y por lo santos, y también por nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros seres más queridos, amigos, familiares, etc, fallecidos antes que nosotros, y que nos están esperando precisamente sentados en ese otro vagón, entretenidos mirando por las ventanillas.

La historia de Jesús de Nazaret es tan importante porque entre otras cosas explica nuestra naturaleza y nuestro destino.

Poncio Pilatos en un momento determinado pregunta a Jesús. “¿Tú eres rey o eso dicen?”. A lo que Jesús responde. “Tú lo dices, yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo, porque si mi reino fuera de este mundo vendrían mis soldados a liberarme de ti “.

Jesús se refería a ese otro vagón del tren de alta velocidad (el mismo tren, atención), del “mundo de lo invisible”

En otro momento, clavado en la Cruz, el llamado buen ladrón le viene a decir “Tu eres inocente, y no nosotros que merecemos este castigo, por eso te ruego que tengas piedad de mí “.

A lo que Jesús desde su suplicio le responde conciliador y comprensivo: “En verdad te digo, puedes estar seguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”.

Esto es, en el siguiente vagón.

Sin embargo cuando está a punto de expirar en plena agonía exclama a su Padre desde la Cruz (“!Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!”). Exclamación ésta a todas luces absurda, pues él conocía a su padre ya que venía de estar junto a él, y por otro lado sabía a donde iba, pues al buen ladrón le dice con rotundidad, “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Parece ser que la separación del cuerpo y del ánima o alma, es tan penosa porque hay momentos de oscuridad en los que no sabemos a dónde vamos a ir, aun sabiendo que viajamos en un mismo y único tren, más allá de las estrellas, como digo.

Esa obnubilación sume a los norteamericanos - que son los que más poseen, por no decir que lo tienen todo -, en una profunda congoja. Maquillan a sus muertos de tal manera que quedan más guapos y favorecidos que cuando estaban vivos. Y hacen novelas y películas sin parar sobre el mismo tema: Ghost, El cielo puede esperar, etc.

Vamos, les obsesiona la muerte del cuerpo.

Este tema a mí siempre me ha interesado, junto con el del amor y el del paso del tiempo.

La esencia de la historia del género humano tiene por lo tanto un carácter trágico – como antes decía -.

Al llegar casi a los ochenta años, que es la edad que estoy cercano a alcanzar, la conciencia de este hecho se agudiza.

Tengo la certeza de pasar del vagón de lo visual y material al invisible del mundo de las ánimas o de las almas. Solo sé que es un momento molesto de rara oscuridad, pues el mismo Hijo de Dios que venía del Padre, desde toda la eternidad, y sabía sobradamente a donde iba, exclamó preso de angustia y de terror: “¡ Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!”.

Bien; ésta es la historia a grandes rasgos que no solo explica la esencia de la naturaleza humana, sino la propia naturaleza del hombre; tu razón de vivir y la mía.

Vayamos confiados hacia el fin de la humana naturaleza corpórea del mundo de la materia, del mundo de lo visible, aunque no solo podamos sentir, sino que lleguemos a sentir en algunos momentos ese pavor que sintieron los primeros cristianos cuando iban a saltar a la arena del Coliseo romano para ser despedazados y devorados por la fieras y los leones, ante la mirada indiferente del Emperador – representación de Poncio Pilatos – y el pueblo de Roma; aburrido y mendaz como puedan ser los ciudadanos que hoy pueblan nuestras ciudades, nuestras calles y plazas bien entrado el siglo XXI.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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