Tal papel se está interpretando muy mal en nuestra sociedad. Es evidente que un alto porcentaje de cargos públicos, de más a menos, entiende el ejercicio de la representación pública como un medio por el cual mejorar su situación personal, y no la del país al cual representa. El ejercicio de la autoridad –que tan bien pagado está—debe conllevar a la vez un porcentaje obligado de sacrificio. Sobre todo en unos momentos muy problemáticos para la mayoría, en los que a una larga crisis económica aún no resuelta –salarios temporales de 800 €, pagas extra prorrateadas-- le sigue una preocupante pandemia.
Un país debe ser dirigido por los mejores, tanto técnica como moralmente, o si se prefiere, al revés. Es vital para todos que esta idea tome cuerpo en nuestra cosa pública. No basta con ser listo y tener kilómetros –incluso históricos-- de arroyo.
Pero también es necesario que el ciudadano abra los ojos, salga de su pereza política, de su desidia informativa, y no tolere tales situaciones. ¿Acaso nos preguntamos si estamos defendiendo individualmente y como clase nuestros derechos, hoy muy mermados y con propensión a empeorar?
Otorgar las riendas de la nación, en cualquiera de sus escalones, es una grave responsabilidad que no se puede hacer a ciegas, contaminados por la mentira y la manipulación; o aun peor, por las medias verdades, que son las peores.
Hemos de pensar en la política con autoestima, y no como chapuza de cualquiera para cualquiera. ¿Nos preocupa el resultado de un trabajo cualquiera y no el destino social de nuestra vida? ¿Qué pasaría si se privatizaran las pensiones? ¿Si la medicina y la enseñanza fueran privadas? ¿Si no hubiera convenios laborales, siendo la regulación actual insuficiente? El ciudadano debe ejercitar su memoria política, sabiendo quien cumple y quien no; quien merece el voto y quien no. Recomiendo recurrir a You Tube y seguir las sesiones del Congreso, pero con visión pluralistas, conociendo las propuestas, las réplicas y las dúplicas de nuestros parlamentarios para saber quiénes nos toman el pelo y quiénes no.
Viendo el panorama actual, aquel Alejandro Magno hubiera bebido el agua ofrecida; y seguramente habría pedido más. Pero no habría pasado a la Historia, al menos como Magno.